VUELTAS DE TUERCA
Tras haber sufrido varios conatos de invasión militar y el vuelo rasante de los cazas imperiales en apenas unos días, los nacionalistas catalanes padecieron ayer otra grave ofensa, ésta aún mayor que el pisotón de Pepe a Messi, por lo que será súbitamente puesta en conocimiento de Bruselas. Se trata, nada menos, que de la entrega conjunta del Premio Príncipe de Asturias de los Deportes al madrileño Iker Casillas y al barcelonés Xavi Hernández, que lo recibieron en un Teatro Campoamor puesto en pie y enfervorizado. Una provocación intolerable, vaya. Si al menos hubiera sido el premio de Cooperación Internacional, tendría un pase que lo compartieran un «español y un catalán», pero al ser el de Deportes se convierte en una agresión a la selecciones catalanas y un mal ejemplo para la sana inmersión de los niños. De nada sirve enseñar en las escuelas que «España nos roba» y que «independientes estaríamos mejor y seríamos más ricos» si luego aparecen en los telediarios Xavi y Casillas hablando del trabajo en equipo, del éxito de luchar juntos, de unir fuerzas, de celebrar la amistad y de ganar títulos para España. ¡Dios mío, para España! Y encima el galardón se ha otorgado en Oviedo, muy cerca de Covadonga, donde el españolismo acuna sus sueños.
Hasta hace pocas semanas, todo lo que antecede no pasaría de ser una caricatura grotesca del nacionalismo que acaudilla Artur Mas, pero a la vista de los últimos espisodios clínicos que manifiestan varios de sus consejeros, diputados y eurodiputados, temo haberme quedado corto en el trazo y modigerado en la burla. No cabe ninguna duda de que el Premio Príncipe de Asturias a los dos capitanes de la Selección española ha sido un trago amargo para los separatistas, pues no hay lenguaje popular que exprese mejor la España que triunfa y que deslumbra en el mundo que la de Xavi y Casillas, la de Gasol y Navarro, la de Nadal y Albert Costa, la de Fernando Alonso y Javier Alguersuari... La España, en definitiva, que suma y no resta, la que aúna y no divide. Todo el imaginario soberanista, construido con el barro de la mistificación y de la ensoñación adolescente, se viene abajo ante la fuerza ejemplarizante de unos deportistas que comparten metas, amistad y triunfos por encima de las banderías. El hecho de que Xavi juegue en el Barça y Casillas en el Real Madrid, que alimenten la rivalidad y que disputen la victoria en cada derbi, les hace aún más grandes porque son capaces de trascender las diferencias cuando se enfundan La Roja y hacen soñar a una afición que no es catalana ni vasca ni castellana ni andaluza, sino española. Como el aplauso atronador que recibieron ayer, expresión de mucho más que admiración: reivindicación de la unidad.
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