DOMINGO, 28 octubre 2012 (ZENIT.org).- El historiador y autor del presente artículo ha publicado la obra “El Señor de los Milagros, identidad de un pueblo. Historia y espíritu” (Paulinas, Lima, 2011). En la fiesta que se celebra hoy en el Perú, el artículo pone de relieve algunos de los protagonistas de la procesión más larga de América --unos dos millones de fieles--, y una de las más multitudinarias del planeta (más de 260 procesiones en ciudades distintas de los cinco continentes).
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Por José Antonio Benito Rodríguez
Aunque se cuenta por millones a los devotos del Señor de los Milagros, la historia de esta devoción privilegia algunos nombres propios.
El primero --aunque a la sombra del anonimato--, es el del pintor esclavo de Angola, autor de la imagen. ¿Benito? ¿Pedro? Y cuantos otros negros que acometieron la acción de dedicar el muro al Señor Crucificado.
Otro protagonista es el célebre jesuita padre Francisco del Castillo, quien durante el temblor de 1655 salió del Colegio de San Pablo de la Compañía hasta la Plaza Mayor exhortando a todos al arrepentimiento, repitiendo con los brazos extendidos: Lima, Lima, tus pecados son tu ruina. Sabemos que un año antes, en 1654, el padre del Castillo había sido designado como Lector de Latín y obrero de negros y españoles. La misma tarde del temblor, fue a prestar auxilio a los necesitados y, al pasar por la Catedral comenzó a seguirle la gente, conocedora de su santidad y valimiento ante Dios. El Padre aprovechó la ocasión para predicarles.
El día siguiente, domingo, como continuasen los temblores, se condujo en procesión desde la Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados hasta la Catedral la imagen de Cristo Crucificado, que fue acompañada por unas 10.000 personas. La noticia de varios hechos milagrosos atribuidos a la imagen mural atrajo el interés del público, y la imagen comenzó a ser conocida como el «Señor de los Milagros».
Un importante protagonista histórico es también Antonio de León, quien en 1670 siente la inclinación de cuidar la imagen y le levanta un altar, al ser curado milagrosamente de un tumor maligno. Esto da lugar a reuniones de tipo festivo y religioso, no del todo correctas para los cánones litúrgicos, sino un tanto desordenadas, motivando el que se decidiese borrar la imagen y cerrar el lugar de culto; al intentarlo, los tres pintores contratados se desmayaban y se sentían impotentes para conseguirlo. Esto sirvió para que el Virrey, Conde de Lemos, se llegase a visitar el lugar y decretase hacerlo más decente.
Su inauguración fue en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz del año 1671, y en esos mismos días la autoridad arzobispal, a fin de dar continuidad y decencia al culto religioso, nombró como primer mayordomo a don Juan de Quevedo y Zárate. Una de sus primeras funciones fue gestionar la compra de terrenos a su propietario y gran propulsor del culto al Señor de las maravillas, Diego Tebes Montalvo, la que tuvo lugar ante el escribano público Sebastián de Carvajal el 17 de diciembre de 1671.
Contó, además, con los constructores Diego Maroto y Manuel Escobar para la tarea de encajonar el muro a fin de brindarle mayor seguridad con cal, canto y ladrillo. Aunque los adobes se destrabaron no se dañó la parte de la Cruz.
En ese mismo tiempo, 1672, el Virrey Conde de Lemos, mandó añadir las figuras del Padre Eterno, el Espíritu Santo, la Virgen y La Magdalena. El viernes 17 de junio de 1678, a pesar del violento terremoto, el muro no sufrió daño alguno. El primer mayordomo Quevedo falleció en el mes de abril.
El segundo mayordomo fue Juan González de Montoya quien mejoró la capilla y mandó construir el tabernáculo de madera al maestro Diego Aguirre para la Virgen de Gracia. Labró un marco de madera para el mural. Fue el gestor y auspiciador de las reuniones de los viernes. Solicitó del Rey Carlos III una Cédula Real con fecha 19 de abril de 1681 para autorizarlas.
Sebastián de Antuñano es el siguiente destacado mayordomo y benefactor. En 1684, Antuñano se había dirigido a la ermita del Señor de los Milagros y, mientras contemplaba la santa efigie, había sentido una voz interior que le susurraba claramente: «Sebastián, ven a hacerme compañía y a cuidar del esplendor de mi culto». Puesto de rodillas ante la imagen, le había ofrecido un servicio incondicional hasta la muerte.
Terminadas las obras, un violento terremoto asoló la ciudad de Lima, Callao y las localidades vecinas, sembrándolos de muerte y ruinas, en la madrugada del 20 de octubre de 1687. Por la tarde de aquel día, Sebastián de Antuñano tuvo la idea de sacar en procesión un lienzo que era copia del Cristo del mural. Fue así que se inició la primera procesión de las tradicionales procesiones de octubre del Señor de los Milagros de las Nazarenas.
Sebastián de Antuñano, preocupado por mantener el culto del Cristo Moreno después de su fallecimiento, conoció a una fervorosa dama ecuatoriana de Guayaquil, Antonia Maldonado, quien intentaba consolidar la fundación de un beaterio. Había nacido el 12 de diciembre de 1646 y, muerto su padre, se había instalado con su madre en el puerto del Callao. Se casó aquí con Alonso Quintanilla, pero, después de algunos años de matrimonio vivido en castidad, conscientes de que el Señor les había destinado para una vocación especial, convinieron en separarse.
Antonia de Maldonado decidió entregarse al culto del Cristo y fundó el Beaterio, y posteriormente Monasterio de las Nazarenas, adscrito al santo Cristo, a comienzos del Siglo XVIII. Luego estas observarían las Constituciones de las Carmelitas Descalzas y vivirían como nazarenas.
Su sucesora, la Madre Josefa de la Providencia fue la que transformó el beaterio de las Nazarenas en monasterio de Carmelitas Descalzas. Para conseguir las autorizaciones necesarias tropezó con infinidad de contratiempos, pero sobre todo con dos: carecer de renta suficiente para sustento de las religiosas y estar la ciudad de Lima saturada de monasterios. Lo primero fue resuelto gracias al dominico Fray Alonso de Bullán, que le consiguió la suma necesaria; y, lo segundo, con los informes positivos evacuados por el Cabildo de la Ciudad y por el arzobispo Soloaga. Pero, dadas las características peculiares del futuro monasterio carmelitano, era necesario obtener también un Breve del Papa.
Fue el Padre dominico Juan de Gazitúa, quien viajaba a Roma por negocios de la Orden, el encargado de hacer las gestiones para obtener el documento pontificio. El 27 de agosto de 1727, Benedicto XIII otorgó el Breve solicitado.
Las Madres Carmelitas Nazarenas han sido y son el alma de este culto multisecular. Se guardan en su archivo los registros de las profesiones, las dotes, los testimonios de su fervorosa dedicación, los documentos del proceso de beatificación de Madre Antonia Lucía. Su carisma no es otro que el de la Orden carmelitana descalza, muy sintonizada desde Santa Teresa con la devoción al Cristo llagado y crucificado. Además de su permanente vida inmolada desde la clausura, las Madres Carmelitas Nazarenas acometen una decidida obra social a través del comedor de niños, ancianos y familias pobres.
Allí se sirve a diario unas 250 raciones de desayuno (de 7 a 9.30 de la mañana) y almuerzo para los niños, así como cerca de 80 raciones para ancianos y otras 80 familias en el Comedor de Jirón Emancipación 594. Y tienen un Dispensario médico donde se atiende gratuitamente a diario en las tardes, con la ayuda de cuatro médicos.
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