sábado, 5 de agosto de 2017

SOLIGAMIA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Leo en The Objective que la soligamia, como lo llama la pionera Grace Gelder, que se casó consigo misma en 2014, se ha convertido en una moda en Estados Unidos y Japón y, por tanto, en un nicho (dicho sea con todo respeto a Eros y Tanatos) de mercado. La empresa Singles Wedding oferta incluso un marido de quita y pon para las fotos, lo que no deja de parecerme un desfallecimiento en su filosofía. Quizá para evitar esas recidivas, Self Marriage Ceremonies organiza cursillos pre-mono-matrimoniales. Mientras, I Married Me se ha especializado en anillos de autocompromiso.
Dios nos libre de reírnos de ningún modelo de familia cuando hemos quedado en respetarlos todos y cada uno. Éste encaja como un anillo al dedo en el "cada uno". ¿Por qué no van a casarse si se quieren (a sí mismos)?
Daría juego a una reflexión sobre la crisis del matrimonio clásico, pero soy un egoísta incorregible y me fijaré en lo que me corrija, esto es, en las lecciones que los monocónyuges dan a los bicónyuges. Pensemos en la indisolubilidad. Ciertamente, el automatrimonio no hay quien lo rompa. Para los que creemos en la vida eterna, ni la muerte los separa, qué envidia. La viudez no cabe y el divorcio prácticamente tampoco. Divorciarse de uno mismo es bastante complejo y, fuera de ciertas patologías psíquicas, no caigo en otro caso que el del Dr. Jeckill y Mr. Hyde, donde cada cual sí se fue por su lado, pero malamente.
A Gelder le gusta llamarlo "soligamia", y me sonaba mal porque evocaba la soledad. Pero, traído a nuestro caso, he caído en que es perfecto. ¿Qué poeta definió el amor como "la soledad de dos"? Kierkegaard explicaba que, desde el momento en que los cónyuges se convencían de que en el mundo existía su pareja y nadie más, casi todos los problemas se arreglaban en un santiamén, como los de un hombre y una mujer en una isla desierta, que no se separarían mucho, por la fuerza de la naturaleza reconcentrada.
Jesús dijo que había que amar al prójimo como a uno mismo, dándonos así un modelo de amor que justifica que nos fijemos en el monomatrimonio para coger carrerilla. La autoestima pasa por distintas fases, que pueden ir desde el orgullo ciego hasta la depresión sorda, pero suele fijarse en el justo medio de una apreciación incondicional, constante, tierna, irónica e indulgente. ¿Acaso los casados no podemos (debemos) trasladar intacto ese amor propio a la carne de nuestra carne?

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