Reeducación necesaria (“Amor bajo el espino blanco”, Zang Yimou, 2010)
Manuel Orta Gotor
Con casi dos años de retraso llegó a nuestras pantallas la penúltima película del realizador chino Zang Yimou (Xian 1951).
Para quienes no lo conozcan hemos de decir que es uno de los grandes directores de cine contemporáneo, que no rodó su primer film hasta los 35 años y que éste, “Sorgo rojo” ganó el Oso de oro del Festival de Berlín de 1988.
También será interesante recordar que después de que en 1999 realizara unas películas bellísimas, intimistas, llenas de poesía y de sensibilidad, con una magnífica dirección de actrices (“El camino a casa”, “Ni uno menos”), se embarcó en una línea bien diferente: cine más comercial, épico, no personalista sino coral, cuyas más estimables y conocidas obras son “Hero”, “La casa de las dagas voladoras” y finalmente “La maldición de la flor dorada”, deslumbrante hasta abrumar desde el punto de vista visual, pero fría.
Con “Amor bajo el espino blanco” reencontramos al que nos parece el mejor Yimou. Se trata de una historia de amor llena de pureza y desbordante ingenuidad, vivida en unas circunstancias históricas y sociales desdichadas.
Zang Yimou sufrió en sus carnes algo parecido a lo que padece la protagonista, Jing, en nuestra película. Inmerso en la revolución cultural de Mao, hubo de dejar sus estudios a los 18 años para trabajar en el campo hasta los 27. Diez años que no fueron perdidos, que le hicieron madurar, pero que indudablemente pudieron dar al traste con su vocación.
El régimen comunista chino se presenta como un paradigma, no ya de la opresión, sino del sinsentido y la estupidez humana. Resulta difícil comprender cómo la limpieza de sus historias le han permitido a Yimou esquivar casi siempre (solo casi) la férrea censura del régimen.
Y en este marco agobiante y triste se presenta la tierna historia de amor entre Jing –apenas una adolescente, estudiante de magisterio enviada en 1970 con otros compañeros y un profesor a trabajar en el campo- y Sun, hijo de un militar, que realiza sus prácticas cerca de la aldea. Amor al que se oponen las circunstancias del perverso sistema, e incluso la madre de Jing, esposa de un represaliado político, atemorizada ante la posibilidad de que su hija “se porte mal”.
Imposible, para quien la haya visto, no establecer una paralelismo con “El camino a casa”. El soporte narrativo de ambas películas es una novela, pero en el caso de la que ahora comentamos la dependencia literaria es mayor. Una voz en off, unos fundidos en negro entre escena y escena, son recursos de la caligrafía fílmica del director que emplea sin complejos y con una maestría impresionante.
Las escenas del interior de la casa de Jing, aquellas en que aparece con su madre (magnifica interpretación), o sus encantadores hermanitos, son todas preciosas y milimétricamente planeadas.
Y llegamos a la conclusión. Si el dictador Mao creyó necesaria una reeducación del pueblo, nos preguntamos si el espectador español del siglo XXI no necesita también una reeducación, tanto sentimental como estética. El mismo día en que se estrenó esta película (31 de agosto pasado) se estrenaron otras dos: “Desmadre padre”, una bazofia vulgar, llena de mal gusto, de la que no hay que dar ningún detalle, y “Abraham Lincoln cazador de vampiros”, cuyo título lo dice todo. En Sevilla ambas películas se proyectaron cada una en 6 u 8 salas, mientras que la de Yimou se pasaba en una, sin publicidad y en v.o.s.
Y es que hay que estar muy loco para ver una romántica historia de amor en la que, ¡para colmo!, no hay ni siquiera un beso.
Vamos a intentar sacar a nuestro pueblo del encanallamiento cultural en que vive, viendo y recomendando esta espléndida película.
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