miércoles, 2 de agosto de 2017

SABER PERDER; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



El congreso del PSOE andaluz era el número 13, como una premonición. Sus discursos han levantado una buena polvareda. Susana Díaz, en toda la cara del flamante re-secretario general, ha rechazado la ocurrencia de la plurinacionalidad. Pedro Sánchez pivota sobre ella: en parte, como pago al apoyo del PSC y, en parte, como prenda de la posibilidad de llegar al poder mediante pactos con Podemos y los nacionalistas. No se trata, por tanto, de un tema menor. Tampoco para Susana: en Andalucía tenemos nuestra españolidad tan clara como la certeza de que no somos menos que nadie. Estadísticamente, hay muchas posibilidades de que un líder andaluz se parezca a su gente, además de que eso le interese electoralmente.
Por la importancia de lo que se discute, me extraña que los análisis se limiten a hablar de la lucha por el poder y los personalismos enfrentados. ¿No cabe que Susana Díaz sí haya sabido perder, aunque a regañadientes y a tragalágrimas? Sin embargo, una cosa es asumir en lo orgánico la victoria en las primarias del nuevo secretario general y otra, dar de mano en los principios.
En democracia, saber perder no implica renunciar a las ideas. La razón es muy sencilla y tiene que ver con la razón. Las urnas no establecen la verdad de un postulado, sino quienes lo apoyan más, nada más, sin entrar tampoco en sus auténticas razones para ello. Por eso, y no por hacer una frase bonita, se dice que es el menos malo de los sistemas. Se asume que no hay otro mejor para dirimir diferencias sociales; pero eso no supone, en ningún caso, un criterio metafísico de sopesar la verdad o un silogismo para distinguir lo correcto. Al final del proceso, uno reconoce su derrota (o su victoria, aunque lo que yo reconozco siempre son derrotas), y sigue defendiendo lo suyo, para tratar de convencer a cuantos más conciudadanos mejor, a ver si a la próxima convocatoria hay más suerte, esto es, más masa.
Perdonen esta explicación elemental, pero nos ayudará a entender a Susana Díaz, tal vez. Lo extraño sería que ahora, de repente, fuese partidaria de la asimetría y de la postergación de Andalucía frente a las llamadas nacionalidades históricas. Demostraría una impúdica actitud marxista: "Estos son mis principios y, si no les gustan, tengo otros". En democracia bien entendida se pierde así: los resultados se aceptan, pero las creencias o nos la refutan racionalmente o seguimos sosteniéndolas.

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