¿Cuántas veces hemos tenido que hacer algo, decir, propiciar una actuación determinada o determinante y nos hemos echado para atrás porque hemos pensado que dirán los demás?
¿Cuántas veces por no hacerlo hemos sido igual o más criticado?
En este mundo que se lleva a rajatabla eso “del que lo hace lo paga” no todos están dispuestos a sacrificarse por tomar una decisión que no tenga la aceptación de la inmensa mayoría.
¡No se puede nunca contentar a todos! Creer esto es el error más grande en el que podemos caer.
Si por el puesto que ocupas, por la responsabilidad que desempeñas o por tu nivel de influencia tienes que tomar una decisión o ejecutar una acción que puede perjudicar o chocar con los sentimientos de algunos y si es por el bien de la mayoría o de la verdad, después de pensarlo y meditarlo, tienes la obligación de hacerlo pase lo que pase y pese a quien pese.
Serás inmediatamente criticado, humillado, insultado e incomprendido, pero estarás cumpliendo con tu deber.
No olvidemos que las obligaciones, el sentido del deber puede hacer que tengas que tomar decisiones que no son para nada fáciles, todos somos humanos y todos tenemos nuestros corazoncitos, y que estas además pueden tener que hacerse dentro de la máxima sigilosidad y el secreto propio que conllevan los temas de importancia. Los momentos previos, que pueden ser meses o semanas, a esta determinación son inmensamente amargos porque sabes que por un lado tienes que hacerlo y por otro que no a todos les va a gustar.
Muchos comprenderán la acción desarrollada aunque sus intereses se hayan visto lesionados y otros, los menos aunque más vociferantes, presentarán “batalla” haciendo de tu vida un auténtico infierno ante los comentarios ignominiosos así como por la realización de acciones que pueden perjudicarte en mucho a los ojos de todos.
Los que siempre se creen en posesión de la verdad absoluta, los que se consideran intocables por no se qué, los que se siente con cierto poder son los primeros que azotan e intentan destruirte porque, en definitiva, son ellos ciertamente los más frágiles y los que más tienen que perder ante determinadas situaciones.
Los que actúan dentro de su coherencia con valentía ejerciendo sus resposabilidades no pueden temer nada. Al contrario si no hicieran lo que tienen que hacer estarían siendo no solo irresponsables en los hechos sino incongruentes con ellos mismos.
Por eso opino que si tienes que hacerlo: ¡Házlo!
No por pensarlo más, por retrasar las cosas no van a afectar a otros, ni para bien ni para mal, y tampoco se van a solucionar por “arte de magia”. Las cosas en esta vida no son tan fáciles ni tan sencillas.
Y no lo son porque nosotros mismos lo hemos planteado así. Queremos que se ejerzan las obligaciones aunque cuando nos afectan ya no son válidas. Pueden ser buenas para la amplia mayoría, pueden solucionarse muchas cosas, pero si nos sentimos perjudicados ya no tienen validez alguna.
Las obligaciones y responsabilidades se ejercen durante un tiempo determinado, el tiempo que tengas que dedicarte a esa misión ni más ni menos porque, habría que recordar, que eternizarnos en los sitios es malo para todos, también para nosotros mismos.
Solo una misión dura toda la vida: La de evangelizar. El defender tu fe, tus creencias, tu forma de pensar es una responsabilidad vitalicia porque el ejercer como verdaderos discípulos de Cristo en medio de un mundo cuyos poderes lo quieren quitar del medio como sea no es tarea fácil porque compromete, tienes que adoptar una serie de decisiones que muchos, de los que tan plácidamente están instalados en sus pilares de perdición, nos plantarán cara hasta intentar hacer de nuestras vidas un infierno.
Muchas veces por buscar y defender la Verdad que es Dios tenemos que plantar cara a los intereses de lo eminentemente terrenal, pero la salvación de nuestras almas no admite refugios o caminos alternativos. O se es de Dios o no se es. ¡Así de claro y sencillo!
En este ejercicio de trabajar por el Reino de los Cielos, evangelizando donde sea, denunciado las terribles persecuciones que todos los que están perseguidos por su fe sufren a diario ya sea en países donde el fanatismo religioso impera o en este primer mundo donde los “poderes” que representan al Maligno quieren eliminar a Dios de la vida pública y con ello de nuestros corazones, en definitiva constituirse en verdaderos caneles de fe en el mundo entero para que algunos de los pétreos corazones que nos podemos encontrar puede resquebrajarse ante el demoledor Amor de Dios y entonces todo las heridas que nos hayan podido perpetrar serán restañadas ante el inmenso gozo de rescatar a esas ovejas que estaban perdidas sin rebaño y sin pastor.
Si tienes que hacerlo, si tienes que cumplir con tu misión, con tu responsabilidad, con tu obligación, no lo pienses más y ¡Házlo! Porque nadie va hacerlo por tí.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios te bendiga.
Jesús Rodríguez Arias
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