Los sucesos de Egipto, con la caída del presidente Mohamed Morsi, a causa de un golpe de Estado militar, han puesto de nuevo sobre el tablero internacional, con más virulencia, el problema de la guerra y de la paz en Oriente Medio, del factor religioso como instrumento de guerra o de paz, siendo Egipto un país principal en la zona y en el Mediterráneo, divido como está entre la facción de los Hermanos Musulmanes --una hermandad islámica intolerante, sectaria y sangrienta partidaria de un Estado islámico y de imponer la “sharia”-- y los egipcios que representan el Egipto tradicional, plural y no islámico. Los Hermanos Musulmanes no representan el Islam, pero tienen ramificaciones en Siria, en Líbano y Gaza y Cisjordania (Hamás), en Irán, en Sudán y también en Jordania y hasta en Marruecos.
No analizamos en este artículo del problema de Egipto, sino la importancia de la religión para encontrar la paz en Oriente Medio. En esta región confluyen las tres más importantes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, y además es cuna de civilizaciones. Es en Jerusalén donde está la cuna del judaísmo, los Santos Lugares cristianos y las mezquitas, entre ellas Al-Aqsa, la más grande, consecuencia de la ocupación musulmana durante siglos.
Las relaciones entre el judaísmo y el Islam tienen unas componentes más políticas que religiosas, o mejor dicho lo político y lo religioso están muy mezclados, lo que dificulta enormemente el entendimiento recíproco.
Los musulmanes, como los judíos y los cristianos, consideran a Abraham su Patriarca. Los musulmanes se consideran descendientes de Ismael, hijo de la sirvienta de Abraham, Agar. Lo mismo que los cristianos, que deben al pueblo judío el nacimiento del Redentor de todos los hombres, Cristo Jesús.
El Papa Francisco en Río de Janeiro, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, dijo que las religiones deben ser instrumentos de paz y no de guerras. Las Iglesias cristianas, y en particular la Iglesia católica, van predicando la paz entre los pueblos desde hace casi dos siglos. Un esfuerzo particular a favor de la paz la hicieron los últimos pontífices, y en particular Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. Se instituyó el Consejo Pontificio para las religiones no cristianas, con especial referencia a hebreos y musulmanes. Juan Pablo II y Benedicto XVI buscaron siempre el entendimiento con el judaísmo a través de sus contactos con los más importantes rabinos de todo el mundo. Ambos vivieron el Holocausto.
El Papa Francisco también se ha distinguido desde el primer momento por su amistad con el pueblo judío y en concreto con el rabino de Argentina, Abraham Skorka, a quien invitó a la ceremonia de inicio de su pontificado, y dijo querer tener buenas relaciones con su religión. Después ser elegido papa el 13 de marzo, una de las primeras cosas que hizo fue enviar un mensaje de amistad al Rabino principal de Roma, Riccardo Di Segni y —por extensión— a todo el pueblo judío.
Los signos de diálogo, de comprensión y de aceptación de la diversidad religiosa que existen entre los más altos dirigentes católicos y judíos son el preludio de un entendimiento que va mucho más allá de lo estrictamente religioso. Benedicto XVI decidió el reconocimiento del Estado de Israel en una labor diplomática iniciada ya por Juan Pablo II. Ciertamente no todo el mundo rabínico está de acuerdo con la Santa Sede, y mucho menos con su propuesta sobre la internacionalización de Jerusalén. Otros ven con recelo este diálogo entre judíos y cristianos. Pero mucho se ha avanzado.
La Santa Sede ha defendido siempre la internacionalización de la ciudad de Jerusalén, porque alberga los Santos Lugares de las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Esta propuesta no ha sido aceptada por el gobierno de Tel Aviv, que considera que Jerusalén es la cuna del pueblo judío por excelencia.
En realidad los tres últimos papas han dado pasos de gran importancia hacia un acercamiento entre el cristianismo y el judaísmo. Nada está terminado, pero se ha iniciado un camino que no tiene vuelta atrás. El hecho de que Jesucristo el Redentor del mundo para los cristianos haya nacido en el seno del pueblo elegido por Dios, el pueblo de Israel, tiene una importantísima connotación religiosa, histórica y teológica.
Con el Islam existe también un diálogo enmarcado dentro del Consejo Pontificio para el diálogo Interreligioso, y en el Consejo Interreligioso con sede en Jerusalén, que engloba a todas las religiones monoteístas y a representantes de los Gobiernos de Israel, Jerusalén y la Autoridad Palestina. Ahí vemos una interrelación entre lo religioso y lo político. En dicho Consejo, Fuad Twal, patriarca católico de Jerusalén, dijo que las religiones han de trabajar por la paz y oponerse a la violencia y a los extremismos, pues tanto el Islam como el cristianismo han vivido muchos siglos juntos y en paz, y ambos creen que el amor a Dios y a los hombres es la base de su fe.
Sin embargo no existe en el Islam una estructura orgánica, sino que existen modos distintos de interpretar el Corán. En el Islam la gran mayoría es sunita (cerca del 85 por ciento), pero con una minoría radical que son los chiitas, y están los alauitas, los jariyíes, etc. Esto dificulta mucho el diálogo religioso dado además que no hay separación entre lo político y lo religioso en casi todos los países del Oriente Medio. En otros países fuera de Oriente Medio, la relación entre los musulmanes y los cristianos es correcta.
Es indiscutible que un sincero diálogo religioso entre todos, apoyado por la diplomacia de todos, allanará mucho el camino hacia la paz en el Oriente Medio, siempre a la espera de que el petróleo deje de ser el factor determinante en las guerras y en las paces de estos pueblos. Estas religiones ven con temor que el consumismo, el relativismo y las culturas hedonistas obstaculizan la práctica de la religión y en definitiva el amor a Dios.
El diálogo religioso del cristianismo con el judaísmo y el Islam era hasta hace 50 años casi imposible. Hoy ha empezado y continuará. Como ha dicho el Papa Francisco hace unos días: “El diálogo hace la paz”.
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