En el fin de semana del verano por excelencia, son muchos los pueblos que están oficialmente en fiestas. Bailes, orquestas, charangas, carnavales de verano, vaquillas, corridas de toros, degustaciones de todo tipo, desfiles, batucadas, concursos, multitudes, alegría, risas, celebración... y sobre todo muy buen humor y una mejor actitud, nos recuerdan que en el pueblo se exprime y se celebra la vida, como a veces olvidamos hacer en la ciudad. Abandonar las grandes capitales en vacaciones es casi una necesidad que requeriría, en muchos casos, prescripción sanitaria, y tener un pueblo al que poder acudir, un lujo con el que lamentablemente no todos contamos. Ingenio y creatividad es lo que están precisando más que nunca los municipios para que las esperadas fiestas patronales que se celebran especialmente en estas fechas no se vean afectadas por el implacable yugo de los recortes. Las auténticas penurias económicas que están viviendo muchos pueblos no deben hacer estragos en el éxito anual del principal atractivo turístico de los pueblos. Y es que la diversión no entiende de tijeretazos ni de penurias. España lo sabe bien, la felicidad no es una meta, sino una actitud, una forma de vida. Filosofía por cierto que conocen muy bien los habitantes de los numerosos pueblos españoles. Principalmente la magia de los pequeños municipios, además de contar con un espacio limitado que invita a la sociabilidad, radica en que logran mantener sus costumbres, sus tradiciones, unos tesoros que vale la pena cuidar. Porque, como decía nuestro querido argentino, madrileño de adopción, Luis Aguilé, «hay que mantener las tradiciones».
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