lunes, 5 de agosto de 2013

GIBRALTAR: CUESTIÓN DE PRINCIPIOS.


Editorial
  • Gibraltar es una colonia de una potencia extranjera en suelo español. Es la última colonia en suelo europeo que ha sobrevivido al proceso de descolonización consecutivo a la segunda guerra mundial. Es además la única colonia de un país de la Unión Europea en suelo de otro país de la UE. Se mire por donde se mire, la pervivencia del actual estatuto político de Gibraltar es una vergüenza para la comunidad internacional. Y lo es de manera especialmente humillante para el país que la sufre, España, que en el curso de tres siglos, desde el robo a mano armada de la Roca por parte británica, no ha visto satisfechas ni una sola de sus reclamaciones. Estas son las cuestiones de principio. Y conviene recordarlas, porque cualquier otro planteamiento sólo conduce a aceptar lo inaceptable.
    Desde hace algunos años, y en especial desde que el Gobierno español de Felipe González cometió el enorme error de abrir la verja de la colonia, Gibraltar se ha ido convirtiendo en una vergüenza ya no sólo política, sino también económica y social. Desde suelo gibraltareño, y con la connivencia británica, se ha creado un fétido bazar de blanqueo de dinero, contrabando y tráficos ilícitos que viene a ser algo así como una “excepción penal” en suelo europeo. La pasividad de las autoridades ante este fenómeno ha sido tan escandalosa que sólo cabe pensar que alguien se está beneficiando del negocio. Para colmo, el Ejecutivo español de Zapatero, sobre el viejo error socialista de la verja, cometió el error añadido de convertir a las autoridades gibraltareñas en interlocutor político formal, lo cual vino a ser tanto como reconocer legitimidad al estatuto colonial. Es difícil caer más bajo. Y los gibraltareños, por supuesto, aprovecharon la novedad para arrancar tierras al mar (español) y ampliar así su exigua franja de tierra con el nada discreto recurso de engordar el litoral con bloques de hormigón. Cosa que llevan haciendo años –Intereconomía lo ha denunciado reiteradas veces– y que ahora ha terminado por estallar.
    El Gobierno español anuncia un endurecimiento de la claudicante política ante la vergüenza gibraltareña. Es exactamente lo que tiene que hacer. Siempre habrá personas a sueldo del dinero “llanito” dispuestas a defender su propio interés, pero sería ridículo que este prevaleciera sobre el interés nacional. También habrá siempre voces –curiosamente sólo en España, no en Inglaterra– que minimicen e incluso desprecien el problema, como si fueran “cosas de otro tiempo”. Pero es precisamente esta patología claudicante lo que ha hecho que España sea hoy un enano político en el orden internacional. Gibraltar es suelo español. Y los españoles no podemos dejar de reivindicarlo. Es cuestión de principio.

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