Contemplándote puedo saber lo que han sentido tantos escritores, poetas, cantautores, músicos, pintores, fotógrafos así como todos los que tienen esa pizca de sensibilidad que desborda la imaginación, la belleza, el corazón ante tanta inmensidad.
En tí se pierde el sentido de las cosas o se adquieren nuevos. La mirada se pierde casi rozando el infinito hasta hacerla desaparecer en nuestros propios pensamientos, los recuerdos brotan como olas que vienen y van sin descanso.
El amanecer y atardecer se dan la mano ante la inconmensurable belleza que llega a extasiarnos. Solo el sol cambia de color entre uno y otro momento que hacen que el celestial techo que nos cobija se vislumbre con otra intensidad.
Y según la posición del sol durante el día así brillará el horizonte que nos espera y aguarda para reflejarnos ante él.
Igual se puede disfrutar con la familia, con los amigos, en pareja o en soledad. Es tan inmenso que lo abarca todo aunque desde la mirada reflexiva de la acompañada soledad es cuando se disfruta en toda su dimensión.
Mirarte es perderme en el infinito, fiel reflejo de una obra maestra teniendo a Dios como verdadero autor, porque por mucho que intentes fijarte el horizonte no se termina y tan solo alguna vela hace prever que se acerca o está de paso un barco que te surca entre el amor y el respeto.
¡El mar, tan cerca y tan lejos! Gracias a Dios vivimos en un lugar privilegiado donde estamos rodeado por el bello mar que se extiende en kilométricas dimensiones, teniendo como particulares privilegiadas a dos Islas, la de San Fernando y la eterna Cádiz, rodeadas por la mar y unidas por una lengua de tierra que las ha unido para siempre.
Asomarte a mirar el mar es hacer que tu corazón quiera salir de tu cuerpo y adentrarse en sus profundidades, correr hacia ese horizonte eterno, perderse en sus gratificantes aguas.
Respeto y admiro profundamente a los marinos, a los hombres de la mar, ya sean de pesca, mercante o de guerra, conocedores y amantes de la misma que no conciben su vida sin estar cerca de ella. Conozco casos de muchos de ellos, con el pasar de los años, se alejan del mar y siempre sienten esa pizca de tristeza, de melancólico recuerdo que se torna en imperecedero.
Adentrarte en él para darte un chapuzón es uno de los privilegios que no cuesta nada y que no está al alcance de todos. Sentir sus frías o cálidas aguas, la ondulación que producen en tu cuerpo, el vigor de las olas rompiendo contra tí en una “lucha” entre la naturaleza y tu hace que cuando salgas del mar te sientas relajado y descansado a la vez.
Al mar no se le puede retar porque sales perdiendo. Esa inmensa balsa tranquila se transforma en un feroz enemigo cuando la insultas creyéndote superior. A la mar se le ama y respeta por igual quien piense lo contrario está perdido.
Y cuando la noche se instala en el cielo haciéndolo más negro y tenue solo roto por ese brillante lucero que tímidamente lo ilumina o la luna que lo enciende y se refleja en ese inmenso tapiz plateado que hace que la belleza se pueda ver y tocar con solo mirar.
Soy de los que me gusta el campo, la sierra, las montañas y en ellas pierdo el sentido hasta llegar a elevar mi alma hasta sus cimas, pero también amo sin medida, porque el amor como decía San Agustín no se puede medir, al mar, la mar, mi mar.
Elevo mi mirada al cielo que se refleja en su sereno oleaje y le doy gracias a Dios por poner todos sus tesoros en nuestras manos.
Jesús Rodríguez Arias
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