martes, 2 de mayo de 2017

"EL DESPRECIO DE LOS FRANCESES A LA SEMANA SANTA HARTÓ A LOS MADRILEÑOS Y REVENTÓ EL 2 DE MAYO"

Religión en Libertad

«El desprecio de los franceses a la Semana Santa hartó a los madrileños y reventó el Dos de Mayo»
Carmelo López-Arias

El 2 de mayo de 1808, con el bando de los alcaldes de Móstoles y la rebelión del pueblo de Madrid, comenzó la Guerra de la Independencia española, que se prolongaría hasta 1814 y acabaría significando, junto con el fracaso ruso, el principio del fin de Napoleón. En ese alzamiento nacional fue determinante el impulso religioso, pues las tropas francesas no eran simples tropas de ocupación, sino que llegaron determinadas a imponer la ideología totalitaria de la Revolución Francesa, brutalmente anticatólica.

Así lo explica el escritor Jesús Villanueva Jiménez, quien acaba de publicar una documentada y trepidante novela de acción ambientada en las semanas previas al Dos de Mayo: La campana y el cañón (Ediciones Sacramento).


-¿En qué medida influyó el factor religioso en el estallido de la Guerra de la Independencia?
-Tan determinante fue el amor a la Patria y a la defensa de su independencia ante la humillante invasión francesa, como el catolicismo que profesaba la inmensa mayoría de los españoles, que vieron cómo era ofendida su fe por el gabacho invasor. De hecho, las ofensas a nuestra fe católica por parte de las hordas napoleónicas y las faltas de respeto de oficiales y soldadesca durante las celebraciones religiosas en la Semana Santa de 1808 contribuyeron sobremanera a aumentar el hartazgo de los madrileños que reventó el 2 de mayo.  
 
-Incluso hubo sacerdotes que no dudaron en tomar las armas contra el invasor...
-Muchos. El más conocido, el Cura Merino, Jerónimo Merino Cob, que al presenciar los maltratos que perpetraron los franceses en su pueblo, y verse humillado él mismo en su función sacerdotal, se echó al monte y se hizo un destacado líder de la guerrilla en Castilla la Vieja.

-¿Qué hizo el clero de Madrid?
-Muchos sacerdotes de parroquias madrileñas se encararon, con la Cruz por toda arma, con los militares franceses, que incluso irrumpieron en las iglesias a caballo, con la excusa (disfrutaban humillándonos) de estar buscando “insurgentes” que habían atentado contra el Ejército Imperial.
 
-¿Y ese factor religioso ya fue detonante del 2 de mayo en Madrid que aborda en La campana y el cañón?
-Como afirmé anteriormente, sobre todo durante la celebración de la Semana Santa de ese año, del 11 al 17 de abril. Tal como cuento en la novela, los feligreses tuvieron que padecer las injerencias de Murat, como la orden dada por las cobardes autoridades españolas, a instancias del mariscal, de mantener las iglesias cerradas por la noche (aduciendo el incremento de altercados y desórdenes), circunstancia que afectó a las solemnidades litúrgicas. Aquella orden causó un gran malestar entre los parroquianos y sacerdotes.

-¡Una prohibición noctura arruina la Semana Santa entera!
-Una muestra de esa falta de respeto de los franceses fue la interrupción, a media tarde, en la iglesia de la Encarnación, de la conmemoración del Jueves Santo. La excusa fue un altercado en las cercanías entre soldados franceses y un grupo de madrileños, circunstancia que, para colmo, resultó ser falsa.

-¿Qué actitud mantenían las tropas napoleónicas durante los actos permitidos?
- Aun conociendo los gabachos la importancia que los españoles otorgaban a la Semana Santa, no cejaron en sus desplazamientos al acorde del estruendo de tambores y pífanos, incomodando sobremanera las celebraciones religiosas. Así como ofendían los soldados irrumpiendo sin contemplaciones en las iglesias sin descubrirse, mostrando actitudes irreverentes, hablando entre ellos en voz alta, durante la Santa Misa. Aquellas circunstancias constituían más leña al fuego de la indignación del pueblo. 

Jesús Villanueva Jiménez (arriba), durante la presentación de La campana y el cañón el pasado jueves 27 de abril en el Casino Militar de Madrid, donde, entre otras personalidades, estuvieron presentes el actual capitán general de Canarias y sus cuatro últimos predecesores (abajo).

-¿Por qué le atrajo contar la historia del Dos de Mayo?
-Siempre he sentido una admiración muy especial por aquel alzamiento del 2 de mayo de 1808: el heroico enfrentamiento del pueblo contra los mamelucos y coraceros en la Puerta del Sol (que tan brillante y pasionalmente muestra Goya en La carga de los Mamelucos), en la Plaza Mayor, en las calles de media ciudad; la defensa del parque de Artillería de Monteleón que lideraron los capitanes Pedro Velarde y Luis Daóiz. Un hito, en suma, en la historia de Europa, puesto que fue aquel el principio del fin de Bonaparte.

La carga de los mamelucos, de Francisco de Goya.

-¿Por qué ha mantenido los personajes de su, hasta ahora, gran bestseller, El fuego de bronce?
-Quise unir la Gesta del 25 de Julio de 1797, que cuento en El fuego de bronce, a través de sus protagonistas, Fermín, Pilar y Damián, con el Dos de Mayo. Una aportación tanto histórica como literaria. Además, introduzco muchas historias, dentro de la gran historia, que mostrarán al lector la sociedad de aquel Madrid y parte de la España peninsular de 1808. Tres meses de prolegómenos: tertulias de afrancesados y las contrarias; actos criminales comunes y la acción de la justicia; amores y desamores durante la cotidiana convivencia; la acción despreciable de traidores y la respuesta de los patriotas; así como una cronología rigurosa de los reales acontecimientos.

-Un arsenal documental, pues, además de una novela muy entretenida...
-Sobre todo me motivó escribir sobre el Dos de Mayo, tal como lo hice (sin escatimar pasión alguna), el vilipendio continuo al que se ve sometida nuestra Historia, a veces por ignorantes y en ocasiones por malintencionados, que habiendo nacido españoles, no solo no se sienten tales sino que desprecian a España, sus anales y sus símbolos. En boca de don Agustín Aguirre, un anciano reputado médico, explico mi visión de lo que hizo bullir Madrid, y las verdaderas intenciones de Napoleón con respecto a España. Creo que el razonamiento de don Agustín que reproduzco en la novela puede ser muy ilustrativo.
 
-¿Por qué ha incluido también una historia de suspense?
-Es parte de mi aportación a los hechos del Dos de Mayo, puesto que durante esas fechas la vida civil, cotidiana, con sus buenas y malas cosas, continuaba. Incorporar unos hechos delictivos terribles y la investigación y determinante acción del comisario Linares, en efecto, incorpora una narración de novela negra dentro de esta novela histórica.
 
-Antes ha hablado de la Gesta tinerfeña de 1797, eje argumental de El fuego de bronce. Recuérdela, porque no es demasiado conocida fuera de Canarias... 
-Fermín (grancanario) y Pilar y Damián (tinerfeños), humildes campesinos, se conocen y forjan una amistad extraordinaria (Fermín y Pilar se enamoran) durante los meses anteriores al ataque a Santa Cruz (la plaza fuerte más importante del archipiélago canario) de una potente escuadra británica (nueve buques de guerra y dos mil hombres) al mando del contralmirante Nelson, en julio de 1797.

»El teniente general don Antonio Gutiérrez le derrotó al frente de una escasa fuerza profesional (247 soldados del Batallón de Infantería de Canarias y 60 artilleros) más mil quinientos campesinos de las Milicias provinciales, mal armados y sin apenas instrucción militar; un puñado de reclutas de las Banderas de La Habana y Cuba; y parte de la tripulación de un barco francés. Se desata la batalla, en la que Fermín y Damián se baten con ardor, fortaleciendo más aún sus amistades. A pesar de la diferencia de fuerzas a favor de Nelson, éste es gravemente herido, cuando estaba a punto de desembarcar en una playa, por la metralla del mítico cañón El Tigre, perdiendo su brazo derecho y casi la vida, la madrugada del 25 de julio. Después de sangrientos enfrentamientos en las playas, calles y plazas de Santa Cruz, los británicos se rinden, ante el ímpetu de los defensores dirigidos por Gutiérrez. Aquella derrota, que jamás imaginó Nelson sufrir, fue ocultada o falseada por la prensa e historiografía de los de la Pérfida Albión, una más de tantas. [Puede adquirirse El Fuego de Bronce aquí]

-¿Cómo continúa esa historia en La campana y el cañón?
-Por cosas del destino, algo más de diez años después, los amigos se reencuentran en Madrid, en aquellos días convulsos previos al Dos de Mayo. Ellos vencieron a los británicos de Nelson, ¿por qué no vencer también a las hordas de Napoleón?    
 
-¿Le seduce la idea de unos "episodios nacionales" siguiendo el hilo de este grupo de amigos?
-No creas que no me ha rondado la cabeza. Pero, sinceramente, lo veo difícil. El tiempo dirá. De momento estoy trabajando en una nueva novela donde trataré otro tan desconocido como gran acontecimiento histórico de España.
 
-¿Por qué en todas tus novelas destellan las virtudes del honor, la lealtad, la amistad, el sentido del deber, la fe sencillamente vivida de sus héroes?
-Todas estas virtudes que mencionas son una misma, puesto que se complementan, dando por hecho que un hombre sin fe también puede hacerlas suyas. Estas virtudes, pilares morales de una sociedad sana y robusta, están siendo mancilladas de continuo en el cine, literatura y demás disciplinas de la comunicación de nuestro tiempo. Es penoso, lamentable, terrible que tales principios sean considerados poco menos que ridículos o absurdos, por nada o poco prácticos (particularmente el honor y el sentido del deber) por una parte importante de las nuevas generaciones, consumidoras de programas de televisión denigrantes y expresiones artísticas como películas y series televisivas que vierten cada día una infecta doctrina contra estos principios, antaño valores incuestionables. Que yo les dé protagonismo en las vidas de mis personajes es mi contribución a su defensa, además de que son parte fundamental de mi vida.
 
-¿Y cuáles son sus fuentes de inspiración literarias?
-Cervantes, con su Don Quijote, me ganó el corazón hace ya muchos años. Don Benito Pérez Galdós y sus Episodios Nacionales. Aquellos valientes del San Juan Nepomuceno en su Trafalgar, capitaneados por Cosme Damián Churruca, también me ganaron el corazón; como me lo ganaron el Gabrielillo enamorado y el cura don Celestino corriendo por las calles de Madrid, entre el gentío enardecido y los gabachos sorprendidos por aquella revuelta.

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