domingo, 9 de abril de 2017

* CON OJOS DE PENITENTE.



Un nuevo domingo pero este es muy especial, este es Domingo de Ramos.

Hoy quiero compartir con todos vosotros mi semanal artículo publicado en exclusiva en INFORMACIÓN en el apartado que dirige y coordina mi buen hermano Pepe Moreno Fraile y que lleva por título: "Con ojos de penitente".

Y es que pienso que aunque estemos aquí o allá los que amamos este precioso apostolado como es el cofrade vemos estos días en los que conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo precisamente así, con ojos de penitente...

Os deseo una Semana Santa donde seamos capaces de ver y sentir a Cristo Jesús.

Jesús Rodríguez Arias



CON OJOS DE PENITENTE


Llega un día especial de una semana concreta del año en el que deja de ser quién es para convertirse en cuerpo y alma en penitente.

Ese día es de nervios y emoción a pesar de que ya peine canas hace muchos años, ese día es una liturgia en sí mismo desde que comienza hasta que termina. Se levanta temprano pues siente el mismo “gusanillo” que cuando de chiquillo amanecía el día de los Reyes Magos. Se viste con su “trajechaqueta” y esa corbata de color idéntico al de su hábito nazareno con el que procesionará horas después. La camisa por supuesto blanca. Escudo de solapa en oro que fue el regalo que le hizo su hermandad el día que cesó como miembro de la Junta de Gobierno después de décadas sirviendo a Dios y a la Iglesia por medio de la misma. Se calza sus relucientes zapatos mientras espera que su mujer se termine de acicalar aunque en coquetería no se sabe quién gana a quién.

Salen con tiempo para desayunar en la cafetería que está junto a la Iglesia coincidiendo con sus hermanos de toda la vida donde entre el café y las tostadas hablan de los estrenos, de sus ayeres y como no del tiempo porque el día en el que cada uno hace su particular Estación de Penitencia la climatología cobra especial relevancia. Menos mal estos móviles que te conectan con todas esas páginas que te informan al detalle si llueve o no y a qué hora lo hace.

A él de siempre le gusta llegar con bastante tiempo de antelación a la hora que empieza la Misa de Hermandad porque le gusta rezar mirando al Señor y a su Bendita Madre a los ojos, le gusta saludar y conversar con sus hermanos de siempre, con sus familias que son también parte de la suya, con la gente de su gente, con el Cura que cada vez que lo ve lo llama para preguntarle tal o cual cosa como si todavía ejerciera el cargo que hace tanto que abandonó. Le gusta sentarse en su sitio de siempre y disfrutar a su modo y manera de esta Misa que se hace Hermandad.

Disfruta con ojos de niños lo que su cansado corazón siente. ¡Qué bien lee el chiquillo de Vicente, el hermano mayor! ¡Qué bien canta el coro! ¡Qué guapa está la Madre en su paso mientras Jesús la mira con ojos de Bondad! Cada íntimo pensamiento es una oración que no está escrita ni regida en ninguna parte.

Al terminar la Eucaristía empieza todo. Los hermanos se van despidiendo porque tienen que estar pronto de vuelta mientras los de siempre se quedan para empezar con todos los preparativos que conlleva poner en carrera a un cortejo de estas características.

Él, por supuesto, se queda para echar una mano porque está a disposición de su Cofradía, de sus hermanos, de sus Titulares que son lo más grande que hay porque es una forma de estar con Dios que permanece en ese coqueto y pequeño Sagrario donde ha echado, sigue haciéndolo, tantas horas de su vida.

Termina tarde como es habitual y almuerza junto a su mujer y esos hermanos de toda la vida en el bar que cada año acoge este encuentro. Es un almuerzo frugal casi espartano donde ya se empieza a notar la tensión previa a la Salida, donde ya las emociones y recuerdos se van haciendo cada vez más palpables.

Vuelve a casa y dentro del mismo ritual de cada año se reviste con su hábito nazareno, la túnica de la hermandad de su vida, en la puerta se coloca su antifaz que lo convierte en penitente y vuelve a la Iglesia por ese camino más corto, más solo, en medio de sus pensamientos hechos oración.

Una nueva Estación de Penitencia con su cirio al brazo muy cerquita del paso de la Virgen aunque él siempre dice que es más del Señor pero la antigüedad y los años son los que son.  Reza en el silencio de los pesares, sus pies descalzos se van habituando a la agresión que supone caminar sobre el asfalto donde la mínima piedrecita produce dolor, donde siente como los años han ido pasando por el insufrible dolor de riñones por las horas que lleva y todos estos padecimientos voluntarios los ofrece por los que solo Ellos saben.

Va terminando una nueva Estación de Penitencia, los espera ya dentro del Templo, mientras terminan de entrar esos penitentes que faltaban. Silencio, se oye la voz del capataz, la plaza muda, el paso se adentra en la Iglesia muy poquito a poco mientras los sones de la Marcha Real vuelven a poner los vellos de punta. Él, desde ese lugar en el Sagrario, observa con los ojos llenos de lágrimas que todo vuelve a comenzar y lo ve con ojos agradecidos, con ojos de un cristiano-cofrade enamorado, con los ojos de un penitente.

Jesús Rodríguez Arias 

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