lunes, 18 de noviembre de 2013

DEDICACIÓN DE LAS BASÍLICAS DE SAN PEDRO Y SAN PABLO.

Logo Aleteia


En el siglo IV aparecen y se levantan basílicas en honor de los mártires, cuando ya pasó el tiempo de las persecuciones. Antes, no hay constancia de tumbas de los que murieron por la fe en los primeros siglos a excepción de las de Pedro y Pablo. Los dos murieron mártires en Roma, en el año 67 en distintos días, aunque la liturgia los una en la misma celebración. A Pedro lo crucificaron y los cristianos lo enterraron junto a la Vía Aurelia; Pablo fue decapitado y recibió sepultura en la Vía Ostiense, cerca del Tíber. Tuvieron una importancia capital en la fundación de la iglesia romana y los cristianos no podían olvidar sus tumbas.
 
Ha comenzado el siglo IV, Constantino es el emperador y Silvestre el papa. A sus ruegos, se levanta una basílica sobre la tumba de san Pedro y la dedica en el año 326. Es grandiosa y la tumba inaccesible; solo queda una abertura hacia el interior por donde los peregrinos de toda la Edad Media hacían descender lienzos y objetos hasta tocar el sepulcro que luego eran guardados como reliquias. Aquella basílica era como la catedral del mundo.
 
El mismo emperador se cuidó también de edificar otra basílica en la tumba de Pablo; un templo pequeño que remozó posteriormente y amplió Valentiniano.
 
Son los recintos sagrados más visitados de Roma, centros de peregrinaciones mundiales, y donde más profesiones de fe se repiten con el rezo del credo. Hasta tal punto es esto así que el papa Simplicio, en el siglo v, estableció turnos permanentes de clérigos para atender allí el culto y administrar los sacramentos del bautismo y la penitencia.
 
Alarico respetó las dos basílicas en el 410 con todos los bienes y personas que contenían; luego, sí, hubo otros saqueos. En previsión de desastres futuros mayores, León IV hizo amurallar la basílica vaticana en el siglo IX, es lo que se conoce como la Ciudad Leonina; Juan VIII hizo lo mismo con la de san Pablo.
 
Se realizaron sucesivas restauraciones del altar de san Pedro, levantado sobre su tumba. La basílica primera se había hecho pequeña y amenazaba ruina. Nicolás V se propuso construir la actual llamando a los mejores arquitectos y a los más renombrados artistas; varios papados se sucedieron hasta que pudo consagrarla Urbano VIII el 18 de noviembre de 1626.
 
Las excavaciones realizadas por Pío XII pusieron al descubierto las distintas capas superpuestas de las sucesivas restauraciones. La coincidencia entre lo que se había transmitido de palabra y lo que constaba por escrito documentalmente muestra una coincidencia admirablemente confirmada por la arqueología. Apareció el altar construido por Calixto II en el s. XII, el de Gregorio Magno en el 600 y más abajo la construcción constantiniana del s. IV, hasta llegar al primer revestimiento hecho por el papa Anacleto, allá por el año 160, que encerraba la humilde fosa excavada en la tierra y recubierta por tejas, con los restos del Apóstol.
 
La basílica de San Pablo fue destruida casi enteramente en 1823 por un incendio; comenzó su reconstrucción León XII y la consagró Pío IX, el 10 de diciembre de 1854.
 
Pedro y Pablo han sido unidos por la liturgia tanto en la celebración del día de su martirio, el 29 de junio, como en la celebración de la consagración de sus basílicas, el 18 de noviembre. Para eso son dos columnas de la Iglesia estos Apóstoles, dispares en el origen y en el modo de cumplir su común mandato, pero unidos en idéntico testimonio martirial en la misma persecución. La dedicación de ambas basílicas recuerda a todos los cristianos en el mundo que la fe en Cristo se fundamenta en la predicación fiel del Evangelio y en la sangre de los primeros discípulos del Señor que supieron ser leales hasta el martirio.

Artículo publicado originalmente por Archidiócesis de Madrid


No hay comentarios:

Publicar un comentario