lunes, 4 de noviembre de 2013

¿CÓMO EXPLICAR A LOS NIÑOS LA MUERTE DE UN SER QUERIDO?

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La enfermedad propia o de un familiar, la muerte de un ser querido o la separación de los padres son acontecimientos críticos para niños y adolescentes. ¿Cómo pueden afrontar los padres esos momentos? Marisa Magaña, directora del Centro de Escucha San Camilo te da pistas para acompañar a tus hijos.

¿Por qué todavía tenemos tanto reparo  para acudir al psicólogo, cosa que no nos pasa con otros especialistas?

Es curioso como en sociedades tan cambiantes como la nuestra tenemos una alta capacidad para adaptarnos a todo lo nuevo que nos llega y lo acogemos con los brazos abiertos por distinto que nos parezca y sin embargo arrastremos tabús y estigmas a través casi de los siglos.

Ir al psicólogo, por desconocimiento, aún se sigue asociando a tener trastornos mentales o en el peor de los casos a ser “tonto”. No ocurre lo mismo con otros profesionales como pedagogos, logopedas que se asocian a otro tipo de trastornos que no son tan vergonzantes.

Sabemos cuándo una persona tiene que acudir al médico pero no sabemos bien cuando deberíamos acudir al psicólogo ¿Nos lo puede aclarar?

Ocurre que estamos tan acostumbrados a convivir con determinados hábitos de pensamiento y comportamiento insanos, que ya los hemos normalizado y aunque no nos hacen sentir bien, pensamos que no se pueden cambiar.

Ciertamente no existe una línea divisoria clara y no resulta fácil diferenciar, ante un malestar personal, si será suficiente con el apoyo de familia y amigos o requiere de la ayuda de un profesional de la salud mental.

Algunas pistas sobre si deberíamos acudir o no a buscar ayuda profesional nos lo pueden dar los parámetros siguientes:

•    ¿Se trata de un problema/circunstancia que está limitando la rutina diaria y ésta se está viendo perjudicada?
•    ¿Se ha intentado solventar de alguna manera y bien por falta de capacidad o de motivación, no se ha obtenido resultado positivo?
•    ¿El motivo del  malestar, se mantiene en el tiempo y no sólo no mejora sino que va a más?

Si la reflexión ante estas preguntas nos lleva al sí como respuesta, no estaría de más, al menos, consultar nuestra preocupación con un psicólogo.

Se dice que  muchos de los problemas relacionados con la personalidad o incluso la enfermedad mental tienen sus primeros síntomas en la adolescencia y juventud, incluso en la niñez. ¿Es así?  En ese caso, ¿cuáles son los síntomas que deben observar los padres para llevar, preventivamente, a sus hijos al psicólogo?

La gran mayoría de los problemas relacionados con la personalidad tienen su origen en la infancia, tienen que ver con los tipos de vínculos aprendidos, el afrontamiento de problemas, la ocurrencia o no de acontecimientos traumáticos, etc.

La enfermedad mental es ya un asunto más complejo y dependiendo de distintas variables, entre otras si tiene componente genético o no, podrá debutar  en distintos momentos de la vida del ser humano.

Los padres tenemos un instinto que hace que ante determinadas reacciones, comportamientos, actitudes de nuestros hijos, nos digamos “algo no va bien”. Comportamientos atípicos; niños que no se relacionan o se relacionan mal con otros niños, que sólo juegan solos, que mantienen un estado de ánimo triste, que no responden al cariño, que están en continua rebeldía, que no toleran los límites, etc. Son comportamientos que nos deberían hacer pensar a los padres que algo le ocurre a nuestro hijo y no estamos llegando a ello.

Hay momentos especialmente críticos en la vida de un niño o de un adolescente: enfermedad suya o de un familiar, muerte de un familiar cercano, separación de los padres…. ¿Cómo les afectan estas situaciones?

Acontecimientos como la enfermedad propia o de un familiar, la muerte de un ser querido, la separación de los padres, etc.  Cuando ocurren durante la infancia o la adolescencia,  suelen afectar al menor en todas las dimensiones de su persona.

Ante esto los padres hemos de estar especialmente alerta, porque los adolescentes y especialmente los niños, no manifiestan sus sentimientos como los adultos, más bien los “actúan”. A los menores les cuesta expresar, les cuesta entender lo que sienten y más aun “sacarlo”.

Es frecuente, por ello, que su malestar; tristeza, rabia, culpa… lo proyecten en sus actividades y comportamientos diarios; falta de ilusión por las cosas, no querer estar lejos de casa, reacciones violentas sin causa justificada. Recuerdo el caso de una niña de 10 años que ante la muerte de su hermana pequeña no expresaba ningún sentimiento hasta que una noche que se quedó a dormir en casa de su mejor amiga, le dio un ataque de llanto tan grande que los padres tuvieron que ir a buscarla.

¿Cómo deben actuar los padres?

Fundamentalmente de dos maneras; haciendo a los menores participes de lo que está ocurriendo en la familia. Es decir, informarles, adaptando la información a su nivel de comprensión, de lo que está ocurriendo, de en qué manera les va a afectar, cambios de horarios, etc. Si se trata de una enfermedad grave, sin cerrar la puerta de la esperanza, no mentirles sobre la gravedad y la posibilidad de no curación, los menores también necesitan ir haciendo su despedida.

Una vez hecho esto es importantísimo darles la oportunidad para que expresen lo que están sintiendo, que pregunten lo que quieran saber, ellos dosifican con sus preguntas. Normalizar y acoger su llanto, rabia, etc., con cariño y comprensión explicándoles que es su manera de expresar el amor hacia su ser querido.

En nuestra sociedad no se lleva hablar de la muerte y menos a los niños, ¿cuándo y cómo hay que hablar a un niño de la muerte?

Siempre que el menor haya sufrido una pérdida significativa es importante hablar con él.

¿Qué debemos decir al niño? Cómo nos sentimos, que entendemos su tristeza, que es natural que sienta pena o rabia, que en esta vida ya no veremos más al fallecido.

Tener en cuenta además que los principales temores del niño son ¿Causé yo la muerte? ¿Me pasará a mí? ¿Quién me va a cuidar si se muere también mi…?

Desde su experiencia ¿cuáles son las situaciones que más  nos “duelen”, en el  cuerpo y en el alma, a las personas en estos tiempos que vivimos?

Desde mi experiencia, las situaciones que más nos duelen a los seres humanos son intemporales, y tiene que ver con el miedo a que nos dejen de querer. Aunque suene a manido, querer y ser querido es lo que da sentido al ser humano, afortunadamente.

Perder ese cariño, por muerte, abandono, agresión, etc. Deja un vacío en el alma que si no se trabaja para afrontarlo termina enfermando el cuerpo. La gran mayoría de los trastornos de una persona tienen su origen en no haber recibido cariño o haberlo recibido de una manera insana.

Usted trata casos de personas que han tocado fondo ¿cómo les motiva para salir del pozo y abrirles horizontes de esperanza?

Cuando te sientes tocando fondo, una de las cosas que más necesitas es que mientras te estás “quejando” por lo mucho que te duele lo que te está pasando, haya alguien sentado a tu lado recogiendo todo esto que dices. Entendiendo la magnitud de su gravedad, validando sus reacciones y comportamientos como propios de la situación tan dura que está viviendo e incluso animándole a que “no se aguante” nada de lo que sienta, porque sí, porque la queja es buena y es buena porque sana. Es la rehabilitación del hueso roto, duele mientras se hace pero sin ella no se vuelve a caminar bien.


Solamente después de haber acogido al otro en sus debilidades podrá confiar en ti para que le ayudes a re/descubrir sus fortalezas.

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