Viejas matrículas
Pensé que mi mala memoria me libraría, al menos, de la nostalgia, pero, a partir de cierta edad, la melancolía ataca por la espalda. Con el comienzo del verano, he recordado inesperadamente la ilusión que a los indígenas de un pueblo de veraneo nos hacía descubrir nuestras calles, de un día para otro, llenas de coches de otras provincias. En julio, de Sevilla, sobre todo, y un poco de Badajoz y algo de Córdoba. En agosto, Madrid mandaba, pero también había bastantes coches de Bilbao, y tres o cuatro de Barcelona, que reconocíamos de lejos, pues pertenecían a unas chicas Abascal, que...
Entonces la nostalgia no echaba sus intensificadores de sabor, pero era muy entretenido ir viendo denominaciones de origen en las matrículas de los coches de delante y de detrás. A los aborígenes nos llenaba de orgullo lo cosmopolita que se había puesto, con las vacaciones, nuestra ciudad. También había alguna caravana francesa o inglesa o alemana, pero a ésas, por ser de turistas y no de veraneantes, las ninguneábamos. Contaban las matrículas que pregonaban: llegaron los madrileños, llegaron los vascos, ¡llegaron las Abascal!...
La decadencia del Puerto de Santa María como lugar de vacaciones exquisito, por más que me pese tanto y aunque muchas familias -a las que tendríamos que hacer la ola- se resisten a abandonarnos, es alarmante. Esa decadencia quizá empezó (alcaldes y gestiones tontísimas aparte) con la idea gris de unificar las matrículas. Se perdió un encanto y una advertencia constante, que nos decía: "Ahora tenemos visitas: ofrezcamos nuestra mejor cara". Uno llegaba a creérselo. Era ir viendo invitados por la carretera; ahora sólo se ven aglomeraciones y cláxones, sin ningún encanto distintivo. Son pequeños matices, que van marcando las diferencias, además de los matices mastodónticos, de los que hablaremos otro día, que hoy, abatido por la melancolía, me faltan las fuerzas.
Demasiada elegía por unas matrículas, pensará -naturalmente con razón- el lector ecuánime. En mi descargo diré que estoy bajo los efectos de la propuesta de reforma de las Administraciones Públicas, que apenas propone (los nacionalistas ya han dicho que jamás la aplicarán), que apenas reforma, y que apena mucho. Estructuras que nos salen por un ojo de la cara y que nos distancian y enfrentan, se quedan. Aquello de las matrículas, tan ameno y tan ilustrativo y económico, nos lo chafaron sin piedad.
Entonces la nostalgia no echaba sus intensificadores de sabor, pero era muy entretenido ir viendo denominaciones de origen en las matrículas de los coches de delante y de detrás. A los aborígenes nos llenaba de orgullo lo cosmopolita que se había puesto, con las vacaciones, nuestra ciudad. También había alguna caravana francesa o inglesa o alemana, pero a ésas, por ser de turistas y no de veraneantes, las ninguneábamos. Contaban las matrículas que pregonaban: llegaron los madrileños, llegaron los vascos, ¡llegaron las Abascal!...
La decadencia del Puerto de Santa María como lugar de vacaciones exquisito, por más que me pese tanto y aunque muchas familias -a las que tendríamos que hacer la ola- se resisten a abandonarnos, es alarmante. Esa decadencia quizá empezó (alcaldes y gestiones tontísimas aparte) con la idea gris de unificar las matrículas. Se perdió un encanto y una advertencia constante, que nos decía: "Ahora tenemos visitas: ofrezcamos nuestra mejor cara". Uno llegaba a creérselo. Era ir viendo invitados por la carretera; ahora sólo se ven aglomeraciones y cláxones, sin ningún encanto distintivo. Son pequeños matices, que van marcando las diferencias, además de los matices mastodónticos, de los que hablaremos otro día, que hoy, abatido por la melancolía, me faltan las fuerzas.
Demasiada elegía por unas matrículas, pensará -naturalmente con razón- el lector ecuánime. En mi descargo diré que estoy bajo los efectos de la propuesta de reforma de las Administraciones Públicas, que apenas propone (los nacionalistas ya han dicho que jamás la aplicarán), que apenas reforma, y que apena mucho. Estructuras que nos salen por un ojo de la cara y que nos distancian y enfrentan, se quedan. Aquello de las matrículas, tan ameno y tan ilustrativo y económico, nos lo chafaron sin piedad.
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