Hace unos pocos días, el diario ABC ha hecho público un importante documento, procedente de esos servicios secretos británicos que algunas veces han servido para las películas de intriga. Gracias a él se confirman y aclaran ciertos puntos sobre un hecho de gran relieve en la historia española: no haber entrado en la guerra, al lado de Alemania, escapando así a un peligro que hubiera sido mortal para los miembros de una generación que estaba alcanzando la edad del servicio obligatorio. Churchill, para quien la conservación de Gibraltar era objetivo vital, temía que la germanofilia empujara a España hacia la guerra. Y por ello escogió como embajador en Madrid a un hombre de tanto rango político como era sir Samuel Hoare; a su lado, y figurando como agregado naval, iba a instalarse el principal agente del M, gracias al cual conocemos los detalles. En junio de 1940 se produjo la caída de Francia, derrumbando las esperanzas de Franco de que entre España y Alemania se intercalara como en 1914 un frente estabilizado que le daría seguridad. Y el jefe de Estado español estaba informado de que el Estado Mayor de la Wehrmacht había preparado un plan, Operación Félix, para cruzar España, por las buenas o por las malas, apoderándose del Peñón. Los ingleses confiaban tan poco que el avión que trajo a Hoare recibió orden de permanecer en Barajas por si era necesario sacar de prisa al embajador. A los pocos días sir Samuel, que había establecido contacto con altas personalidades españolas, transmitió al piloto la orden de regresar. No había peligro. El único incidente lo habían protagonizado unos muchachos que fueron a tirar piedras a la embajada. Serrano Súñer, desde el Ministerio del Interior, preguntó al embajador si quería que le enviase más policías. Con fina ironía británica sir Samuel respondió: «No, sólo quiero que me mande menos estudiantes».
Aquí está una de las claves que nos refuerza el documento que comentamos: los británicos temían un golpe alemán que entregase a Serrano Súñer el poder y, con ello, que España se sometiese a las órdenes que ya se estaban formulando a través del embajador. Pero los británicos, que conocían ya que el 27 de mayo Franco había dado tormentosa audiencia a Yagüe, principal de los germanistas, privándole luego de su cartera de ministro y confinándole en San Leonardo de Soria, descubrieron también que, entre los altos mandos militares, incluyendo al ministro Varela o a Kindelan, había una fuerte opinión contraria no sólo a la guerra, sino a lo que Alemania significaba. Y de ahí nace la operación, cuyos detalles nos desvela el documento.
Curiosamente la figura máxima de este sector era el hermano de Franco, Nicolás, embajador en Lisboa. La M-16 esbozó, al parecer, una especie de plan, apoyando a todo este sector para evitar que Serrano o los progermanos del Movimiento se hicieran con el poder. Sabían que sería necesario disponer de fondos, repartidos entre los diversos protagonistas, para hacer frente a los gastos que cualquier operación de este tipo lleva consigo. Conviene que el lector no se engañe: no se trata de un soborno, sino de que don Juan March, como en 1936, controlase los desembolsos que pudieran necesitarse y que al final tampoco hicieron falta. Los militares, partidarios de la restauración de la monarquía, formaban un bloque sólido.
Pero la clave se hallaba en Nicolás. Desde Lisboa viajó a Madrid para dar cuenta a su hermano y convencer a Beigbeder del absurdo de entrar en la guerra. Y luego, a solas y sin intérpretes, mantuvo una larga conversación con Oliveira Salazar en la que se llegó a una decisión: añadir al trato de amistad ya existente, un protocolo que pudo calificarse acertadamente de «bloque ibérico». España y Portugal iban a prestarse toda la ayuda necesaria para mantener la Península fuera de la guerra. Por Lisboa vendrían las noticias británicas y por Madrid las alemanas, cuya propaganda era más fuerte que nunca.
Churchill tuvo noticia de todo esto; por eso alivió el bloqueo de carburantes o alimentos para aliviar aquel del hambre como le llamábamos los que entonces vivíamos. Pero la situación era tan tensa que la publicación del protocolo ibérico se retrasó hasta el 24 de junio, mientras se detectaba la presencia de fuertes unidades alemanas. Mientras el Führer confió en el plan de Göring sobre el bombardeo de Inglaterra, la operación Félix se fue retrasando. Pero las noticias de que disponemos por otra documentación reservada del propio Caudillo y por los datos que más tarde transmitiría Serrano en una intervención muy posterior ante los Cursos de El Escorial permiten comprender que se vivieron semanas muy tensas. Han dado lugar a que algunos historiadores piensen que el Generalísimo estuvo tentado a entrar. No hay ningún dato que permita creerlo. Al contrario: el gobernador militar de San Sebastián fue destituido porque consintió una visita uniformada de sus vecinos alemanes.
La solución final vino de otra parte. Hitler exigía la presencia de Serrano en Berlín para completar la hora y el día de la operación Félix. Aunque retrasado deliberadamente, ese viaje tuvo lugar en septiembre. Y entonces don Ramón pudo pasar por dos experiencias. La primera las horas que, la misma noche de su llegada a Berlín, tuvo que permanecer en el refugio antiaéreo de su hotel porque la ciudad estaba siendo bombardeada. La segunda, como explicaría después a Ciano, el modo como fue tratado: se le daban órdenes como si fuera un lacayo o el esbirro de una colonia. De modo que cuando regresó a España para pilotar la entrevista de Hendaya la decisión estaba tomada: a la guerra no, de ningún modo; al nacionalsocialismo, tampoco. Nicolás tenía razón y el acercamiento a los ingleses no iba a tardar. Uno de los agentes españoles infiltrados en la Embajada británica explicó que Hoare había recibido con alegría la noticia de Hendaya; a fin de cuentas su plan había salido bien y la Península seguiría en la neutralidad, sirviendo además de refugio.
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