lunes, 22 de diciembre de 2014

VUELVE A CASA POR NAVIDAD; POR JUAN J. LÓPEZ CARTÓN.






            Cuando se acercan estas fechas la televisión se llena de anuncios que hacen referencia a la Navidad. La mayoría se limitan a lanzar su mensaje de consumo navideño aunque desde hace unos años cada vez son más los que buscan tocar la fibra sensible. ¿Quién no recuerda ese “Hola soy Edu, Feliz Navidad”, “La chispa de la navidad” y otros muchos? Yo quiero quedarme con el que creo que es el decano de esos mensajes junto a las muñecas de Famosa que se dirigían al portal.

            Estoy seguro que al leer el título de hoy a todos nos ha venido la misma imagen, y es que ese turrón Almendro nos traslada automáticamente al abrazo del hijo a la madre, a la vuelta del marido después de mucho tiempo fuera, a la sorpresa de la abuela cuando abre la puerta y se encuentra detrás a su nieto retornado. Desde luego que creo que la gran mayoría de nosotros hemos crecido con este anuncio que realmente era el que nos advertía, igual que el Adviento, que sí, que la Navidad ya estaba cerca. Por mucho que los centros comerciales intenten adelantar “su navidad”, para muchos la que realmente nos advertía de esa cercanía era esa tableta de miel con almendras.

            Para un trotamundos como yo, que he pasado más de media vida fuera de casa, cumpliendo el lema del turrón, os aseguro que aunque haya anuncios que despierten mi fibra sensible, el único que me sigue emocionando cada año es el mismo, el que me recuerda que volveré a juntarme con mi familia, mi gente, un año más por la Navidad.

            El hecho en sí realmente se supone que no tiene más transcendencia que la de pasar unos días con la gente que añoras, aunque tratándose de la Navidad va más allá. En cualquier época del año, generalmente en verano, aprovechamos para esas visitas que tanto nos gustan en las que lo pasamos tan bien y hacemos innumerables visitas, actividades, comidas… pero en Navidad eso queda en segundo plano.

            Si para los que creemos en la Llegada un año más de Jesús de Nazaret encarnado en la piel de un Pequeño, la Navidad tiene un significado religioso y festivo; para los que dicen no creer en nada, para los que su verdad está unida a otras “alturas”, no es indiferente. Cierto, no por creencias está claro (aunque no por eso renuncian a unos días de solaz), porque dicen que esta fiesta nos la hemos inventado los creyentes, aun así en estos días también se juntan en familia, o incluso con los amigos pero, sin proponérselo, en un ambiente recogido sin buscar en estos días el ritmo frenético que imprimen otras fechas.

            Muchas cosas vuelven a casa por Navidad. Generalmente rodeadas de melancolía, de recuerdos. Hay años que esa melancolía, esos recuerdos, esas añoranzas se envuelven en un ritmo frenético, en un ambiente de obligación que hace que, contradiciéndome a mí mismo, por momentos sienta repulsa por la navidad. Así como suena. Me envuelve un sentimiento de repulsa que hace que me pregunte muchas cosas: ¿por qué y para qué monto el belén?, ¿por qué hemos de juntarnos con gente que no nos apetece, aunque nos unan estrechos lazos?, ¿por qué cambiamos nuestra habitual música por villancicos que a los veces no les encontramos ningún sentido?... La verdad es que ese sentimiento me atenaza últimamente en demasiadas ocasiones, al igual que imagino que habrá gente que se haga esas mismas preguntas porque simplemente no creen en el auténtico sentido de estos días.

            En demasiadas ocasiones echamos la culpa de ese sentimiento de abandono a la falta de gente, como buscando una disculpa para no dejarnos envolver por el auténtico sentido de la Navidad. Nos olvidamos que en Navidad también “vuelven” esas personas a las que echamos de menos. Si lo pensamos fríamente siempre les tenemos en mente: cuando hay un acontecimiento concreto, cuando se da una circunstancia a lo largo del año, mencionamos a esas personas: “fíjate con lo que le gustaba a él o a ella”, “¡Ay si te viese tu padre o tu abuelo!”, “si estuviese aquí…”; sin embargo en esos días la presencia, que no la ausencia, se hace más patente. Recuperamos tradiciones que se tenían cuando estaban, se les menciona con un tono cariñoso como si realmente estuviesen compartiendo estos días con nosotros… ¿y acaso no lo están?

            Los que se fueron siguen entre nosotros todo el año, toda nuestra vida; da fe de ello que no les olvidamos y estoy seguro que si a cualquiera de nosotros se nos invita a recordar un momento con cualquiera de esas personas no tardaremos ni medio segundo en traer no uno, cientos de recuerdos. Eso solo es señal que les tenemos presentes continuamente.

            Vuelve a casa por Navidad. Todos, de una manera u otra volvemos a casa por Navidad, y con nosotros vuelven las personas que marcharon, incluso las que no merecen nuestro recuerdo; esas también vuelven, aunque sea para no recordarlas, porque como he escrito en otras ocasiones también de ellos aprendemos aunque sea a no seguir sus pasos.

            Quiero recordar y compartir hoy con estas líneas algo que sucedió hace diez años, que hace que hoy esté en paz. Me apetece, simplemente, me apetece: Por ser como soy y por los malos entendidos que tantas veces nos esforzamos en crear, alguien demasiado importante en mi vida y yo estábamos no distanciados, sino que revelados el uno contra el otro. Esas Navidades, cuando seguía el dicho del turrón, algo sucedió que nos tuvo a todos en vilo: cosas de niños que quien se acuesta con ellos… La cuestión es que entre las paredes de una habitación de hospital, con aquella criatura peleando por seguir dando guerra como testigo, la chispa de la Navidad hizo que se hablasen las cosas y se abriesen los corazones. Que todo lo que en su día fueron armas arrojadizas en forma de reproches se convirtieran en motivos de comprensión y de unión. Esas Navidades están grabadas a fuego en mi recuerdo, fueron las que peor empezaron y mejor terminaron, aunque tristemente fuesen la antesala para que poco más de tres meses después tuviese que despedir con dolor de hijo pero con amor y paz al que durante años fue mi adversario natural por amor. Gracias a esa chispa de Navidad, en la que un niño ocupando una cuna como el que nació hace más de dos mil años fue testigo, hoy, cuando llego a casa no llego solo. Además de mi mujer y mis hijos viene conmigo y me espera en su butaca el hombre que se refleja en el espejo cada vez que me miro.

            Vuelve a casa por Navidad. Mi deseo para todos que este año, cuando volvamos a casa para reunirnos con nuestras familias, con nuestra gente, cuando recibamos al que llega de lejos, lo hagamos no solo los que aún estamos en este vil mundo, sino que lo hagamos acompañados, y sabiendo que también nos esperan los que nunca se fueron.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda junto a mis mejores deseos para estos días en los que los creyentes tenemos un Motivo más para creer y los que no, al menos con la disculpa, hacen de estas fechas unos días entrañables.

            Con cariño Juan J. López Cartón


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