Por el P. Luis J.F. Frontela.
En Navidad los cristianos celebramos, no una fiesta más de invierno, sino una fiesta cristiana, cien por cien, el recuerdo del nacimiento de Jesús en quien nosotros hemos reconocido al Dios con nosotros.
Del Nacimiento de Jesús es de donde brota la alegría, no hay ya lugar para la tristeza, porque entre nosotros nació aquel que es la vida, que disipa el temor ante la muerte y nos trae la alegría de la eternidad. Cristo comparte nuestro destino de muerte, para que nosotros compartamos con él su destino de gloria. Nos deseamos los mejores sentimientos que nacen del corazón humano: paz, felicidad. Al fin y al cabo el Evangelio así nos presenta el acontecimiento del Nacimiento de Cristo, momento de alegría, solidaridad y deseo de paz y felicidad: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y todo ello porque un día Dios nos hizo el mejor regalo que se puede hacer, darnos aquel que es su hijo, en quien nos recuerda que también nosotros somos hijos suyos.
La fiesta de Navidad es una fiesta para la contemplación de lo que sucedió un día incierto de principio de la era cristiana cuando Jesús nace en Belén, cómo fue acogido por María y José, que como todos los padres, ante el nacimiento de un hijo, se extasían ante el pequeño recién nacido. Y es que el nacimiento de un hijo es siempre motivo de alegría para la familia y los allegados, y cómo desde el cariño y el amor de padres, trascendiendo la mirada humana, saben contemplar en aquella vida precaria y débil, como toda vida humana, al Dios con nosotros que les había sido prometido.
Cómo fue acogido por los pastores que guardaban sus ovejas por aquellos campos de Belén, y cómo le regalaron lo poco que tenían. Nunca, nadie queda indiferente ante el nacimiento de un niño, y menos cuando ese niño es anunciado como el Mesías. Por eso aquella gente sencilla que eran los pastores se alejan contentos por haber contemplado aquella escena del Niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre, en la que sintieron el paso de Dios por su vida, y es que como, muchos años después, proclamará el apóstol Pablo, en aquel niño apareció la bondad y el amor de Dios, no para unos cuantos, sino para todos. Esta escena viene a decirnos que sólo los sencillos, representados en los pastores, son capaces de llegar a comprender los modos inesperados de actuar Dios.
Y contemplamos el canto de los ángeles que saludan el nacimiento de Jesús, en un lugar desconocido de Palestina, como una oportunidad para alabar y dar gloria a Dios, pues él se nos ha mostrado tal y como es, como amor desbordante y deseo de paz para todos, sobre todo para las gentes de buena voluntad.
En Navidad, como momento para la contemplación, a los cristianos se nos invita a poner los ojos en Cristo, a meditar, una y otra vez , el evangelio, el lugar donde se guardan los recuerdos de Cristo, que es palabra vida de Dios, y es que para llegar a comprender a Dios nos basta escucharle a él
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