El domingo 24 de noviembre, día en que la Iglesia celebra la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el Papa Francisco clausuró en la plaza de San Pedro el Año de la Fe. ¡En verdad, ha sido un Año de gracias para toda la Iglesia! ¡Cuántas celebraciones y cuántas iniciativas pastorales se han realizado en las diócesis y parroquias de todo el mundo! ¡Cuántos frutos de vida y fe ha traído este Año!
Mas nos podríamos preguntar: “¿Qué es la fe?”. Con frecuencia, muchos bautizados miran hoy la fe desde una perspectiva más bien negativa, es decir como una acumulación de prohibiciones, como un obstáculo al deseo de libertad y felicidad que habita en el corazón del hombre… ¡Pero esta es una imagen de fe completamente falsa y errada!
La fe cristiana es, en realidad, un programa de vida totalmente positivo y fascinante, que conduce a la libertad y la felicidad verdadera y plena, que nunca decepciona. La fe es un inmenso tesoro, una brújula segura, una luz que guía en la vida.
El Papa Francisco explica claramente en su primera encíclica Lumen Fidei: «Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado» (N.º 1).
Cuando no se tiene esta luz, el hombre ya no ve, todo se convierte una confusión, es imposible distinguir entre el bien y el mal, conocerse a sí mismo y comprender el verdadero sentido de la existencia.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica que la fe es un don, una gracia que viene de Dios mismo. Mas la fe, aunque sea un don, es también una libre respuesta del hombre a aquel Dios que, movido por un amor misericordioso, le busca continuamente y no se cansa de perdonarle. Permitir que Dios entre en nuestra vida, dejar que seamos tocados por Él, dejar que hable a nuestros corazón, ¡todo esto es tener fe!
Por lo tanto, la fe no es una teoría abstracta, una doctrina, sino un encuentro con una Persona viva – la persona de Cristo resucitado – que, al iluminar nuestra existencia, abre ante nosotros horizontes nuevos y fascinantes.
El que tiene fe vive con una inmensa alegría bajo la mirada de Dios, porque tiene fe en su amor infinito. Es por eso que el papa Francisco nos recuerda a menudo por qué un cristiano nunca puede estar triste.
Al finalizar este Año de la Fe, preguntémonos con valor y veracidad: ¿He encontrado en mi vida de verdad al Señor? ¿Me he dejado tocar por Él, es decir por su Palabra, por su amor misericordioso? ¿He escuchado su voz en el silencio de la oración?
En síntesis, ¿he descubierto la belleza de ser cristiano, de ser discípulo de Cristo, o quizás aún no me he decidido en modo determinante por tener a Cristo como único Maestro y Señor?
El Papa Francisco insiste: «Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una “etiqueta” […]. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida» (Ángelus, 25 de agosto de 2013).
Artículo publicado en la web del Consejo Pontificio para los Laicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario