viernes, 22 de noviembre de 2013

LA FESTIVIDAD DE LAS BASÍLICAS DE SAN PEDRO Y SAN PABLO; POR JOSÉ MARÍA VIEYTES BEIRA.


 (Artículo publicado en el semanario local Información el 17.10.13. Y en el blog Sed Valientes por gentileza de Jesús Rodríguez Arias).


   Mañana se celebra la festividad de las Basílicas de San Pedro y San Pablo. Y a nuestra Iglesia Mayor de San Pedro y no estoy tan seguro que primitivamente fuera  de San Pablo y no tanto de los Desagravios, también, creo, le alcanza esta celebración. 
   Pero de acuerdo con el título y por razones obvias, he de referirme en primer lugar al primero de los templos: el de Sancti Petri como dicen los italianos en latín o la Basílica Papale di Santi Pietro in Vaticani di Roma, el mayor de los templos cristianos del mundo y uno de los lugares más sagrados de todo el orbe católico. 
   Y según la tradición, esta Basílica se construyó sobre una gran piedra roja debajo de la cual se encontraba la tumba de San Pedro, que los cristianos soslayaban para no despertar sospechas y evitar las persecuciones que sufrían de los romanos.   
   Paradójicamente, la Basílica de San Pedro no es Catedral de Roma ni tampoco Parroquia. El título de catedral le corresponde a San Juan de Letrán en las afueras del Vaticano y el de parroquia a la Capilla Paulina dentro de él. Sin embargo es sin duda, el lugar más idóneo por excelencia para celebrar las grandes solemnidades litúrgicas y religiosas tanto en su interior como en la plaza que la preside: la Plaza de San Pedro.


   Plaza cuyo Obelisco central tan alto como majestuoso, fue fiel testigo mudo del martirio y muerte de San Pedro antes que el citado obelisco, en los dominios de Nerón, fuese trasladado a dicha plaza. San Pedro fue crucificado por su propia decisión con la cabeza hacia abajo para no coincidir con la de su Maestro: ¡Cristo Nuestro Señor! 
   Pero entrar en el Vaticano, recrearse en sus jardines, salas y dependencias, y pararse en la Capilla Sixtina, impregnándose de tanto arte acumulado en su bóveda y en sus paredes o imaginarse los cónclaves y la presencia invisible del Espíritu Santo. Así como visitar la Basílica, postrarse ante la tumba del beato Juan XXIII, del altar blindado de la Piedad o situarse debajo del ábside donde se encuentra la silla de la Cátedra de San Pedro. Y pasear por la Plaza observando cómo desde cualquier punto; las dos filas de columnas paralelas que la rodea no se interfieren entre sí, además de sustentar la balaustrada en donde se asienta las 140 figuras de los santos que la componen; resume una mezcla de sensaciones, emociones y sentimientos, que sorprende al visitante invitándole a volver de nuevo. Y es que el arte ennoblece al espíritu y mueve los sentidos. 
   Y volviendo a la Iglesia Mayor debo decir que para hablar de ella, tengo que remitirme a D. José María Cano Trigo, respetado amigo y autor de un pequeño libro, pero grande en cuanto a la didáctica empleada, dedicado a divulgar el conocimiento de esta entrañable Iglesia nuestra. Animándole a revisar la citada obra, enriqueciéndola y aumentándola; porque estoy convencido que posee argumentos suficientes para ello. 
   Por tanto y con su permiso, sólo describiré unas superficiales pinceladas con motivo del referido santoral. La Iglesia Mayor llamada equivocadamente o no de San Pedro y San Pablo y de los Desagravios, surge debido al crecimiento de la población de la entonces Real Villa de la Isla de León y al mismo tiempo, para aliviar o sustituir en sus funciones a la capilla de Santa María instalada en el Castillo de San Romualdo. 
   Y surge durante el barroco tardío en la mitad del siglo XVIII, del que tomó algunos elementos ornamentales (puertas) unido al de su estilo neoclásico propio e imperante de la época (torres). Y en su fachada principal se empleó mayoritariamente la típica piedra ostionera. En cuanto a su tipo eclesial se le puede considerar de Basílica. Fue bendecida por el obispo Tomás del Valle y su construcción duró hasta los primeros decenios del siglo XIX y aunque se le atribuye a Alejandro María Pavía Peduana, sacerdote y arquitecto, fue al parecer otro arquitecto: Torcuato José Bemjumeda, quien la finalizó como la conocemos hoy con ciertos cambios, supresiones y retoques no siempre afortunados. 
   Su financiación parece que se hizo a través de gravar unos impuestos sobre el vino y otras especies cómo donativos para sufragar la obra; dándose la extraña y al mismo tiempo generosa coincidencia de un señor acaudalado que pasó por aquí y viéndola en construcción, donó una buena suma de dinero para acabarla. Aquel Señor era anglicano. 
   Pero el acontecimiento más importante vivido en ella fue el 24 de Septiembre de 1810 con motivo del asedio de los franceses a San Fernando durante la Guerra de la Independencia. Y mientras esto ocurría, en su interior los 104 diputados allí reunidos según el Acta levantado al efecto, redactaron la Constitución primera; hecho que quedó perpetuado en el famoso cuadro del pintor Casal de Alisar expuesto en el Congreso de los Diputados en Madrid. 
   La Iglesia Mayor, histórico primer templo y para la Isla Su Catedral- posee entre sus variados altares, las imágenes titulares de 7 u 8 hermandades de las más representativas de nuestra Semana Santa y dispone de una hermosa sacristía, coro, una cueva habilitada al uso; poco conocida. Así como un compacto de salas, dependencias, archivos, despachos, casa y azotea, con la curiosidad añadida de entrar por la puerta principal salvando sólo dos escalones frontales o una superficie plana si se accede por el lateral derecho de dicha puerta. Y salir o entrar por detrás a través de una escalera de considerable altura compuesta por 14 escalones de altos peldaños. La Iglesia Mayor, nos distingue y nos marca; nos entristece y nos alegra. Y sobre todo nos simboliza afuera de nuestras fronteras. Desde luego no es la Basílica de Roma, pero ¿quién cuando sale de la Isla, aunque sea por pocos días, regresa en automóvil y al divisar los dos picos extremos y azules de sus torres-campanarios gemelas, no se estremece o se enternece de alegría?

   Y si esto ocurre, es una señal evidente de la estima, el amor y la nobleza de corazón que tienen los isleños, valorando lo poco, pero ¡Bueno y Querido! que tenemos. 

José María Vieytes Beira. San Fernando.

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