Me gusta escribir sobre lo que nadie escribe, sobre lo olvidado o de aquellos lugares que de tanto pasar ni les prestamos atención.
Hoy quiero escribir de otro sitio que está desde siempre en La Isla, no es un comercio, no es persona concreta, es un lugar abiertos a todos, que acoge a todos cuantos pasan al día y en la noche.
Está situada en pleno centro histórico de San Fernando en el viejo barrio que circunda la Iglesia Mayor. Situada justamente a la espalda del histórico Templo que cobija al Señor Sacramentado así como a devotísimas imágenes que son visitadas a diario por tantas almas anhelantes de todo.
Es una calle, coqueta, señorial, no le ha falta adornos porque ella en sí adorna, llena de casas antiguas en algunas de las cuales todavía existen jardines entre sus muros, alguna mole construida cuando destruir era más fácil que conservar, patio de vecinos, donde todo es de todos y la conviencia más. Histórico por antiguo. ¿Cuántas personas a lo largo de los siglos la han transitado? ¿Os imagináis caminando por ella en tiempos lejanos y pasados? ¿Cuántas vivencias de alegrías o penas alberga?
Paso por ella seis veces al día durante los días laborables que tiene la semana. Es mi trayecto cuando cruzo la calle Real, camino por el callejón de la Iglesia Mayor, ahora llamado de la Soledad, y me introduzco en ella.
Es una calle para vivirla y sentirla donde en los amaneceres puedes contemplar nubes de altisonantes y vivos colores presentando una estampa única. El Ayuntamiento la mantiene limpia aunque son sus vecinos la que la presentan esplendorosa. Basta con fijarse con el mimo con el que muchas de las vecinas, de las de “toda la vida”, fregona en mano limpian las aceras. Allí todos se conocen porque, en verdad, la calle San Pedro Apóstol es una gran familia donde de las ventanas de la cocina se desprende un olor a comida de siempre, de las hechas en casa sin aditamentos ni porquerías.
Imponente las vistas de la Iglesia Mayor cuando vas subiendo la calle que hasta se ve las espadaña del viejo templo que es santo y seña de La Isla, los tejados y los archiconocidos campanarios que sobrevuelan los cielos hasta hacerse visibles sea cual sea el lugar por donde se mire.
Hoy quiero escribir de otro sitio que está desde siempre en La Isla, no es un comercio, no es persona concreta, es un lugar abiertos a todos, que acoge a todos cuantos pasan al día y en la noche.
Está situada en pleno centro histórico de San Fernando en el viejo barrio que circunda la Iglesia Mayor. Situada justamente a la espalda del histórico Templo que cobija al Señor Sacramentado así como a devotísimas imágenes que son visitadas a diario por tantas almas anhelantes de todo.
Es una calle, coqueta, señorial, no le ha falta adornos porque ella en sí adorna, llena de casas antiguas en algunas de las cuales todavía existen jardines entre sus muros, alguna mole construida cuando destruir era más fácil que conservar, patio de vecinos, donde todo es de todos y la conviencia más. Histórico por antiguo. ¿Cuántas personas a lo largo de los siglos la han transitado? ¿Os imagináis caminando por ella en tiempos lejanos y pasados? ¿Cuántas vivencias de alegrías o penas alberga?
Paso por ella seis veces al día durante los días laborables que tiene la semana. Es mi trayecto cuando cruzo la calle Real, camino por el callejón de la Iglesia Mayor, ahora llamado de la Soledad, y me introduzco en ella.
Es una calle para vivirla y sentirla donde en los amaneceres puedes contemplar nubes de altisonantes y vivos colores presentando una estampa única. El Ayuntamiento la mantiene limpia aunque son sus vecinos la que la presentan esplendorosa. Basta con fijarse con el mimo con el que muchas de las vecinas, de las de “toda la vida”, fregona en mano limpian las aceras. Allí todos se conocen porque, en verdad, la calle San Pedro Apóstol es una gran familia donde de las ventanas de la cocina se desprende un olor a comida de siempre, de las hechas en casa sin aditamentos ni porquerías.
Imponente las vistas de la Iglesia Mayor cuando vas subiendo la calle que hasta se ve las espadaña del viejo templo que es santo y seña de La Isla, los tejados y los archiconocidos campanarios que sobrevuelan los cielos hasta hacerse visibles sea cual sea el lugar por donde se mire.
Calle de un señero y noble barrio con profundas devociones a Cristo que bajo las distintas advocaciones pasea su dolor por el mismo, la Santísima Virgen María y al Señor San José.
Cierro los ojos y me parece estar viendo subir por la calle al Padre Idelfonso Pérez Alcedo, el buen Cura que se quedó para siempre en las entrañas de este barrio y de sus gentes, o la particular figura del Padre D. Jesús Guerrero Amores, al risueño Padre Ignacio Fernández de Navarrete, ahora ejerciendo su Ministerio en Ceuta, o al bueno del Padre Pedro Enrique García Día, el Padre Pedro para todos. Este último ha sabido ganarse el cariño y el respeto de su feligresía así como de toda La Isla llamada San Fernando.
Sí, me adentro en La Isla que me vio crecer en la cual me hice mayor hasta ese día, entrando en la madurez, que la dejé para instalarme en otro sitio y en otro lugar muy diferente aunque mantengo el cariño y el amor hacia mi tierra porque paso en ella gran parte de mi día a día.
No sé sobre lo que escribiré cualquier otro día porque San Fernando es tan grande y tan pequeño que cabe en el corazón aunque como buen sitio de mar acostumbra a echar el ancla y quedarse instalado en los recuerdos y en la memoria por toda la eternidad.
Jesús Rodríguez Arias
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