martes, 19 de noviembre de 2013

¿EDUCAMOS PARA LA PAZ O PARA LA AGRESIÓN?

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¿Nuestros hijos presentan conductas agresivas? ¿Cómo reaccionan cuando son agredidos? Y nosotros los padres, ¿cómo los orientamos al respecto? Las respuestas a estas preguntas nos pueden dar algunas pistas para saber si estamos educando para la conciliación y la paz, o para la venganza y el resentimiento.

En las relaciones interpersonales se dan situaciones que instigan al ser humano a actuar de forma violenta, por ejemplo los niños pueden pelearse por un juguete o manotear a los padres cuando éstos no ceden a sus caprichos, o en el caso de los adolescentes quienes pueden acudir a los golpes para “solucionar” una dificultad.

Ante estas reacciones los padres tienen dos opciones: reforzar los sentimientos negativos de los hijos; o lo que es más apropiado, frenar este tipo de comportamientos, enseñarles a controlar sus emociones para lograr el dominio de sí mismos, y orientarlos hacia la tolerancia, la paz, el perdón, y la reconciliación.

En los hijos pequeños

En las primeras edades la violencia puede presentarse como una forma de conseguir lo que se quiere, y es ahí cuando los padres deben intervenir para controlar estas situaciones.

“Con dos, tres o cuatro años el niño pega como un recurso que ha aprendido de forma involuntaria de los amigos o de los propios padres”, afirma Miquel Mena, psicopedagogo y director de Isep Clínic Lérida. El pequeño entiende que ese gesto agresivo le reporta unos beneficios, es decir cree que pegando va a conseguir lo que quiere. “Si quiere el juguete de otro niño y comprueba que pegándole lo consigue, lo seguirá haciendo; si quiere captar la atención de los padres y constata que si les pega la tiene, aunque sea en forma de reprimenda, lo seguirá haciendo; si los padres le animan a responder pegando cuando otros le pegan, lo seguirá haciendo”, asegura el psicopedagogo en una nota publicada por el diario ABC.

Igualmente, es necesario revisar la actitud de los padres cuando sus hijos son los agredidos y no los agresores. En estos casos hay que evitar fases como “no sea bobo, defiéndase, si te pegan pégale, no te dejes”. Si bien hay que escuchar sus razones, también hay que enseñarles a reaccionar de forma asertiva, evitando la violencia como recurso. También explicarles que deben acudir a un adulto, en este caso el profesor, quien hará las veces de mediador o conciliador. Este procedimiento logra unos resultados muy positivos, inclusive lo que empezó en una riña, puede terminar en una amistad, dando así lecciones de respeto sin convertirse en multiplicadores de la violencia.

Como en todo hay excepciones. Algunos niños por su temperamento pasivo pueden ser “blancos” de la agresión de otros, en estos casos el tratamiento es distinto, sin llevarlos a responder con agresividad hay que enseñarles a que reclamen respeto a través de la educación del carácter y la autoestima.

Para reprimir una conducta agresiva, los padres deben hacerles entender a los hijos que con esta actitud causan daño. “Para ello podemos utilizar recursos como caritas de dolor o enfado. También la técnica de «tiempo fuera» funciona, castigando al niño en un rincón durante tantos minutos como años de edad tenga. Otra manera es identificar conductas positivas que le aporten los mismos resultados que las agresivas y reforzarlas mediante recompensas.” Sugieren Miquel Mena y Jorge Casesmeiro, expertos en el tema.

En los hijos adolescentes y jóvenes

A esta edad ya lo padres debieron haber hecho un trabajo educativo en las primeras edades. No obstante, hay situaciones que pueden llevar a los hijos a actuar de la forma inadecuada. Ya con su capacidad de entendimiento, habrá que invitarles a trabajar las virtudes necesarias para la sana convivencia como la paciencia, el respeto, la tolerancia, la amistad, el perdón; son herramientas que les servirán para la solución de conflictos que se presentarán a lo largo de su vida y que deberán afrontarlos por las vías de la paz, de la conciliación y del respeto. No es admisible por lo tanto, que los padres alimenten en sus hijos adolescentes sentimientos de rencor y de venganza.

“La espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón”
Juan Pablo II



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