A pesar de que los alumnos -los actuales y los antiguos-, los padres de familia, los profesores y sus Hermanas de la Caridad estábamos convencidos de que Sor Matilde era una profesora imprescindible en el Colegio de San Vicente Paúl y, por lo tanto, un ser "inmortal", acabamos de recibir la triste noticia de su fallecimiento. La dedicación sin límites a la enseñanza de la Física y de la Química, su entrega incondicional a los alumnos de diversas generaciones, su preocupación porque alcanzaran el pleno y armónico crecimiento humano, su permanente diálogo con los padres y con los familiares, y su firme decisión de trabajar denodadamente para lograr que en el Colegio se respirara la atmósfera cálida de un hogar explican la admiración, el afecto y la gratitud que su figura nos generaba y la turbación, el dolor y la tristeza que su desaparición nos ha producido.
Mujer seria, trabajadora y servicial, inspiraba, al mismo tiempo, respeto y afecto. No es extraño que, al tener conocimiento de su muerte, hayan sido tantas las muestras de gratitud en labios de los mismos alumnos que, hace escaso tiempo, se quejaban de las amplias tareas que ella les imponía y de la disciplina que les exigía. Y es que Sor Matilde -repiten- era una "hermana" que poseía una sorprendente habilidad para estar al tanto de nuestras correrías juveniles e, incluso, de los episodios familiares. Profesora fuerte, era, al mismo tiempo, delicada: era exigente sin deja de ser comprensiva porque vivía, disfrutaba y sufría con las peripecias de sus alumnos y con los acontecimientos familiares.
Su exquisita sensibilidad, su fina delicadeza y su depurada ternura explican su peculiar manera de interpretar su vocación religiosa, su entrega incondicional a la enseñanza, su maestría práctica y su solvencia científico-técnica en el desarrollo de sus tareas docentes. Pero hemos de advertir que su trayectoria profesional no estaba trazada por un sentimentalismo subjetivo, sino por sus hondas convicciones religiosas apoyadas en su permanente trato con Jesús de Nazaret y en su seguimiento confiado de las pautas trazadas por San Vicente de Paúl.
Sor Matilde, sencillamente, sin aspaviento ni agresividad, nos ha mostrado una manera de interpretar la enseñanza y de vivir la vida humana. Su clave ha estado en el Evangelio. Sus familiares, sus compañeras y sus alumnos -todos sus amigos-, los creyentes y los de buena voluntad, recibimos su mensaje con respeto y con agradecimiento. Que descanse en paz.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
Mujer seria, trabajadora y servicial, inspiraba, al mismo tiempo, respeto y afecto. No es extraño que, al tener conocimiento de su muerte, hayan sido tantas las muestras de gratitud en labios de los mismos alumnos que, hace escaso tiempo, se quejaban de las amplias tareas que ella les imponía y de la disciplina que les exigía. Y es que Sor Matilde -repiten- era una "hermana" que poseía una sorprendente habilidad para estar al tanto de nuestras correrías juveniles e, incluso, de los episodios familiares. Profesora fuerte, era, al mismo tiempo, delicada: era exigente sin deja de ser comprensiva porque vivía, disfrutaba y sufría con las peripecias de sus alumnos y con los acontecimientos familiares.
Su exquisita sensibilidad, su fina delicadeza y su depurada ternura explican su peculiar manera de interpretar su vocación religiosa, su entrega incondicional a la enseñanza, su maestría práctica y su solvencia científico-técnica en el desarrollo de sus tareas docentes. Pero hemos de advertir que su trayectoria profesional no estaba trazada por un sentimentalismo subjetivo, sino por sus hondas convicciones religiosas apoyadas en su permanente trato con Jesús de Nazaret y en su seguimiento confiado de las pautas trazadas por San Vicente de Paúl.
Sor Matilde, sencillamente, sin aspaviento ni agresividad, nos ha mostrado una manera de interpretar la enseñanza y de vivir la vida humana. Su clave ha estado en el Evangelio. Sus familiares, sus compañeras y sus alumnos -todos sus amigos-, los creyentes y los de buena voluntad, recibimos su mensaje con respeto y con agradecimiento. Que descanse en paz.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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