domingo, 24 de noviembre de 2013

EL REY QUE NOS ESPERA.

Lucas 23, 35-43o, Rey del universo


Crucifixión (detalle), de Fra Angélico.
Convento San Marcos, Florencia
Jesús reina desde la cruz. A los ojos del mundo aparece derrotado: el que curaba a los enfermos, expulsaba demonios y devolvía la vida a los muertos, cuelga ahora de una cruz sometido a la burla de todos. Los incrédulos soldados romanos y los piadosos dirigentes judíos se unen al poner voz al desprecio: Si ha salvado a otros, que se salve también a sí mismo. Entre los ultrajes se abre paso la súplica de un condenado que reconoce su culpa y pide misericordia al único que puede otorgarla. Y ahí, cuando parece vencido, Jesús proclama el premio de la victoria: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». La soberanía suprema de Jesucristo se manifiesta en la cruz: usa la palabra del silencio con los inicuos soberbios y ofrece la esperanza del galardón a quien se dirige a Él con humildad. Sufriendo muerte ignominiosa, Jesucristo derrota al Príncipe de este mundo, destruye la iniquidad del mundo y abre la puerta del cielo. Es entonces, sólo entonces, cuando Jesús acepta ser proclamado Rey. Sorprendente elección: el año litúrgico alcanza su meta, Jesucristo es confesado como Rey universal y la Iglesia nos invita a contemplar el pasaje evangélico de la crucifixión. ¿Quién podrá entender este Misterio? La Liturgia nos ofrece las pistas para encontrar la respuesta. La solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, es fin, clave y consigna.
Jesucristo es el fin, como declara san Pablo: Todo fue creado por Él y para Él. Aquel por quien todo fue hecho es el que desvela la orientación última de todo. Él está en la meta como término y finalidad de todo. Como término porque, con su venida en gloria, la figura de este mundo desaparecerá y llegarán los cielos nuevos y la tierra nueva. Como finalidad porque el mundo y su historia serán juzgados, es decir, aparecerán justificados al quedar finalizados, revelándose el sentido último de todo cuanto ahora acontece. La colaboración del ser humano en la obra creadora de Dios consiste en hacer que todas las cosas se orienten a Cristo.
En la solemnidad de este día se nos devela también la clave para entrar en el Misterio de la salvación. En la cruz se desvela, al mismo tiempo, el misterio de la iniquidad y el misterio de la misericordia infinita de Dios. El pecado del ser humano llega al extremo de despreciar hasta la muerte al enviado del Padre. Pero, a cambio del odio del mundo, el Padre derrama la inmensidad de su misericordia. En la cruz, el peso del pecado del mundo es superado por el peso de la gloria amorosa de Dios. La cruz desvela la grandeza de la vocación humana y hasta qué punto somos amados por Dios. Cristo reina revelando en su Corazón traspasado la medida infinita del amor de Dios.
La solemnidad de este domingo nos descubre, en fin, la consigna que nos permite caminar esperanzados mientras estamos en este mundo. Al grito de Viva Cristo Rey, los seguidores de Jesucristo derramaron su sangre devolviendo amor y perdón a los que con odio les arrebataban la vida. Venga tu reino es la consigna hecha oración que el Maestro dejó a los discípulos. Caminar en cristiano significa construir, en colaboración con la gracia, el reino de Dios. Reconoce y confiesa a Jesucristo Rey quien no se escandaliza de la Cruz gloriosa y se acerca a ella con la humildad del malhechor arrepentido. Podemos esperar porque, al final de nuestra vida, sabemos que hay quien nos espera: Jesucristo, Rey del universo.
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe
Evangelio
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: Éste es el Rey de los judíos.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le respondió:
«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Lucas 23, 35-43

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