¿Podremos algunas vez olvidarnos del YO?
Esta pregunta me la hago a diario y la
contestación no suele ser muy esperanzadora. Es difícil el olvidarnos de
nosotros mismos, de lo que hayamos podido hacer, de nuestros sufrimientos y
nuestras glorias para empezar a caminar en la senda del TÚ, que termina siendo
el de TODOS.
Conozco a muchas personas, algunas relevantes en
el lugar donde hayan podido desempeñar sus funciones profesionales o
vocacionales, que no olvidan en ningún momento que su participación, no sólo ha
sido necesaria sino que si no hubiera sido por él nunca se hubiera hecho.
Empiezan la conversación diciendo que ellos son los más “humildes” y que no
quieren reconocimientos para después hacer un recorrido en el YO. Porque yo he
hecho, yo he dicho, yo he estudiado, yo, yo, yo...
Suelen ser personas muy válidas aunque este
egocéntrico narcicismo hace que los que lo rodean queden hastiados y cansados
de todo cuanto dice, cuanto propone, cuanto hace. Elaboran dossieres, todo está
perfectamente archivado, lo que ellos dicen o van a Misa o van a Misa y como
alguien se atreva a discutirle algo o no se lleve a cabo el cien por cien de lo
propuesto, lo que al final salga será considerado por este tipo de personas
como una auténtica porquería.
Suelen prejuzgar a los demás porque no confían en
nadie. Bueno, si lo hacen. Confían, de forma muy diezmada, de las personas de
las que puedan aprovecharse para llevar a cabo sus respectivos intereses.
Cuando esto pasa las llamadas telefónicas no cesan, la visitas tampoco y eres
bien considerado. Si no haces lo que ellos quieren o han decidido por ti,
aunque te cambia parte de la vida, caes en desgracia y ya no recibes llamadas,
ni visitas, ni consideraciones, ni nada de nada. Te conviertes en una especie
de “apestado” con el que hay que acabar lo más pronto posible. No te has
plegado a los intereses de ellos, ya no eres digno de absolutamente nada.
El mantener unas formas mínimas de cortesía no
implica que estés sobrando del campo de actuación de este tipo de personaje. Se
puede decir, abiertamente, eso de que “estás con ellos o estás contra ellos”.
No existen más matices, ni más vueltas de hoja.
Todos conocemos a personas cercanas con estas
características tan singulares, todos los hemos padecidos o, incluso, sufridos
y a todos su egoismo nos han hecho sufrir.
Tengo la experiencia personal de haberme sentando
en algunas mesas con personas de tal calibre a las cuales consideras amigas
aunque no se comporten como tales en el día a día. Tengo por vivencias propias
y el anecdotario lleno de estas actitudes tan lejos de lo que se puede
considerar normal aunque de la percepción de la normalidad cada uno puede
diferir y opinar porque seguro que nos encontramos con más de una sorpresa.
Si no fueran por este carácter tan absorbente, tan
egoista, tan egocéntrico, tan desconfiado, tan necio si no dejaran llevar tanto
por su YO personal serían buenas personas, confiadas y coherentes en sus ideas
o creencias porque tienen la sensación de que todo lo hacen por los altos fines
a los que sirven. ¡El fin justifica los medios! ¡Y los medios los pongo YO!
Este tipo de sujeto, en su fuero interno, quiere
que se le reconozca todo lo que ha podido hacer aunque digan lo contrario
haciendo uso de una falsa humildad. Estarían encantados, y harían lo que fuera,
por una alta distinción, un nombramiento honorífico o, incluso, que se le pusiera
una calle en la ciudad que bien podría llamarse: “Avenida del YO”.
Con el pasar de los años he aprendido, en carne
propia, que es más importante hacer equipo, delegar, volcarte hacia los demás,
aprender de ellos. Todos tienen algo que decir y proponer. ¡Todos somos
necesarios!
Un trabajo se realiza mejor si lo hacemos en
equipo, si todos funcionamos por los mismos criterios, sin imposiciones, y el
protagonismo no se lo lleva nadie en particular sino el fin y objeto de todo lo
realizado.
Lo importante es para qué o quien se trabaja, no
quién lo haya podido hacer.
Nos olvidamos, con mucha frecuencia, que nosotros
estamos llenos de limitaciones, que somos frágiles e imperfectos. Nosotros, en
definitiva, somos elementos necesarios en el perfecto engranaje que ha
dispuesto Dios. Un reloj no funciona si le falta alguna pieza. Todas son
necesarias, todas hacen su trabajo para medir el paso del tiempo. Ninguna
destaca sobre la otra porque si alguna se para o estropea todo se acaba
perdiendo.
Vamos a olvidarnos de ese YO cicatero, egoísta,
falso y rastrero y empezamos a sentir con el corazón de los demás, a ver con
sus ojos, porque yo necesito de los otros para hacer lo que tenga encomendado.
La meta y el fin máximo es conseguir los altos
fines perseguidos aunque esto lo debemos conseguir entre todos.
¡Es más fácil de lo que podemos creer! ¡Vale la
pena enterrar el YO y vivir en el TÚ!
Recibid un fuerte abrazo y que Dios os bendiga.
Jesús Rodríguez Arias
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