martes, 5 de marzo de 2013

EL PEAJE DE MI VIDA.



Cuando se traspasa esa “barrera” imaginaria que separa la madurez de lo que no lo es, cuando ya hace tiempo que transitas por ella con sus ventajas e inconvenientes, cuando ya te puedes permitirte el lujo de pararte a pensar en lo hecho, en lo que estás realizando y en lo que te queda por hacer es cuando ves, con tus propios ojos, que estás pagando un “precio”, un “peaje” por todo el camino que has recorrido con sus tropiezos y sus aciertos.

Desde la profunda intimidad hablo en voz alta para decir que a mis cuarenta y tres años, ya llevo caminado un corto trecho del largo sendero que es la madurez y veo, observando detenidamente, que todo lo que pueda haber hecho en mi vida siempre habrá demasiado poco.

En el transitar por esta vida que nos ha regalado Dios e intentado vivir con coherencia personal, no transgredir nunca el código de honor que me inculcaron desde mi infancia y vivir con principios, aunque sean los tuyos, no es para nada fácil sino todo lo contrario. Los que te alaban por ser firme en ideas, pensamientos y creencias cuando, por los mismos motivos, no les das la razón acaban por darte la espalda, evitarte, rehuirte. ¡Así se paga y así se cobra el tener una personalidad definida y unos principios intocables! ¡Por luchar por lo que crees!

En mucho de lo que he podido hacer, no sólo me he equivocado sino que he fallado estrepitosamente: A Dios, a mis hermanos, a las personas que podían confiar en mí en un momento determinado. Otras habré acertado aunque os puedo decir que, al día de hoy, puedo conciliar el sueño y dormir profundamente.

Sé que por mis convicciones y mi forma de entender lo que es la lealtad, la amistad, el sentido del deber, la responsabilidad he podido ser injusto con muchas personas que he tenido lazos de amistad en estos años y que por defender lo indefendible, por meterme en más de un “berenjenal” ante atroces injusticias que estaban cometiendo con personas que tenía afecto y que quería he perdido más que ganado en el terreno de la amistad. Se da el caso que por defender la honra y el honor de un amigo, perdí a unos cuantos y a ese amigo en concreto. Es el peaje que tengo que pagar por llevar a cabo mi forma de pensar y de ser. En otros casos, en similares circunstancias, he perdido a otros que podía considerar amigos pero se ha reforzado los lazos con aquellos que fueron perseguidos hasta la extenuación. Es otra forma de pagar el tributo a tu libertad de acción.

El peaje a pagar, algunas veces, es demasiado elevado porque el precio es la soledad más radical y extrema.

Ahora, con mis años, mi experiencia en la vida, con lo realizado y con lo que todavía me queda, con una enfermedad crónica que es el mayor precio que estoy pagando por sufrir, me doy cuenta de que esos peajes algún día terminarán porque dicen que “no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista”.

En estos momentos sé lo que voy queriendo, atisbo el horizonte de mi vida con más claridad donde lo verdaderamente importante tiene preferencia a lo secundario. Dios, la fe,  mi mujer, mi familia, mis verdaderos amigos, pocos porque si no no lo serían, los lugares y las pocas cosas que pueden ser imprescindibles son mi lucha, mi motivo por el que me levanto todos los días con buena cara y dándole gracias a Dios. Que hay personas que no me miran, me rehuyen o me esquivan, como dice mi director espiritual, “tiempo al tiempo”, que otros me atacan, se ríen, me menosprecian, me persiguen o intentan humillarme, les diré que los perdono, que rezo todos los días por ellos y que si en algún momento de nuestras vidas los he decepcionado, les ruego que tengan esa misma actitud para con este humilde pecador que está lleno de imperfecciones y que camina por esta vida intentando no hacer daño sino viviendo en la fe, en sus principios y en su particular código de honor.

Muchos podréis pensar el por qué escribo tanto del pequeño pueblo de Villaluenga del Rosario y os puedo decir que no tengo un interés más particular que disfrutar de un lugar prodigioso que ha cautivado mi alma y mi corazón desde la sencillez, un lugar donde me puedo “perder” para encontrarme desde la soledad gracias a la oración, a la profunda meditación con Dios. Algunas veces vamos tan deprisa, corriendo por todas partes sin apenas tiempo para nada y por eso tener un lugar donde el tiempo se para, y a la vez pasa tan deprisa, para ocuparte de lo que verdaderamente importa es un privilegio, un regalo que me ha hecho Dios.

Sigo viviendo en mi coherencia personal, adecuando mi vida al código de honor que me enseñaron desde chiquitito, intentando ser un discípulo de Cristo y evangelizar para que todos conozcan la auténtica felicidad que es el Reino de Dios así como defendiendo con “uñas y dientes” lo imprescindible en mi vida: Mi mujer, mi familia, mis verdaderos amigos, mi fe.

Y por vivir de esta manera sigo pagando un elevado precio, un peaje que nunca será demasiado alto si ese es el precio estipulado, en esta Sociedad, por tener honor y unos principios éticos, morales.

Jesús Rodríguez Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario