El sábado, tercer día de nuestra
escapada, amanecía para nosotros un poco más tarde de lo que viene siendo
habitual.
Bajamos a desayunar al Casino y
allí estaba Fernando junto a su hijo Israel y los cuatro nos dispusimos juntos
a ingerir los primeros alimentos de la mañana. El salón presentaba buena
concurrencia de clientes. El puente estaba siendo muy beneficioso para todos
los pueblos de la Sierra de Cádiz y en especial para Villaluenga del Rosario.
Después de desayunar cogimos el
coche y nos fuimos camino de Benaocaz porque queríamos hacer el sendero que
dejamos aparcado el día anterior y que siempre que pasamos por su entrada
decimos lo mismo: “A ver cuando lo hacemos”.
Llegamos hasta la explanada
donde se dejan los coches y pusimos en camino para conocer de primera mano “El
ojo del moro”. Tengo que decir que no teníamos mucha esperanza que nos gustara
porque un vecino de Benaocaz el día anterior nos comentó que no era nada del
otro mundo. ¡Qué equivocado estaba! ¡Qué equivocado estábamos! Fuimos caminando,
con cierta precaución, por la vereda que rodea un precipicio que da al río que
pasa por allí con su sonoro tintineo. En un momento solo vimos el verde de los
árboles del horizonte que se mezclaban con las montañas, el río con sus
cascadas, el sonido característico así como un frío y fuerte aire que soplaba y
que nos dejaba helados. El camino es todo piedra y hay que caminar sobre ellas
con cierta precaución porque el doblarte el pie allí puede suponer un serio
contratiempo.
Así caminamos el trazado que
dura el sendero aunque cuando finaliza sigue otro camino, no indicado
oficialmente, que tiene la señalización propia que hacemos los senderistas y
que sabemos interpretar para no perdernos. Anduvimos largo rato y largo trecho.
El camino se iba haciendo más intransitable y en algunas partes podría llamarse
a eso un “camino de cabras” aunque cuando te parabas podías observar el
impresionante paisaje que rodea todo, donde las ensoñaciones y pensamientos
pueden llegar a elevar tu espíritu. El aire fresco y puro entraba con fuerza
por nuestros pulmones que ya se están acostumbrando a lo bueno, a lo natural, a
lo que debería ser normal como es vivir en lo natural.
Llegamos hasta mitad de ese
camino que subía y bajaba de forma serpenteante y decidimos volvernos porque ya
se nos estaba haciendo la hora de comer y no habíamos llevado ningún tipo de
avituallamiento. Vuelta atrás con parada en el mirador del “Ojo del moro” para
tomar un poco de bebida isotónica y descansar nuestras maltrechas piernas para
volver al camino. Si la ida había sido bonita, la vuelta era espectucular. ¡Con
pocos caminos y senderos he disfrutado tanto!
De vuelta ya para Villaluenga
paramos en la fábrica de chacinas “Piñero” en Benaocaz para comprar algunos
productos que nos habían encargado y nos dispusimos para volver a nuestro
pueblo donde hicimos parada en la panadería antes de llegar, definitivamente, a
ella.
La Misa del domingo se había
trasladado al sábado a las cinco de la tarde porque el Padre D. Francisco no
podía con lo cual nos tocó correr un poco. Almorzamos en casa, descansamos algo
la comida y nos fuimos al Casino sobre las cuatro y cuarto de la tarde pues se
jugaba el clásico partido de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona. Gran
expectación con el salón de arriba lleno a reventar. Nos sentamos atrás del
todo cuando el partido iba empatado a un gol cada uno. No pudimos ver la
segunda parte porque tuvimos que irnos a Misa.
Cómo era de esperar en Misa
estábamos menos de los que siempre van. Ni la hora ni el día acompañaban.
Cuando llegó el Párroco mi mujer le dijo que el jueves a la cinco de la tarde
había echado de menos que repicaran las campanas con motivo de Benedicto XVI,
cosa que había sucedido en muchas partes de España y del mundo. Hay que decir
que D. Francisco no le prestó mucha atención al comentario y dijo, medio en
broma, que ya teníamos que dar gracias a Dios de que las campanas sonaran los
días que hay Misa. El argumento no convenció a nadie de los presentes aunque, y
nunca mejor dicho, doctores tiene la Santa Madre Iglesia.
Tras la Eucaristía nos quedamos
hablando Juani, su hermana y otras feligresas en la puerta de la Iglesia y
después nos tomamos todos juntos un café en el Casino donde nos enteramos que
había ganado el Madrid por 2 a 1 que era el resultado que predijo Hetepheres a
Fernando. Queríamos haber invitado también al Padre D. Francisco, pero siempre
van tan deprisa que no tiene tiempo para estar un ratito con los vecinos y
feligreses de Villaluenga del Rosario. Sus ocupaciones le requerían, esta vez, en Benaocaz.
Sobre las seis y media nos
despedimos de estas amigas que nos había contado algunas casos y algunas cosas
de este bendito pueblo y nos dirigimos a casa con la intención de no salir más.
El cansancio de dos días de fuertes caminatas, el frío reinante a esa hora y
las ganas de estar en casa junto a la chimenea y una buena lectura nos atraía
demasiado sobre cualquier otra opción.
Y así lo hicimos, así pasamos el
resto de la tarde. Por la noche pusimos la televisión para ver una serie que
nos gusta y después de la cena fría me quedé profundamente y plácidamente
dormido en mi sillón a causa del cansancio y el calor que desprendía la
chimenea. Cuando terminó la serie nos acostamos y del tirón hasta el domingo.
Al levantarme el domingo tenía
un cierto regusto amargo, era el día que teníamos que volver a Jerez, volver a
la rutina diaria, a las cosas que nos ocupan y nos preocupan.
Fuimos a desayunar, como todos
los días, al Casino que esta vez estaba Juande. Agradable la charla que
mantuvimos entre los cuatro y después
nos fuimos hacia el coche porque queríamos ir a la finca de Mateo para visitar
a “nuestra” carboncita y así darle un encargo de Fernando. Llegamos allí
El campo era un auténtico
barrizal, de los días que había nevado y llovido, entre todo estaban todas las
chivitas, “carboncita” entre ellas aunque las más simpáticas era dos en
concreto: Una recién nacida y otra a la que llamamos “zopetones” y que
estuvieron en nuestros brazos gran parte de la visita. Mateo y su padre se
fueron enseguida porque tenían que llevar la leche, recién ordeñada, al pueblo.
No sé el tiempo que estuvimos allí porque al disfrutar de tanta naturaleza en
tan poco espacio de tiempo perdemos hasta el sentido de la realidad.
Llegamos a casa a eso de las
doce y media. No salimos más, salvo para ir al Casino por ensaladilla de
Fernando para nuestro almuerzo.
Hora de comer y hora de volver
es casi uno porque la primera pasa muy deprisa y la segunda llega de inmediato.
Por Ubrique, de vuelta, entorné
los ojos y caí en un profundo sueño. No me desperté hasta que mi mujer estaba
aparcando el coche en casa, hubo un momento que pensé, en medio de la
somnolencia, que estos días pasados, todos los momentos vividos, todo lo
disfrutado había sido un sueño, un buen sueño porque me parecía, aún me lo
sigue pareciendo, que no se puede ser tan feliz, ni tan dichoso en ningún lugar
del mundo. Ahora que estoy despierto y los recuerdos brotan de mi mente y
corazón me doy cuenta que el sueño es real y que ese lugar existe, un pueblo
que me tiene enamorado al cien por cien y que se llama Villaluenga del Rosario.
Jesús Rodríguez Arias
Benaocaz, al fondo.
Sendero "El ojo del moro".
En primer término "Carboncita".
Hetepheres con "Zopetones".
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