Amanece, sigue amaneciendo todos los días de
nuestras vidas aunque muchas veces no queramos verlo y menos sentirlo porque
amanecer significa renacer, despertar, vivir con todas sus consecuencias.
¿Queremos ver amenecer y sentir que los luminosos
rayos del sol empujan la negritud de la noche, de la oscuridad que muchas veces
invade nuestras vidas? ¿Somos conscientes de que ese nuevo despertar supone un
renacimiento para nosotros? ¿O preferimos seguir sin horizonte definido y
mirando aunque no viendo? ¿Qué es lo que queremos para nosotros y para los
demás?
La foto que ilustra este post no puede ser más
ilustrativa porque es una imagen que dice más que mil palabras. El marco es la
ventana del tren que todos los días me lleva de Jerez a San Fernando. La imagen
de dividen en dos: Al fondo un bello amanecer, idílico que lleva a la
meditación y en primera instancia se reflejan, algo difusos, los asientos del
vagón. Sin quererlo ni pensarlo ha salido una fotografía que ilustra y da
contenido al verdadero sentido de esta meditación hecha en voz alta.
Pasamos por la vida a un ritmo frenético, como el
del tren, vamos sentados en nuestros respectivos vagones absortos con nuestras
cosas, nos interesamos por el que está al lado, si es receptivo, y miramos por la
ventana una paisaje que pasa sin detenerse. Algunas veces es oscuro y otros
llenos de sol y claridad. ¡Cómo la vida misma! Puede ser que cambiemos de
vagón, que incluso cojamos otro tren o que lo perdamos. El reflejo de la vida
puede bien divisarse con esta comparación.
A lo mejor el problema estriba en que nosotros
vamos más deprisa de lo necesario y necesitamos más quietud, más sosiego, más
tranquilidad o, en cambio, estamos demasiado parados, demasiado tranquilos,
demasiado indolentes y necesitamos “coger” ese tren que pasa en ocasiones por
nuestras vidas que nos haga volar a metas más altas, más sublimes, más
esperanzadoras.
Cada uno ha de verse y conocerse sin recovecos y
engaños porque los principales perjudicados somos nosotros mismos. No vale la
pena mentir nunca y menos cuando es a uno mismo. El perjuicio es demasiado
grande y se te queda cara de tonto porque con tu actitud lo has sido. Para
conocerse bien tenemos que atesorar grandes dosis de verdadera madurez porque
llegas a una altura a tu vida que tenemos que perdonarnos nuestros fallos y
querernos a nosotros mismos. Para amar a los otros tenemos que querernos y para
llegar a querernos debemos darnos cuenta de quienes somos y lo que somos.
Los hombres nos creemos los amos del mundo, que
podemos hacer todo y que todo nos está permitido. Nos creemos que somos los
dueños de la vida y de la muerte. Qué nosotros decidimos. Hemos aparcado y
apartado a Dios de nuestras vidas porque no nos interesa, ya que el hombre,
criatura del Hacedor, se ha creído un dios al que todo le está permitido.
¡Y así nos va! Todo es relativo, nada tiene
importancia, todo vale para lo que vale y todo tiene valor. Se lleva al extremo
ese dicho de “que tanto tienes tanto vales” y el pobre, el desheredado, el
marginado, el enfermo, el anciano, el niño que aún no ha nacido es
prescindible, se le puede eliminar si trastoca nuestro proyecto vital. La vida
y la muerte tienen el valor que tienen y nosotros, los hombres, tenemos el
derecho de señalar quienes o no deben morir.
Este mundo que parece irreal y tenebroso es el
mundo que estamos construyendo los seres humanos por nuestros afanes, nuestras
codicias, nuestros desenfrenos, nuestras inmoralidades. Este existe aunque no
lo queramos ver o no quieren que lo veamos así de rotundo, de atroz.
Un mundo sin Dios, pero con muchos dioses: El
dinero, la vanidad, la sensualidad, los placeres de todo tipo, la envidia, la
ignominia, la falta de escrúpulos... Dioses estériles y con fecha de caducidad
que lo único que persiguen en la felicidad inmediata que da lugar a la
insatisfacción, frustración, tristeza y faltas de ganas de seguir. ¿Nos hemos
olvidados de Dios y así nos va!
Aunque este es el mundo “ideal” e “idealizado” de
los poderes del mundo que están dirigidos y manipulados por el Mal, por el
Maligno, no es todavía una absoluta realidad porque Dios actúa en el corazón de
muchos hombres y mujeres que han conocido lo que es la verdadera felicidad, la
auténtica plenitud, lo que vale la vida y lo que significa la muerte. Todo nos
lo mostró Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre que vino a salvarnos y que
nos enseño que era la Fuente de Agua Fresca que nos da la vida, la auténtica
vida.
Enseñanzas que nos llevan al conocimiento de
Cristo, enseñanzas que nos llevan a la conversión a vernos tal y como somos:
Pequeñas y limitadas criaturas ante la inmensidad de Dios aunque obra creada
por Sus Benditas Manos tengamos un incalculable valor porque estamos hechos a
Su Imagen y Semejanza.
Tras conocer el Reino de Dios que nos mostró
Jesús, tras saber lo que de verdad somos y la importancia que tiene para el
Padre todo nuestro existir, cuando el ser humano tiene la condición que tiene,
cuando somos conscientes de desde que nacemos hasta que dejamos este mundo
terrenal no nos pertenecemos sino que pertenecemos al Padre Bueno y
Misericordioso que nos dio la vida y sólo Él tiene sabe cuando vamos a morir
para vivir eternamente, solo entonces conocemos la verdadera dimensión y
dignidad de la persona.
Ante la maldad tenemos que hacer el bien, ante las
intoxicaciones del relativismo, de los “dioses” impostados, de un materialismo
atroz tenemos que darnos, entregarnos, evangelizar y practicar la coherencia
del testimonio de vida como verdaderos cristianos, verdaderos discípulos de
Cristo. Ningún poder del mundo puede con el Poder Absoluto de Dios-Amor. Ante la Misericordia del Padre
Eterno no hay nada entre el cielo y la tierra que lo pueda ensombrecer.
Por eso, en el continuo amanecer de nuestras vidas
tenemos la obligación de propagar nuestra fe, nuestras creencias porque la
felicidad que nosotros experimentamos no
podemos guardárnosla en la maleta de nuestra existencia sino darla a conocer
porque existe un mundo mejor del que nos quieren pintar, existe un mundo donde
el AMOR esté por encima de todos los intereses materiales y personales.
Confiemos nuestra respectiva misión a Cristo y a Su Bendita Madre María y
pongámonos en marcha que los días son cortos y aunque llega la noche tenemos la
certeza de que volverá amanecer y los rayos de sol volverán a inundar nuestras
vidas.
¡Amanece! Siempre amanece en nuestras vidas y todo
lo que hayamos podido sufrir o padecer se convertirá en leve y tenue recuerdo
ante la alegría que supone para nuestras vidas el estar impregnados por Dios.
Recibid, todos mis queridos hermanos, un fuerte
abrazo en Jesús Sacramentado.
Jesús Rodríguez Arias
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