2012-11-01 L’Osservatore Romano
«Hoy nos das la alegría de contemplar la ciudad del cielo»: lo decimos en el prefacio. Es verdaderamente una contemplación que sucede en la fe, en el recuerdo, en el deseo. Se trata de la ciudad de los santos: «Pensar en ellos –
dice san Bernardo – es como verlos». Nosotros estamos ya en parte en la tierra de los vivos; y no en una pequeña parte, si a la memoria le sigue el deseo; los santos están allá con la presencia, nosotros a través del recuerdo. El primer deseo que la memoria de los santos suscita y alimenta es poder disfrutar de su comunión gozosa, merecer ser conciudadanos de las almas bienaventuradas, ser de casa con ellos, y asociarnos al grupo de los patriarcas, a la hilera de los profetas, al senado de los apóstoles, al numeroso ejército de los mártires, al colegio de los confesores, al coro de las vírgenes: estar reunidos en la bienaventurada comunión de todos los santos.
Los santos son la porción de la Iglesia ya perfectamente lograda; los hombres en quienes la predestinación se ha realizado; los hijos de Dios, en los cuales se ha ya revelado, en la semejanza con Cristo, el misterio que ya estaba presente en ellos en esta tierra. La santidad no es algo que se añada de más al fin del hombre, sino que es su cumplimiento correspondiente al proyecto de Dios; es la eficacia de la imagen de Cristo en el hombre. Cristo es el modelo, el primero de los santos y el artífice de nuestra santidad.
Inos Biffi
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