jueves, 22 de noviembre de 2012

CATALUÑA COMO HIPOTECA; POR RAFAEL SÁNCHEZ SAUS.




Diario de Cádiz

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Cataluña como hipoteca

RAFAEL SANCHEZ SAUS | ACTUALIZADO 22.11.2012 - 01:00
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EL horror de los españoles ante la grave crisis que mantiene hundido al país y sin visos de reflotamiento se condensa en una sola palabra, hoy en boca de todos: hipoteca. Los españoles estamos unidos, entre otras pocas cosas, por la afición desmedida a las hipotecas y divididos, en esto como en todo, en dos grandes bandos: los que quieren y pueden pagar sus hipotecas y los que no quieren o no pueden hacerlo. El señor Mas pertenece a este numeroso y creciente partido, con la singularidad de que él no tiene hipotecas particulares, más bien cuentas ocultas en Suiza, pero ha heredado una deuda monstruosa cuyos inminentes vencimientos no puede ni quiere pagar: la que se deriva de años de desgobierno, despilfarro y corrupción que no se remontan sólo al tripartito, sino a los felices años pujolianos y, en esencia, al primer día en que el proyecto nacionalista se aposentó en el palacio de Sant Jaume. 

En estas semanas hemos tenido muestras suficientes de lo que la gente está dispuesta a hacer cuando no puede pagar su hipoteca. Sin necesidad de ventana, Artur Mas también quisiera saltar al vacío liberador, aunque hoy ya sabemos que su determinación está estimulada por la muy conveniente adquisición previa de un buen colchón suizo. 

Pero si Cataluña tiene hipotecas impagables, de lo que al parecer allí pocos se percatan es de hasta qué punto los españoles sentimos que el problema no está ya en las continuas hipotecas catalanas sino en Cataluña como hipoteca. Quizá si alguien con la suficiente autoridad se lo hiciera saber en vez de practicar la inútil e indigna adulación que se ha elegido como instrumento de anclaje, la pretendida e inédita moderación de los catalanes tendría una ocasión de manifestarse el próximo domingo. Lo que puede pasar en el maltrecho corazón de España ese día, a la vista de los resultados electorales, tiene más importancia para nuestro futuro que el previsible voto de Cataluña. No hay nación que pueda soportar indefinidamente una hipoteca como la que esa región representa desde hace años, ni se le puede pedir al conjunto de los españoles que sufran por más tiempo el peso moral que supone saber que el separatismo labra cada día su fortuna sobre la debilidad de España y a ello consagra todos sus afanes. 

La dación en pago, a la que tantos apuntan como solución para dramas mucho menores, podría ser también en esto el mal menor que parece incluso un bien cuando no se atisba otra salida. Nadie se alegra de perder una parte de la casa familiar, pero el dolor del fracaso puede ser compensado por el alivio de saber que desde ese día la hipoteca imposible ya es de otro. Ese día se puede volver a empezar. Con suerte, sin repetir errores.

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