martes, 15 de abril de 2014

"SANTIDAD, EN ESTE PAPA, NO ES SÓLO UN TÍTULO".



El cardenal Rouco habla sobre Benedicto XVI:
«Santidad, en este Papa, no es sólo un título»
El cardenal Rouco ya conocía bien a Joseph Ratzinger, mucho antes de su elección como Papa. Esa cercanía le sitúa en un lugar privilegiado para apreciar cómo su persona ha sido enriquecida por el ministerio: «Lo veo cada vez más santo; de verdad se le nota en su vida», dice. Ahora, el Papa atraviesa momentos difíciles:«Le duele muchísimo todo este capítulo de los abusos a menores» y cómo se le intenta implicar a él, sin fundamento alguno. «La cruz martirial», recuerda el cardenal, ha sido compañía habitual de los Papas en los últimos siglos, aunque ahora los ataques se sucedan con especial virulencia
El cardenal Rouco, durante uno de sus encuentros
con Benedicto XVI
Hace dos años, con motivo del tercer aniversario de pontificado de Benedicto XVI, decía usted en estas mismas páginas una frase que bien podría haber dicho también ayer: «El Papa necesita de la oración y del afecto, y de la obediencia filial de toda la Iglesia, no sólo por razones que le afecten a él personalmente, sino por el bien de la Iglesia misma. Rezar por el Papa es rezar por la Iglesia».
La vigencia es máxima, desde luego. Extraña mucho que haya esa voluntad, que a veces uno piensa que está deliberadamente organizada, de atacar al Papa sin razones. Cualquiera que examine los hechos, por ejemplo, del año pasado, con motivo del levantamiento de la excomunión a los obispos de la Fraternidad de San Pío X, del arzobispo Lefebvre, pero, sobre todo, los que se han elegido para la presente campaña de difamación, ve que lo que se pretende no es hacer una crítica sobre determinados aspectos del ministerio del Papa -algo, por otra parte, que siempre se ha hecho-; aquí se están manipulando unos hechos dolorosísimos, se retuercen, se falsifican... ¿Qué pasa? ¿Por qué se quiere atacar al Papa de esta forma tan articulada? Siempre hay esta respuesta, para el que vive a la luz de la fe: la Iglesia depende en gran medida de la guía de su pastor supremo.
Por otro lado, la Iglesia no es todavía el Reino. Estamos aún en el último capítulo de la Historia. Y la Iglesia, a la luz del Apocalipsis, sabe con certeza que va a ser combatida por el Príncipe de este mundo, y por todas las fuerzas del mal, que han sido en raíz vencidas, pero aún no de forma total. Esa explicación teológica de los últimos tiempos -con el anti-Cristo, el contra-Cristo-, está vigente. Llama verdaderamente la atención: ¿por qué a este Papa? ¿Es que molesta su magisterio -coherente, claro, luminoso...-? ¿Molesta esa cualidad tan suya de transmitir la fe y el Evangelio, de aplicarlas a la sociedad de nuestro tiempo, de forma intelectualmente inobjetable, utilizando un estilo literario, un estilo humano que hace su magisterio extraordinariamente sencillo y, a la vez, hondo y profundo y bello? ¿Se teme quizá que pueda influir a fondo en los sustratos más profundos de la vida de las sociedades y de las personas?
Probablemente, éstas sean explicaciones a las campañas contra el Papa. Aunque es cierto que las ha habido siempre, sobre todo a partir de la Revolución, cuando se quiere imponer una forma de ver la sociedad, la comunidad política y a la persona radicalmente secular e incluso opuesta a Dios. Todo eso ha llevado a una historia del pontificado en los siglos XIX y XX en la que la cruz martirial ha acompañado a la vida de todos los Papas, psicológica y espiritualmente y, en algún caso, casi físicamente: Pío VII muere en el destierro; y están Pío VIII, Gregorio XVI... El Beato Pío IX, de largo pontificado, sufrió mucho. Y León XIII, san Pío X, Benedicto XV, Pío XI. El caso de Pío XII es distinto, porque fue muy venerado durante su pontificado por el mundo católico y también el no católico, sobre todo durante la guerra: el martirio le vino después de muerto, a partir de la campaña lanzada por Hochhuth, con El Vicario. Al Beato Juan XXIII no le dio tiempo, aunque también tuvo sus sufrimientos. Y a Pablo VI, que es ya historia nuestra viva, ¡vaya si le acompañó el martirio! A Juan Pablo II le acompañó tanto, que le quisieron matar, pero la Virgen de Fátima no lo quiso. Y ahora, Benedicto XVI...
En el fondo, nos encontramos con esa forma a veces tan radical, tan agresivamente laicista, en que se quiere formular la sociedad, y reconvertir sus principios de vida, incluso de manera que afecte a los ámbitos más íntimos de la vida de cada persona, incidiendo en sus ámbitos más íntimos, a través del matrimonio, la familia, la vida espiritual... ¡Y que no cejan! Eso sólo se vence con el ayuno, la oración, la penitencia... Y con el testimonio claro de una vida en la caridad de Cristo.
¿Cómo está el Papa?
Se le ve bien. Ha sufrido y le duele muchísimo todo este capítulo de los abusos a menores, cometidos por eclesiásticos, consagrados y seglares cercanos a la Iglesia, y le duele cómo se quiere conectar ese problema con sus cuatro años de arzobispo de Munich y con sus años de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde la que prestó un servicio extraordinario a Juan Pablo II y a la Iglesia, a la hora de abordar este problema.
Pese a todos los ataques que ha recibido, a lo largo de su pontificado, algo que caracteriza justamente a Benedicto XVI es que es un Papa volcado en el diálogo, que tiende permanentemente la mano. En Ratisbona, por ejemplo, pese a las durísimas críticas, el Papa en realidad había hablado de que hay un terreno común, la razón, en el que todos podemos entendernos. Y ahora propone una especie de nuevo atrio de los gentiles para tender la mano a los no creyentes...
Quizá sea ése otro motivo para los ataques, porque el Papa transmite el Evangelio netamente, incluso con el método. No hace imposiciones, sino proposición. Es algo que él cultivó mucho como intelectual, y a lo largo de su vida de profesor de Teología. Ha sido siempre un gran dialogante, desde el Logos que es Cristo, presentándolo al otro por la vía del intercambio intelectual, del análisis, del debate y la conversación, llevada con un estilo personal de gran bondad, sencillez y humildad. Y esto a algunos les provoca, les molesta mucho.
Estas cualidades han marcado toda su vida, y de forma muy singular desde sus últimos años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. A mediados de los años 80, pronunció una serie de conferencias extraordinariamente lúcidas sobre la necesidad de un diálogo entre la fe y la razón, del diálogo entre los católicos y los laicos y entre las religiones, y con la intención también de llevar ese diálogo a una nueva reflexión sobre los fundamentos de la vida social y política, en una palabra, del Estado. Ahí se encuadra después su famoso debate con Habermas sobre los fundamentos políticos del Estado democrático de Derecho y la necesidad de renovar la reflexión sobre los derechos fundamentales del hombre, y en particular el derecho a la vida, a raíz de la legalización y legitimación del aborto y de la experimentación con embriones, o las formas de concepción y gestación del ser humano mediante la manipulación técnica. El cardenal Ratzinger proponía también una forma de entender las bases de un diálogo social y político que abordara los problemas de la pobreza en el mundo de forma nueva, más honrada y más seria, y para superar ciertos peligros y amenazas para la Humanidad, como el terrorismo.
El Papa Benedicto XVI en Valencia, durante
el Encuentro Mundial de las Familias, de 2006
Otro de los aspectos del método del Papa es que el diálogo tiene consecuencias para quienes dialogan. Lo vemos muy claramente en el caso ecuménico, que no es un debate meramente teórico, sino la búsqueda de la unidad plena de la Iglesia.
El diálogo, para él, no es pura especulación ni divagación; ni siquiera un ejercicio riguroso de pensamiento que se mueve en un plano de pura abstracción. No, no. Es un ejercicio de reflexión intelectual que llega al corazón y a la conciencia del hombre. El discurso intelectual se hace vivo y eficaz de ese modo, cuando toca el centro de la persona; cuando reclama de ella un ejercicio de libertad responsable. Eso es lo que hace el Papa con su magisterio.
¿Cómo ha afectado el ministerio de Pedro a la persona de Joseph Ratzinger?
Yo al Papa lo veo, desde que fue elegido, con un estilo y una forma de vida y de existencia cada vez más marcada por el seguimiento al Señor; más santo, y no porque se le llame Santo Padre, sino porque de verdad se le nota en su vida. No sólo es un título. Se percibe un proceso de asumir más y más bondad y entrega al Señor. Es un ejemplo para todos nosotros.
En su vida anterior, él fue una persona que tuvo ocasión de moverse por todo el mundo, porque fue uno de los conferenciantes más solicitados durante décadas, y cuando podía, él correspondía a las invitaciones. Sin embargo, en Roma, su persona contrastaba con su forma tan sencilla, modesta y casi desapercibida de vivir, pese a tantos reclamos exteriores, que hubieran podido resultar factores de halago y de alimentación de una cierta vanidad. Pero no, el Papa siempre fue muy sencillo y humilde, y siempre tuvo una profunda vida interior e identificación con el Señor. Todo su discurso está impregnado de piedad.
El Papa no viaja mucho, si lo comparamos con Juan Pablo II, pero, si Dios quiere, España va a tener la suerte de poder recibirle muchas veces...
Se han dado circunstancias providenciales. En 2006, participó en el Congreso mundial de la Familia, en Valencia. Este año, su viaje a Santiago de Compostela y a Barcelona tiene mucho que ver con una coyuntura muy especial de las dos ciudades (el Año Santo y la consagración del templo de la Sagrada Familia). Y el año próximo, si Dios quiere, presidirá la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, en Madrid... Los acontecimientos han ayudado para que el Papa venga, pero estoy convencido de que viene de muy buena gana, que agradece que se hayan producido estos acontecimientos para venir a España, un país que él ya conocía, porque ha estado aquí varias veces, y que tiene en gran estima.
Alfa y Omega

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