miércoles, 7 de noviembre de 2012

VICTORIA HOLGADA DE OBAMA.

La razón


El segundo triunfo del demócrata demuestra que no es un episodio aislado de la historia del país


Por Césal Vidal (enviado especial)
El presidente de EEUU, Barack Obama, fue reelegido hoy con al menos 303 votos electorales, una cifra más holgada de lo que apuntaban los pronósticos, y tras ganar en casi todos los estados claves frente al aspirante republicano, Mitt Romney que logró 206.


 

> Así han votado los estadounidenses /  Los latinos toman la Casa Blanca /  Fechas clave hasta el día de la jura como presidente /  Consulte los resultados electorales de Estados Unidos

   
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Barack Obama, celebra su triunfo junto a su esposa, Michelle, y el vicepresidente Joe Biden y su mujer, Jill Biden
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Diccionario Inteligente
6 Noviembre 12 - Nueva York - César Vidal
No eran las 11:30 de la noche y las grandes cadenas de televisión comenzaron a anunciar una tras otra que Obama había superado la cifra mágica de los 270 compromisarios.  Al principio, habían sido unas elecciones en las que el tema fundamental era la economía, pero terminaron convertidas en una votación casi plebiscitaria sobre el papel que corresponde en Estados Unidos a las minorías. El enfoque inicial otorgaba cierta ventaja a los republicanos que, en busca del nunca conseguido voto católico, decidieron incluso llevar como candidato a la vicepresidencia al congresista Paul Ryan. Fue ese el primer error porque el joven legislador es un radical que asustó con su plan para liquidar el actual sistema de salud «Medicare» a no pocos jubilados y que, sobre todo, mintió repetidas veces en la campaña electoral con un descaro tal que empañó la imagen del Partido Republicano. A decir verdad, no sorprende que ni siquiera haya sido capaz de ganar Wisconsin, su estado natal, para su jefe Romney. 
El segundo error se produjo cuando, tras los debates presidenciales, el estado mayor republicano llegó a la conclusión de que no arrastraría a las minorías, como la hispana, a las que había cortejado al inicio de la campaña y optó por centrarse en la búsqueda del voto anglosajón y protestante en la seguridad de que le daría la victoria. Teniendo en cuenta que en estos últimos cuatro años un 51 por ciento de los norteamericanos ha reconocido que es contrario a los afroamericanos y otro 57 confiesa tener sus sentimientos antihispanos, la apuesta de Romney era arriesgada, pero tenía visos de acabar en triunfo apelando a la América de siempre.   Para ser justos hay que señalar que ese enfoque le hubiera otorgado la victoria a los republicanos hace cuarenta años. De hecho, esa base social fue la que llevó a la Casa Blanca a personajes tan distintos como Johnson, Nixon, Carter o Reagan.  El mismo Kennedy –el único presidente católico hasta la fecha– tuvo que llevar de compañero en el «ticket» electoral a un sureño conservador y protestante arrancado del mismísimo «Bible Belt» –cinturón bíblico en el interior de EE UU– para asegurarse de que podría alcanzar la presidencia. Sin embargo, a pesar de unos precedentes que van de Washington a Lincoln pasando por Wilson, Truman o Jefferson, Reagan fue, muy posiblemente, el último representante de aquella América.

Para comprender hasta que punto era lógico que los acontecimientos se desarrollaran de esa manera basta con releer un libro de John Fitzgerald Kennedy titulado «Una nación de inmigrantes» y publicado cuando ya era presidente. En sus páginas, Kennedy se ocupaba de describir a todos los grupos que habían conformado la nación americana y, de manera bien significativa, se trataba mayoritariamente de blancos y protestantes lo mismo si su origen era escandinavo, inglés o germánico. La única excepción notable eran los irlandeses  – como él– a los que, no obstante, agregaba al mundo anglosajón. Los italianos como los griegos apenas eran mencionados y los hispanos eran excluidos de manera casi total salvo unas líneas referidas a los puertorriqueños. Hoy, guste o no, el cuadro demográfico y cultural de los Estados Unidos resulta muy distinto. Romney ha ganado de manera aplastante en los estados tradicionalmente protestantes donde el voto sobre la base de los valores resulta esencial y donde conceptos como el trabajo y el ahorro como garantía de previsión frente a pésimas eventualidades se consideran preferibles a la acción social del estado.  

Así, el añoso Sur en bloque y buena parte del Oeste de Estados Unidos se han decantado por los republicanos de una manera que casi cabría calificar como entusiasta. Hasta Virginia parece haber recordado que fue antes de cualquier otra consideración la tierra del general Lee y de Stonewall Jackson. Tampoco ha hecho mal papel Romney en otros estados donde estuvo muy cerca de alzarse con la victoria. Sin embargo, en su contra, ha tenido la mayoría aplastante del voto afroamericano, del voto hispano, del voto asiático y –a pesar de Ryan, del apoyo de Obama al matrimonio homosexual y de la posición demócrata más laxa sobre el aborto– del voto católico. De ahí, que el Partido Republicano sí se ha impuesto en el Congreso donde el voto popular es decisivo y la mayoría de los estados se inclina por una visión americana que podríamos denominar clásica. En la práctica, podrá decirse que no habrá grandes diferencias entre el hecho de que el vencedor haya sido uno y no otro. A fin de cuentas, Barack Obama, le guste o no, seguirá llevando a cabo una política exterior muy semejante a la de George W. Bush incluida la más que posible guerra contra Irán; se verá controlado en la posibilidad de gasto por una Cámara de Representantes de mayoría republicana, como ocurre desde las elecciones del «medio término» en noviembre de 2010, e incluso en cuestiones como el matrimonio homosexual no podrá saltar por encima de la realidad de que el sesenta por ciento de los estados han aprobado enmiendas constitucionales que establecen que el matrimonio sólo se da entre un hombre y una mujer.

A lo más a lo que puede aspirar el reelegido presidente demócrata es a continuar la recuperación económica iniciada tímidamente bajo su primer mandato y a que se sigan creando empleos a mayor velocidad. Obama puede presumir de haber sobrevivido al tsumani económico que ha tumbado a numerosos gobiernos al otro lado del Atlántico.  Sin embargo, estas consideraciones aparte, el significado histórico de la segunda victoria de Obama no resulta escaso.  Indica, en primer lugar, que su triunfo de hace cuatro años no fue un episodio aislado  –como sí lo fue la presidencia del también demócrata Jimmy Carter provocada por la amargura de la derrota en Vietnam y el escándalo «Watergate»– y que Estados Unidos ha comenzado a distanciarse de una trayectoria bicentenaria iniciada por los puritanos que huyeron de Inglaterra en busca de libertad religiosa y centrada en una cosmovisión blanca y protestante. La reelección de Barack Obama es la constatación innegable de que otras etnias, otras culturas y otras religiones, si están unidas, pueden acabar llevando a su candidato a  la Casa Blanca.      
 


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