Sección - Marinero en tierra
El
nuevo cerebro juvenil
Estos días se celebra en Valencia un Congreso Nacional sobre Pastoral Juvenil. Más de dos mil personas
con responsabilidades directas en la educación están analizando cómo seguir
transmitiendo la fe a las nuevas generaciones. Ahora que se está haciendo
memoria del Vaticano II y se están actualizando sus aportaciones según la llamada
Nueva Evangelización, es interesante
que los educadores no solo nos preguntemos cómo transmitir la fe sino cómo ha
cambiado radicalmente el cerebro de nuestros hijos y alumnos.
No me refiero únicamente a su dimensión neuronal, sino a su
dimensión personal como órgano de un organismo en evolución. También podemos
hablar de nueva mentalidad juvenil pero no en un sentido sociológico, cultural o
descriptivo sino como una mentalidad incorporada, es decir, como una mentalidad
personalizada. Hace unos años, los neurólogos Blakemore y Frith se preguntaban “¿por qué sabemos tan poco acerca del
desarrollo cerebral durante la adolescencia?” Encontraron dos respuestas: por
un lado, la idea de que el cerebro sigue desarrollándose después de la infancia
es relativamente nueva, por otro, hasta hace poco sólo se podía estudiar la
estructura del cerebro después de la muerte. Estos datos refuerzan la
plasticidad del cerebro y la responsabilidad de los educadores, padres y
maestros.
Ahora sabemos con certeza que también se producen cambios en
la corteza frontal del cerebro que
afectan a las funciones ejecutivas de
la vida humana. Los resultados de las investigaciones en la corteza cerebral
sugieren que el ajuste de los procesos cognitivos de los lóbulos frontales sólo
se afianzan en la adolescencia, etapa cuya prolongación estrecha el tránsito a
la madurez que facilitaba la juventud. Quienes han evaluado la repercusión de
las investigaciones cerebrales sobre los adolescentes muestran que la educación secundaria y la superior son
vitales. Es más, en este período el cerebro todavía se está desarrollando:
es adaptable, necesita ser modelado y
moldeado.
Las alarmas generadas ante una emergencia educativa (también
emocional y cultural) deberían incluir el fortalecimiento del control interno,
el aprendizaje al propio ritmo, la evaluación crítica del conocimiento
transmitido y la adquisición de destrezas “después de”, o “junto a” los
estudios. Disposiciones que anuncian las deficiencias de un sistema educativo
que ha dado la espalda a la educación informal y que tiene miedo a reconstruir
sus prácticas no solo en clave de valores constitucionales sino en clave de
virtudes y ejemplaridad moral.
Agustín DOMINGO MORATALLA
LAS PROVINCIAS.
GRUPO VOCENTO
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