domingo, 11 de marzo de 2012

CONTRA LAS VÍCTIMAS.


  • Opinión | La Gaceta

    Contra las víctimas

    11 MAR 2012 | Editorial
    La manifestación de los sindicatos en el aniversario de los atentados es indecorosa y obscena.

  • ¿Sería siquiera concebible que en Estados Unidos los sindicatos convocaran una concentración el 11 de septiembre y en la Zona Cero, en las Torres Gemelas? ¿Cómo reaccionaría la sociedad norteamericana? ¿No lo considerarían una obscenidad y un agravio a la memoria de quienes perecieron en la masacre?
    En España vamos a asistir hoy a una grave afrenta a las víctimas del mayor atentado de nuestra historia, con las movilizaciones convocadas en Madrid por UGT y CC OO. Por enésima vez, los 191 inocentes que perdieron la vida hace ocho años en los trenes de Atocha, vuelven a ser mancillados.

    Es como si quienes viajaban en los vagones de la muerte, el 11 de marzo de 2004, hubieran sufrido no uno sino tres atentados. El primero fue el físico, una sangrienta matanza cuya autoría sigue sin estar esclarecida ocho años después, tras una instrucción plagada de lagunas y un juicio que apenas sirvió para responder a los principales interrogantes.
    La reciente decisión del fiscal general Torres-Dulce de ordenar la reapertura de diligencias sobre restos de los vagones abre un pequeño resquicio a la posibilidad de que pueda investigarse si hubo obstrucción a la Justicia, al ocultar deliberadamente pruebas.
    El segundo atentado fue de carácter moral: la instrumentalización de la tragedia por parte del PSOE para dar un vuelco a las urnas, mediante la intoxicación orquestada entre los días 12 y 14 de marzo, a través de la cadena SER y de la tormenta de sms. Sin prejuzgar nada sobre la autoría –para eso están los jueces–, es obvio que Zapatero no hubiera llegado a La Moncloa si no se hubiera producido la masacre.
    Y que la política nacional cambió radicalmente de rumbo, a partir de ese momento conduciendo a España a la vía muerta de la división interna, la crisis económica y el desprestigio internacional. Durante el zapaterismo, tanto el Gobierno como buena parte de la izquierda consideró que, en el fondo, las víctimas debieran limitarse a sufrir en silencio su mala suerte, sin empañar con sus exigencias los planes de los demás, las perspectivas de paz, los disfraces de canallas para convertirlos en demócratas, incluso en santos.
    El tercer atentado, también moral, es la instrumentalización de una fecha tan sensible por parte de unas organizaciones espectrales como los sindicatos de clase para unas movilizaciones tan frívolas como injustificadas, después de haber estado callados como muertos mientras se destruía la bonita cifra de tres millones de puestos de trabajo. Llamar, por cierto, huelga a la farsa montada por UGT y CC OO en septiembre de 2010 suena a chiste malo. Al exhibir una indecente insensibilidad con el dolor de las víctimas, las dos centrales sindicales han vuelto a mostrar su auténtico rostro. No les ha importado el dolor ajeno, como no les importa, digan lo que digan, el paro de nadie, porque solamente se ocupan de sus intereses y, en esa perspectiva, no cabe dedicarse a la memoria y a la reflexión sino más bien a la agitación, puesto que nada esperan sacar del respeto a las víctimas.
    La memoria de los cientos de trabajadores que perdieron su vida cuando se dirigían diligentemente a sus obligaciones no parece significar nada para Toxo ni para Méndez, no merece ni un minuto más de sosiego, de reflexión de solemne y silencioso recuerdo. Pretenden convertir este 11 de marzo en un día más, en una agitación de diseño. Su trágica insolidaridad, su falta absoluta de respeto jugará en contra de sus intereses. Hace falta, en efecto, un altísimo grado de cinismo para olvidar que en un día como ese son miles de personas las directamente afectadas por el recuerdo y el dolor, y millones los que se estremecerán recordando el momento más siniestro e inexplicable de nuestra historia contemporánea, pero, del mismo modo que los dirigentes socialistas, con Rubalcaba a la cabeza, intentaron utilizar el dolor de esos días terribles para dirigirlo contra un Gobierno que se afanaba en cumplir con sus obligaciones, ahora, los familiares ideológicos del partido que acaba de experimentar una merma espectacular de sus apoyos políticos por su pésima gestión de la crisis, vuelven de nuevo a la carga y tratan de abonar una fecha en sus haberes políticos.
    Las víctimas no merecen este ninguneo, pero tal vez el conjunto de los españoles saquemos algo de este gesto indecoroso y obsceno. Tal vez crecerá el número de los capaces de comprender que la lucha sindical no tiene nada que ver con los intereses reales de los trabajadores, que sólo unos líderes atiborrados de suficiencia y de insolidaridad pueden haber cometido tamaña fechoría, sin que ni siquiera se hayan suscitado en sus entumecidas conciencias algunas dudas acerca de la oportunidad de respetar una fecha que, pese a ellos, ha de seguir durante mucho tiempo marcada por el dolor, y también la sospecha.
    No hay que ser excesivamente malpensado para ver detrás de esta acción uno de tantos intentos para enterrar los sentimientos y el coraje que suscita ese terrible atentado, para convertirlo en caso cerrado, en materia de riguroso olvido, una estrategia que, no en vano, ha sido seguida con ejemplar dedicación por los Gobiernos de Zapatero, por el Partido Socialista y por toda esa izquierda vocinglera que sólo parece sentir indignación cuando se juzga por prevaricación a un juez a quien tienen, ellos sabrán las razones, como uno de los suyos.

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