domingo, 8 de octubre de 2017

REACCIONAR ES LIBERTAD; POR ENRIQUE GARCIA-MÁIQUEZ



A poca gente admiro más en lo personal y en lo intelectual que a un amigo muy progresista. Discutimos, pero jamás nos peleamos, en parte, porque, como decía Chesterton, lo malo de una bronca es que interrumpe un buen debate y, en parte, porque tenemos tanto trabajo que tampoco podemos dedicarnos demasiado a la dialéctica.
Nuestras comprimidas discusiones me han dado, sin embargo, una certeza deliciosa. La de que la reacción es libertad. Mi amigo me advierte, cargado de santa paciencia, que pienso en contra del signo de los tiempos. Es verdad. Pero pensar algo porque los tiempos nos los imponen deja poco espacio para el criterio propio. La ley del progreso irremediable es férrea. No permite desviaciones ni divertimentos ni ilusiones.
E impone obligaciones paradójicas. Que los nacionalismos triunfarán por los sentimientos identitarios de un pueblo, sí, pero que las naciones han de desaparecer engullidas por el mundialismo. La pena de muerte es un horror pero el aborto es un derecho y la eutanasia un avance humanitario. El mundo es de los jóvenes pero, mientras tanto, somos furiosamente antinatalistas. Etc.
No me quiero embalar con el laberinto de las paradojas, sino sencillamente señalar mi descubrimiento: el que reacciona escapa del laberinto por arriba, de un brinco. Está convencido de que las cosas no tienen que ser inexorablemente como nos las dictan. Con frecuencia, pierde, eso es verdad, pero no porque las cosas tuvieran que ser así, sino porque el progresismo activó su mecanismo paralizante de profecías que se autorrealizan y porque ocurre lo de los famosos versos: "Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos". Y ni siquiera eso cree quien reaccionó, pues Dios lo que hace es dejar que se gane el timbre de honor de algunos moratones defendiendo la causa justa, como don Quijote.
Alguna vez se gana, no obstante, y quedan demostrados los resquicios de la ortodoxia heterodoxa, además de que se gane siempre el sentimiento eufórico de libertad auténtica. Esa euforia se verá hoy, sin duda, en la manifestación por la unidad de España en Barcelona; y quizá sea una de esas raras ocasiones en las que se tuerza el voluntarismo de los extremistas, el entreguismo vergonzante de los rendidos y la dejadez dialogante de los que se conforman con que el signo de los tiempos avance (nos arrolle) un poquito más lento.

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