miércoles, 25 de octubre de 2017

MONS. ZORNOZA: SER SACERDOTE: "CONOCER REALMENTE A DIOS Y DESDE SU INTERIOR Y LLEVARLO ASÍ A LOS HOMBRES"



DE MI HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN DE ESTE SÁBADO EN LA CATEDRAL DE CÁDIZ
ordenacion_antoniolago_5_21_10_17_web“De  los  sacerdotes,  los  fieles  esperan  una  cosa: que  sean especialistas en fomentar el encuentro del hombre con Dios. No se le pide al sacerdote que  sea  experto  en  economía,  en  construcción  o  en  política.  De  él  se  espera,  que  sea experto en la vida espiritual”. (Benedicto XVI a los sacerdotes polacos en Varsovia el 25-5-2006). El verdadero fundamento de la vida sacerdotal, el suelo de la existencia del sacerdote, la tierra de su vida es Dios mismo. «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano» (Sal 16, 5). Dios mismo es mi lote de tierra, el fundamento externo e interno de mi existencia. Esta visión teocéntrica de la vida sacerdotal es necesaria precisamente en nuestro mundo totalmente funcional, en el que todo se basa en realizaciones calculables y comprobables. El sacerdote debe conocer realmente a Dios desde su interior y así llevarlo a los hombres: este es el servicio principal que la humanidad necesita hoy. Si en una vida sacerdotal se pierde esta centralidad de Dios, se vacía todo el fundamento de la actividad pastoral, y con el exceso de activismo y la presión de la mundanidad se corre el peligro de perder el contenido y el sentido del servicio pastoral. Entonces podrían crecer en protagonismo, las extravagancias erróneas y las posturas mundanas, o “políticas” anti eclesiales. En vez de la sustancia, lo esencial, se darían sucedáneos. Se correría en vano, agotándose sin progresar, sin gozo interior ni recompensa. Sólo quienes han aprendido a «estar con Cristo» se encuentran preparados para ser «enviados por él a evangelizar» con autenticidad (cf. Mc 3, 14). Un amor apasionado a Cristo es el secreto de un anuncio convencido de Cristo. «Sé hombre de oración antes de ser predicador», decía san Agustín (De doctrina christiana, IV, 15, 32: PL 34, 100).

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