jueves, 5 de octubre de 2017

RAJOY Y EL ALTAR; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Como sabrán casi todos ustedes porque no lo escondo, soy el más católico. No quiero decir ni por asomo que sea el mejor católico. Estoy hablando de la fe y de la cosmovisión, que en mi caso son católicas a más no poder. En cambio, para ser no ya el mejor sino apenas mejor católico, me haría mucha falta más amor, que es la cuestión clave. Soy, por tanto, en muchos sentidos, un metal que resuena o unos platillos que aturden. Pero si lo cuento no es para acusarme, sino para excusarme de lo poco que me gusta ver a Rajoy reuniéndose con el arzobispo de Madrid, Osoro, y el de Barcelona, Omella, oh, oh, para hablar del conflicto catalán. A pesar de mi fe o precisamente por ella.
El Trono y el Altar los quiero unidos sólo en el corazón y la cabeza de cada súbdito y creyente, no en el despacho del gobernante ni en ninguna sacristía. Mezclarlos conduce al clericalismo en política y a la politización del clero. Comentar en reuniones discretas la actualidad política con el máximo responsable de la nación no entra dentro de las funciones del Altar, al que corresponde el Rito, lo Sagrado y la Moral.
No es que yo tenga nada en contra de que Rajoy meriende con quien le parezca, qué va. Lo que no quiero es que se nos mezclen los ámbitos, porque el deber del clérigo es incitarnos a la caridad, al perdón y al abrazo fraterno. El deber del político es cumplir y hacer cumplir las leyes. Si se confunden, terminamos con unos curas manifestándose a favor de un referéndum ilegal o con el sacrilegio de usar una Santa Misa de cobertura de un recuento de papelinas. Y con el político hablando de misericordia quiero y no sacrificios en el cumplimiento de la norma.
Hay quienes prefieren con mucho la mixtificación, y se indignan cuando los sacerdotes hablan sólo de moral. Entonces les exigen irascibles que no se metan en política; aunque luego no hay conflicto público en el que no estén empujando al alto clero a que se meta hasta la cintura y medie por entero. Quizá porque se piensan que eso nos va a obligar más en conciencia a algunos, que les aviso que no, o para que no estén entregados a los sacramentos, al cuidado solícito del depósito de la fe y a los diez mandamientos de toda la vida, que es su ámbito competencial.
Me gustaría que Rajoy se viese con el Fiscal General del Estado y con su ministro del Interior, y que, si tiene tiempo libre, vuelva a oír el discurso del Rey, que es lo suyo.

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