sábado, 24 de junio de 2017

IGNACIO DE LOYOLA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz
Se acaba de estrenar una película sobre la vida de Ignacio de Loyola. Su época, su biografía y su fundación religiosa fueron muy cinematográficas, pero lo que brilla más alto de esta película son las buenas intenciones. Se atreve a presentar una España no caricaturizada, un heroísmo sin remilgos y una defensa fuerte de la mortificación, el ayuno y la pobreza, nada menos, además de exponer cómo las novelas de caballerías ejercieron una influencia capital sobre unas generaciones de españoles, no sólo sobre Alonso Quijano o Quijada.
Sin embargo, la cinta no termina de fluir. Es una serie -poco conexa- de estampas piadosas. Los diálogos son esquemáticos y con distorsiones cronológicas: a veces los personajes hablan como actores de una película histórica de cartón piedra y, a reglón seguido, como en una serie sobre un instituto de enseñanza secundaria. La subtrama romántica da alipori. A las escenas familiares les falta vida. Las batallas se cuentan por derrotas. La película, en mi opinión, no cuaja, a pesar del atractivo del San Ignacio real y de las virtudes personales de promotores y directores. Pasó algo parecido con Encontrarás dragones, la película sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Lo que me empuja a hacer dos consideraciones. La primera, contra el victimismo. Cuando Ignacio de Loyola fracase en taquilla, como lo hará irremisiblemente, aunque aconsejo ir, siquiera sea para apoyar el intento, pero cuando fracase, digo, que nadie venga a hablarnos de cristofobia ni de Iglesia arrinconada. Cierto que el cine religioso tiene sus propias dificultades, como cada género las suyas, además de las generales de hacer buen cine, que no es fácil, como no lo es hacer nada bueno en esta vida. Pero hay grandes películas religiosas, como La Pasión de Mel Gibson o Thérèse de Alain Cavalier o El gran silencio de Philip Gröning o la serie española sobre la vida de Teresa de Jesús.
Lo católico ha sido siempre el equilibrio entre la fe y las obras. La sola fe no basta; y eso tiene que aplicarse al arte igual que a la vida. No vale compartir el credo: se requiere una creación compartible y válida. Si alguien tiene la benevolencia de defender mis artículos porque soy católico, que no se esfuerce. O están bien o son malos. Jorge Luis Borges, tan beligerantemente agnóstico, se admiraba ante el inmenso talento literario de Jesucristo y sus espléndidas metáforas. Él es el modelo.

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