viernes, 23 de junio de 2017

FIESTAS POR CASTIGOS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz
Es el fin, por lo menos. El fin de curso y es de esperar que paren ya los actos de graduación (de todos los niveles educativos), las fiestas de clausura del año académico y las de cada (repito, de cada) actividad extraescolar. No pararán, no, los cumpleaños, los santos y las fiestas sorpresa. La sorpresa sería que no hubiese fiestas. Los niños actuales están sobrefestejados. Cada pasito en sus vidas supone una macrocelebración con una lista de invitados y de regalos que ni una boda. Si la generación anterior fue la más preparada, está es la generación más festejada de la historia.
Propondría un poco de mesura. Que celebremos menos y/o con menos invitados. Una solución sería reunirse una vez al trimestre para celebrar los cumpleaños que hayan acaecido en la clase en ese periodo. Crear sinergias que nos dejen energías. Otra, celebrar algo sólo con la familia y los primos, como antaño. Otra, no hacer tantas fiestas escolares, que los padres también tenemos que trabajar, vivir, dormir, descansar…
Es una utopía. Con lo de las fiestas de los niños pasa como con las chucherías o con el dichoso "todos y todas". Quitando cargos públicos y casos patológicos, nadie defiende explícitamente el uso del lenguaje políticamente correcto, pero es coger un micrófono y no hay a quien no perpetre el llamado lenguaje de género. Con las chucherías, acaece lo mismo. Todos estamos en contra. A las primeras de cambio, en cambio, les soltamos a los niños toneladas de porquerías azucaradas para que estén callados y contentos o la fiesta de nuestro hijo sea un éxito y cumpla las elevadas expectativas de glucosa. Hablamos de dar menos fiestas mientras las damos.
Como me he hecho el firme propósito de quejarme menos, consolémonos. Pensemos que, con suerte, tanta fiesta infantil tenga una función pedagógica. La de enseñarles a los niños que cada día es nuestro cumpledías y que hay que vivirlos todos intensamente, festejarlos y agradecerlos. Digámonos que tanto cumpleaños y tanta fiesta de fin de curso podrían servir como metáfora e inercia del hecho de que cualquier día, por muy laborable que esperemos que alguno termine siendo, también es una fiesta. Una fiesta secreta, sin chucherías ni globitos, pero igual de divertida e importante o más. ¿Quién sabe si no celebrarán con lágrimas en los ojos el día especial en el que, increíblemente, no tengan nada especial que celebrar? Yo, seguro que sí.

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