domingo, 7 de diciembre de 2014

OBRAS DEL PADRE RUPNIK: CAPILLA DE LA NUNCIATURA APOSTÓLICA DE PARÍS.




Capilla de la Nunciatura Apostólica de París
Avenue du Président Wilson, 10 – 75116 Paris, Francia
El itinerario teológico
Las pocas imágenes que animan la Capilla (la Anunciación, la llamada de Pedro, los santos, Cristo resucitado) trastan de expresar el tema de la llamada: Dios llama a cada uno de nosotros con una vocación personal, para una misión única.
La Anunciación
El tema de la llamada y la vocación se describe, en primer lugar, con la escena de la Anunciación: el ángel se aparece a María, desplegando ante sus ojos el pergamino que revela el mensaje de Dios. La Virgen lo acoge con profundo recogimiento y disponibilidad.
A lo largo de la historia, hay básicamente dos modelos de representación de la Anunciación: uno con el pergamino enrollado (o libro), y, el otro, con un ovillo de hilo que la Virgen teje. Encontramos el punto de partida de las representaciones con el rollo en los evangelios apócrifos: querían subrayar que la Virgen leía y meditaba el pasaje de Isaías 7,14: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo». Otra corriente tendía a destacar que, en el momento de la Anunciación, María estaba orando.. Poco a poco el rollo pasaba a las manos del ángel, subrayando así él era el portador de un decreto de Dios. Hoy, después de tanto tiempo, un pergamino en las manos del ángel puede evocar en la memoria una palabra antigua, la que hubo al principio, es decir, el Verbo mismo. Siguiendo el ejemplo de los grandes maestros italianos como Duccio de Buoninsegna, Giotto, el beato Fray Angélico, La Virgen, con la apertura de su manto, coincidiendo con la apertura de los brazos, indica la acogida hecha a la Palabra, al Verbo de Dios. El ovillo apareció para significar el tejimiento de la tienda del templo. La Virgen teje el velo del templo, de ese nuevo templo que es el Cuerpo de Cristo, es decir, da la carne al Verbo de Dios Hasta entonces se escuchaba la Palabra; a partir de ese momento se la contempla porque la Virgen de Nazaret, convirtiéndose en Madre de Dios, le dio la carne, el cuerpo, es decir, la visibilidad.
Esta Anunciación quiere sintetizar de alguna manera las dos corrientes y poner de relieve la transición de la Palabra a la imagen: de la escucha a la visibilidad, del Verbo a la carne. Dios se adhiere plenamente a lo humano, se involucra con el hombre, asumiendo su historia, se hace hombre gracias a la Virgen de Nazaret. Un Dios inaccesible, absoluto y eterno ha habitado el seno de una Virgen.
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La Anunciación
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004

La llamada de Pedro
Jesús (representado en la pared frente a Pedro, al lado de la Anunciación a María), en el mar de Galilea, se dirige a Pedro. El apóstol es representado mientras responde con prontitud al Maestro y abandona la barca, atraído por quien le llama.
Dios vino a la tierra y se comprometió en la historia de la humanidad para implicarnos en su historia. Asumió la vida del hombre para que el hombre pudiera participar en la vida divina. Se hizo hombre para explicitar la verdadera identidad del hombre como hijo del Padre.
La creación del hombre, según san Gregorio Nacianceno, fue una llamada. Dios, que es el Dios de la conversación, el Dios de la Palabra, dirige esta Palabras al hombre y el hombre es creado: Dios dijo, y lo creado existió. El hombre está marcado por esta Palabra que se le ha dirigido, por un principio de diálogo. Su realización se cumplirá al responder a Dios, al hablar con Él, al comunicarse con Él. La Palabra, la llamada, la vocación, esperan la respuesta, el diálogo.
Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, llama a Pedro. Explicita así esa llamada remota, primordial, con la que el hombre fue creado y que sepultó el pecado. Berdiaev, gran pensador ruso, sostiene que la vocación precede incluso a la persona misma. Según él, el principio del hombre es la vocación, es una visión de amor que Dios tiene y a la cual y con la cual llama a la existencia a un ser personal, a su imagen, de modo que pueda responder personalmente. El amor es siempre personal; por eso la llamada es personal y el ser creado es un ser con un rostro, porque el amor siempre tiene una rostro. La persona creada se realiza entonces cumpliendo su vocación, y esta sólo se podrá cumplir en el amor. San Pablo precisó que cualquier cosa, incluso el más grande, si no se hace en el amor y con amor, no sirve para nada. Dios da al hombre el tiempo para realizar su vocación. En efecto, este es el significado espiritual del tiempo, que la liturgia misma purifica y santifica.
San Pedro, en el otro lado de la Capilla (precisamente para subrayar que toda la Capilla es un espacio litúrgico y que las imágenes no son simplemente la decoración de espacios vacíos, sino los puntos cardinales del relato salvífico, que celebra la liturgia misma), responde a Cristo y desciende de la barca, orientado dinámicamente hacia Él; por eso, prácticamente entrar en la Capilla. La persona que entra en la Capilla se encuentra involucrado en esta dinámica, en esta implicación divino-humana.
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San Pedro deja la barca y las redes para seguir a Jesús
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004

Los Santos
La llamadas de Dios tejen la historia de cada hombre y de cada mujer, de toda la humanidad. A la derecha del apóstol Pedro, se vislumbran algunas olas que parecen prolongar las orillas del lago de Tiberíades, y luego dos figuras de santos: el papa Juan XXIII, que fue Nuncio Apostólico en Francia desde el año 1945 hasta el año 1953, y san Ireneo, obispo de Lyon (ca. 130 – ca. 200.). Se trata de dos ejemplos que quieren recordar la llamada de Dios a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Pedro es la roca de la comunidad, de una comunión eclesial que no se agota en la historia, sino que confluye en el éscaton. La Iglesia es una comunión de personas, todas ellas con su propia vocación, una vocación que se puede vivir y llevar a cabo sólo en la comunión con los demás. La Iglesia es el tejido de la humanidad destinado a la resurrección. Y los dos santos retratados en la pared no son más que un recuerdo del ilimitado número de aquellos que manifestado a la Iglesia. Se trata siempre de personas con rostros concretos. Las vocaciones son diferentes, los rostros son diferentes, el amor es siempre personal, pero todos lo experimentan al mismo tiempo como propio y universal.
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Pared derecha. San Pedro, el papa Juan XXIII y san Ireneo
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004

Cristo resucitado
En la parte posterior de la Capilla se encuentra la figura de Cristo resucitado de entre los muertos, triunfador, con una gran cruz, con los brazos extendidos, el derecho hacia abajo y el izquierdo apuntando hacia el cielo. Todas las vocaciones, de hombres y de mujeres, de sacerdotes y de laicos, de jóvenes y de adultos están orientadas y desembocan en el misterio de la resurrección. Hacia esta meta camina la Iglesia. La mano de Jesús orientada hacia la tierra indica a sus discípulos que su vocación se realiza en las realidades terrestres, en la sencillez de la vida cotidiana. En cambio, la mano tendida hacia o alto recuerda que, aun viviendo en el mundo, para transformar el mundo, no deben olvidar que su destino es el encuentro con Él resucitado.
Pedro, y después de él los que quieren responder a la llamada de Dios, se encaminan por la vía de una adhesión a Cristo cada vez más íntegra. Como sabemos, Pedro deja las redes y la barca, pero no la mentalidad. Por el Evangelio sabemos cuántas dificultades tuvo para comprender el modo de pensar y de obrar de Cristo, cómo incluso se encuentra dando lecciones a Cristo y luego a jurar su fidelidad y su bravura. Pero poco a poco comprende que la vocación se cumple en el amor y que el amor necesita recibirlo. En otras palabras, Pedro tiene esta experiencia, llega a esta conclusión: Alguien te debe amar. Con dificultad experimentará que no somos nosotros los primeros en amar a Dios - de hecho, no somos capaces de ello- pero sólo si acogemos el amor de Dios podemos responder con amor al Amor. Y somos tocados por el amor sobre todo cuando no lo merecemos, cuando es totalmente gratuito. Para Pedro esto sucederá en el patio del sumo sacerdote. Después de ese episodio y esa mirada de misericordia extrema de Jesús, descrita por el evangelista Lucas (22,61), Pedro comprenderá para siempre que el amor también tiene una dimensión trágica, dramática, no separada de la dimensión de resurrección, festiva, es decir, del Paráclito. La Pascua, y más precisamente el triduo pascual, es la forma del amor de Dios en la historia. Pedro comprenderá que no se puede servir al amor siguiendo la propia voluntad; ponerse al servicio del amor presupone la muerte a sí mismo. El objetivo final de una vocación es, por lo tanto, la resurrección. Dejarse penetrar por el amor significa morir, pero al mismo tiempo vivir, porque el amor no pasa nunca (cf. 1 Cor 13, 8).
Esta afirmación de san Pablo es la convicción más radical del Nuevo Testamento: todo lo que es absorbido por el amor ya está arrancado a la muerte por la vida que permanece. Por eso, la cruz está presente también en la escena de Cristo resucitado, porque, como dice Bulgakov, estaba presente desde la creación del mundo. Más aún, el mundo fue creado en el signo de la cruz, y por eso está marcado por ella esencialmente. Pero aquí la cruz es absorbida y transfigurada por la luz poderosa y radiante de Cristo que emerge del universo.
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El Rostro de Cristo
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004

En la escena, el manto de Cristo subraya la resurrección. Es conocida la simbología del manto de Dios a partir de los profetas hasta la pasión de Cristo. Se trata de la gloria de Dios diseminada por todo lo creado y que aparece en el universo recapitulado con la resurrección. En cierto sentido, el manto no es enteramente separable del cuerpo de Cristo. Cuando Cristo muere y es sepultado en la tierra, como dice Olivier Clément, se rechaza mantener a Cristo cadáver. El cuerpo de Cristo no es retenido por la tierra después de su muerte. Más aún, Cristo, resucitado en su cuerpo, abre a toda la tierra una nueva dirección, hace de ella una Tierra nueva y Cielos Nuevos. El universo entero está revestido de Cristo resucitado. Se afirma entonces una dimensión filial en todo lo que existe, una adhesión de amor al Hijo para ser regalados de nuevo al Padre en el Hijo. Precisamente por esta visión realista de la resurrección la vocación adquiere una fuerza inquebrantable, y toda ascesis y todo compromiso encuentran su razón y argumentación en la etapa final, en la victoria sobre la muerte.
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Panorámica central: la resurrección
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004

El altar del Santísimo
El esplendor de la figura de Cristo resucitado de entre los muertos se extiende especialmente en el último espacio de la Capilla, que es su corazón, ya que conserva la presencia real de Jesús en las especies eucarísticas.
Parece una solución feliz que, en medio de estas escenas que explicitan el tema de la vocación hacia la resurrección, esté la reserva de la Eucaristía. Un fondo, con los colores que desde la más remota antigüedad indican lo sagrado, acompaña al orante en la Capilla con un sentimiento de respeto y de confianza. En efecto, la Eucaristía es el sacramento en el que la humanidad sigue siendo involucrada en la Pascua de Cristo; es la presencia de Jesús en la que sus seguidores sacan la fuerza para su camino y la manifestación y la realización de llegar a ser lo que por medio de ella es comunicado, es mediada y en la que encuentra cumplimiento también la realización concreta de su vocación.
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Pared del Santísimo
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004
 
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Visión panorámica hacia la pared del fondo
Capilla de la Nunciatura Apostólica
París - Francia
Octubre 2003-agosto 2004

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