miércoles, 5 de febrero de 2014

¿CÓMO CORRIGES A LAS PERSONAS QUE QUIERES?

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Felipe Aquino

¿Cómo corrige generalmente usted a su hijo, a su esposo, a su esposa, a su empleado, a su colega, a su subordinado? Es un deber y una necesidad corregir a aquellos a quienes amamos, pero es necesario hacerlo de manera correcta. Toda autoridad viene de Dios y en su Nombre debe ser ejercida con mucho sentido y cautela.

No es fácil corregir a una persona que se equivoca; apuntar el dedo a alguien y decirle: “Te equivocaste”, le doy en el ego a la persona; y si la corrección no fuera hecha de modo correcto puede generar efectos secundarios. Si ésta fuera hecha inadecuadamente puede empeorar el estado de la persona y generar en ella humillación y rebeldía. Nunca se puede, por ejemplo, corregir a alguien frente a otras personas, eso la deja humillada, ofendida y, muchas veces, con odio a quien la corrigió. Y, lamentablemente, eso es muy común, especialmente por parte de personas que tienen un temperamento intempestivo (“de mecha corta”) y que actúan de forma impulsiva. Esas personas necesitan tener mucho cuidado porque, a veces, queriendo quemar etapas, acaban quemando personas. Ofenden a muchos.

Quien se equivoca necesita ser corregido, para su bien, pero con elegancia y amor. Hay padres que subestiman a los hijos, los tratan con desdén, desprecio. Algunos al corregirlos, lo hacen groseramente, con palabras ofensivas y punzantes. Lo peor de todo es cuando llaman la atención a los hijos en presencia de otras personas, hermanos o amigos, o hasta frente al novio o novia. Eso lo o la humilla y lo o la hace odiar al padre y a la madre. ¿Cómo es que ese hijo o hija después va a oír los consejos de esos padres? Lo mismo sucede con quien corrige a un empleado o subordinado frente a otros. Es un desastre humano.

Me gustaría señalar aquí tres exigencias para corregir bien a una persona:

1.      Nunca corregirla frente a los demás

Al corregir a alguien, debe ser llamado a solas, cerrar la puerta de la sala o del cuarto, conversar con firmeza, pero con cortesía, sin gritos, ofensas y amenazas, pues este no es el camino del amor. No se puede humillar a la persona. Igualmente el niño tiene que ser corregido a solas para que no se sienta humillado frente a los hermanos o amigos. Si fuera un adulto, eso es más importante aún. Cómo es lamentable los padres o jefes que gritan corrigiendo a sus hijos o empleados frente a los demás. Escoja un lugar adecuado para corregir a la persona.

Me gustaría recordar que la Iglesia, como buena madre, nos garantiza el sigilo de la Confesión, de manera extrema. Si el sacerdote revelara nuestro pecado a alguien, podría ser castigado con la pena máxima que la institución creada por Cristo puede aplicar: la excomunión. Eso para proteger nuestra identidad y no permitir que la revelación de nuestros errores nos humille. Y, ¿nosotros? ¿Cómo hacemos con los otros? Sólo el hecho de darle privacidad a la persona que es corregida, al llamarla a solas, estará mejor preparada para la corrección que recibirá, sin odiarlo.

2.      Escoja el momento oportuno

No se puede llamar la atención de alguien en el momento en que la persona equivocada está cansada, nerviosa o indispuesta. Espere el mejor momento, cuando ella estuviera calmada. Los impulsivos y coléricos necesitan limpiarse mucho en estos momentos porque provocan tragedias en la relación. Con la sangre caliente derraman bilis – a veces incluso con palabras suaves – sobre aquel que cometió un error o provocan en el interior de él una herida difícil de cicatrizar. Las personas acaban quedando mal vistas en su medio.

Padres y jefes no pueden corregir a los hijos y subordinados de esa forma, gritando u ofendiendo por causa de la sangre caliente. Espere, edúquese, cuente hasta 10, vaya afuera, salga de la presencia de quien se equivocó; no se lance osadamente sobre el celular para reprenderlo “ahora”. Repito: la corrección no puede dejar de ser hecha; el castigo puede ser dado, pero todo con sentido, con gallardía. Estamos tratando con gente y no con ganado.

3.      Use palabras correctas

A veces, un “sí” dicho de manera incorrecta es peor que un “no” dicho con sentido. Antes de corregir a alguien, sepa en lo que erró; déle el derecho de exponer con detalles y con tiempo lo que hizo equivocadamente, y por qué lo hizo. Es común que el padre, el jefe, el amigo, el colega, precipitados, comentan un grave error e injusticia con el otro. El problema no es la corrección que se aplica, sino la manera de hablar, sin ofender, sin lastimar, sin humillar, sin herir el alma.

Yo era profesor en una facultad, y uno de los alumnos vino a decirme que perdió uno de los exámenes y que no podía traer el certificado médico para justificar su falta. Tener que hacer un examen por segunda vez sólo para un alumno me irritaba. Entonces le dije que no le haría otro examen. Cuando él insistió fui grosero con él, hasta que él se pudo explicar: “Profesor, es que yo uso un ojo de vidrio y el día de su examen mi ojo de vidrio se cayó en la playa y se rompió; por eso no pude hacer el examen”. Me quedé “frío” y le pedí mil disculpas.

Nunca me olvidé de una corrección que mis padres nos hicieron cuando yo y mis ocho hermanos estábamos chicos. De vez en cuando nos escondíamos para fumar. Nuestra casa tenía un patio grande y un pequeño cuarto al fondo del mismo; ahí la gente se reunía para fumar.

Un día nuestro padre nos cachó fumando; fue una desesperación… Yo pensé que nos iba a dar una tunda a cada uno; pero no, me acuerdo exactamente hasta hoy, después de casi cincuenta años, la bella lección que nos dio. Me acuerdo bien: nos reunió en medio del patio, en círculo, después pidió que le diéramos un cigarro; lo tomó, lo encendió, dio una calada y sopló el humo en la uña del dedo pulgar, haciendo presión, con la boca bien cerrada. Enseguida, mostró a cada uno de nosotros su uña amarilla por la nicotina del cigarro. Y comenzó preguntando: “¿Ustedes saben lo que es eso amarillo? Es veneno; es nicotina; eso va a los pulmones de ustedes y hace mal a la salud. ¿Es eso que quieren?”

Luego no dijo nada más; sólo dijo que él fumaba cuando era joven, pero que dejó de hacerlo para que nosotros no aprendiéramos algo equivocado con él. Así terminó la lección; no le pegó a nadie y no riñó a nadie; nos fuimos. Hoy ninguno de mis hermanos fuma; y yo nunca me olvidé de esa lección. San Francisco de Sales, doctor de la Iglesia decía que “lo que no se puede hacer por amor, no debe ser hecho de otra manera, porque no da resultado”.

Y si usted lastimó a alguien, corrigiéndolo groseramente, pida perdón luego; es un deber de conciencia.

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