
EN TRÁNSITO
EDUARDO / JORDÁ | ACTUALIZADO 13.02.2013 - 06:54
El papa Benedicto
CON motivo de la renuncia del papa Benedicto XVI, he leído críticas que insinuaban su cercanía al nazismo en los años de su juventud. Y eso no es verdad. El papa Ratzinger nació en una pequeña ciudad bávara, en el sur de Alemania, muy cerca de la frontera austriaca. Conozco esa zona porque pasé un verano allí. Es una comarca campesina, de fuertes raíces católicas y antisemitas, donde las iglesias tienen cúpulas con forma de cebolla (de inspiración bizantina) y donde los niños se ponen pantalones de cuero cuando salen de excursión. Hitler nació a veinte kilómetros de donde nació Ratzinger, sólo que en el lado austriaco de la frontera y casi cuarenta años antes. Pero por allí cerca también nacieron Mozart y Anton Bruckner, que compuso muchas de sus sinfonías inspirándose en el paisaje monótono de aquella comarca fluvial. El malhumorado escritor Thomas Bernhard, que había pasado en aquella zona una parte de su infancia, decía que allí sólo había iglesias y pocilgas y gente estúpida. Pero Bernhard, que podría haber vivido en cualquier otro sitio, acabó comprándose una casa allí y allí murió en 1989. Si en aquella zona sólo vivía gente estúpida, al final no pareció molestarle mucho.
Pero lo importante es que Benedicto XVI no fue nunca nazi, sino más bien todo lo contrario. Los nazis -igual que el malhumorado Thomas Bernhard- despreciaban a los curas, a los que asociaban de inmediato con las pocilgas y la estupidez, porque creían en una especie de mitología de pacotilla que mezclaba las supercherías de los antiguos mitos escandinavos con la obsesión por la gimnasia y la eugenesia racial y la superioridad de Alemania. Para los nazis, la religión era una debilidad propia de cobardes y de ignorantes. Y aunque es cierto que el papa Benedicto estuvo durante su adolescencia en las Juventudes Hitlerianas, la verdad es que todos los chicos alemanes de 14 años estaban obligados a alistarse, si no querían que los mandasen a un campo de concentración.
Lo importante en la vida del papa Benedicto XVI no es que naciera en una zona que fue muy proclive al nazismo, sino que escribiera y pensara de una forma que era justo la opuesta a todo lo que significaba el nazismo. Porque el pensamiento de Benedicto XVI -que unía las tradiciones de Atenas, Roma y Jerusalén- defendía que ninguna fe religiosa podía tener valor si no se fundaba en el humanismo y en la razón. Y éste es el hecho incuestionable que nadie puede ignorar, con independencia de lo que uno crea o no.
Pero lo importante es que Benedicto XVI no fue nunca nazi, sino más bien todo lo contrario. Los nazis -igual que el malhumorado Thomas Bernhard- despreciaban a los curas, a los que asociaban de inmediato con las pocilgas y la estupidez, porque creían en una especie de mitología de pacotilla que mezclaba las supercherías de los antiguos mitos escandinavos con la obsesión por la gimnasia y la eugenesia racial y la superioridad de Alemania. Para los nazis, la religión era una debilidad propia de cobardes y de ignorantes. Y aunque es cierto que el papa Benedicto estuvo durante su adolescencia en las Juventudes Hitlerianas, la verdad es que todos los chicos alemanes de 14 años estaban obligados a alistarse, si no querían que los mandasen a un campo de concentración.
Lo importante en la vida del papa Benedicto XVI no es que naciera en una zona que fue muy proclive al nazismo, sino que escribiera y pensara de una forma que era justo la opuesta a todo lo que significaba el nazismo. Porque el pensamiento de Benedicto XVI -que unía las tradiciones de Atenas, Roma y Jerusalén- defendía que ninguna fe religiosa podía tener valor si no se fundaba en el humanismo y en la razón. Y éste es el hecho incuestionable que nadie puede ignorar, con independencia de lo que uno crea o no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario