sábado, 23 de febrero de 2013

¿ARTE?; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón



Tengo una amiga que pinta unos tapies preciosos. Mucho más artísticos y estéticos que los del genuino Tapies. Se va a enfadar mi querido y admirado amigo y lejano pariente Miguel Oriol, gran arquitecto, que es muy partidario de Tapies, vayan ustedes a saber porqué. El problema de mi amiga es que no pertenece a la mafia artística ni es de izquierdas. De ahí que sus tapies apenas cotizan en el mercado. No conozco mundillo más nauseabundo y mentiroso que el de las galerías de arte, los marchantes, los pintores y los inversores. Inauguraba el duque de Edimburgo una feria artística en Londres. Este hombre pregunta y dice lo que le da la gana, y no se corta ni un pelo. A la presidenta de una pequeña nación del Pacífico, después de algunas horas de contacto amistoso y protocolario le preguntó: -Perdón, ¿usted es hombre o mujer?-. Edimburgo vive rodeado de maravillosas pinturas, esculturas, muebles y tapices, y aquella exposición le produjo una acusada decepción. –He comprobado que, ante una obra de arte modernista, si puedes rodearla es una escultura, y si está colgada de la pared, es una pintura–. Mi gran Mingote, maestro supremo, sabía pintar los Modigliani como Modigliani y los Picasso como Picasso. Entraron a robar en su casa y se llevaron todas sus obras falsas. Se dice que Tapies era un pintor que derramaba pintura sobre un lienzo, las esparcía después con un trapo, y vendía posteriormente el lienzo y el trapo por millones de pesetas a un majadero de nueva riqueza. Algo así como la poesía sin métrica ni rima. Lo afirmó Okakura Kazuko, un japonés con muy mala leche: «Se ve una mujer cuadrada con tres pechos y una guitarra sobre su entrepierna». Todo esto para anunciarles que en las paredes de mi modesta casa cuelgan dos maravillosos lienzos de Tapies, que lo son porque precisamente no los ha pintado Tapies. Y a muy buen precio. «Los artistas como Tapies –decía Gossage–, no están interesados en el arte, sino en el dinero».La gran diferencia establecida por el genial Picasso: «Un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta». Agudísimo matiz. Claro que Sainte-Beuve tampoco iba descaminado. «Un cuadro de un pintor de moda es el objeto que oye decir más estupideces al cabo del día». Escribo todo esto porque he visto muchas de las grandes obras de arte que se exponen en Arco y sonrío mientras pienso que todavía hay gilipollas que las adquieren. Mis tapies falsos son unos «collages» muy decorativos. De uno de ellos surge una bufanda, y del otro una faja de mujer bastante gorda. En el primero de ellos, para darle un mensaje más trascendente, se lee una pintada que dice: «Revolución o muerte», y la firma: «Ché Guevara».Le pregunté a mi amiga por el motivo de semejante majadería: «Se vende mucho mejor».
En la casa de un ilustre y conocido abogado de Madrid, en la antesala del comedor, se puede apreciar una figura sentada en un retrete. «¿Muy realista, verdad?»; «sí, una marranada». Le costó un congo, o un potosí, que es más nuestro, más español. Me miró como si yo fuera idiota. «Es de Arnowsky». «Entonces, retiro lo dicho», me vi obligado a remachar ante la posibilidad de que me dejara sin cenar, como se hacía con los niños que se portaban mal en mis tiempos infantiles.
He escrito de todo esto porque me divierte, y me gusta provocar al esnobismo artístico. Y lo hago porque me estoy figurando la expresión del Presidente del Tribunal Constitucional viendo la intervención del etarra en el Congreso, y el buen humor me abandona hiriendo mi sensibilidad. Como un cuadro de Tapies con el precio de un cuadro del susodicho.

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