domingo, 24 de febrero de 2013

"DESDE VILLALUENGA".


Un viernes lluvioso y desagradable hacía prever un fin de semana en “remojo”. Pude capotear el temporal de la mejor manera que supe, pero al llegar a Jerez a medio camino entre la estación y mi casa me llovió fuertemente que hizo que mis pantalones se convirtieran en trapo mojado. Así llegué a casa, chorreando, aunque nuestra idea era asistir al segundo día del Tríduo de nuestra Hermandad, no pudo ser porque a la hora de coger el coche diluviaba.

Tengo que decir que la madrugada la pasé durmiendo de un tirón, pero Hetepheres por la mañana antes de abrir la ventana me comentó la fuerza con que llovía esa noche.

Al abrir la ventana del dormitorio nos recibió un día cálido, con algunas nubes, diametralmente opuesto a unas horas antes. Se nos cambió la cara porque pudimos comprobar, para nuestra alegría, que podíamos marcharnos para nuestro querido pueblo.

La liturgia del sábado siempre es la misma: Nos levantamos, ella llama a su madre para llevarla a Misa mientras yo me quedo actualizando el blog tomando un buen café muy cargado.

A eso de las diez y cuarto de la mañana ya estábamos dentro del coche, con las cosas que nos teníamos que llevar. Cogimos kilómetros hacia delante, en búsqueda de nuestro pequeño paraíso terrenal.

Por la carretera, en Arcos, vimos a un perro que intentaba cruzar y Hetepheres ni corta ni perezosa aparcó a un lado y ayudó al perro para que no fuera atropellado. Le dio tanta lástima que quiso meterlo dentro del coche para llevarlo a Villaluenga porque allí, seguro, que alguien lo querría. ¡Qué epopeya! Entró ese perrito descomunal, lleno de simpatía, y en cuanto vio la ventana se lanzó hacia ella pues quería salir, mientras tiraba todo lo que se encontraba y ante esa situación opté por abrir la puerta del coche para que el pobre animal saliese tranquilo. Esta acción demuestra el gran corazón que tiene mi mujer, que siempre está atento para que a nadie le pase nada, para que todos sean felices. Dios me ha bendecido con un ser especial a mi lado y le doy gracias todos los días.

Al pasar por Benaocaz paramos en la fábrica de embutidos y compramos una morcilla, salchichón y chorizos caseros. Todo calidad, sabor y muy buen precio. Se puede divisar desde la carretera y su entrada es fácil y muy recomendable.

Cuando llegamos a Villaluenga lucía un buen sol aunque los termómetros contemplaban una fuerte bajada de temperatura. Vimos que todas las calles del pueblo estaban cortadas aún así pudimos llegar hasta nuestra casa. Desembarco de las cosas que llevábamos y mientras Hetepheres aparcaba yo me quedaba ordenando las cosas, abriendo las persianas, limpiando la chimenea. En seguida me cambié de ropa y me puse la de abrigo para cuando hace mucho frío. Mientras  Hetepheres encendía la chimenea.

Ya empezaba la leña a caer bajo el fuego que estaba calentado la habitación y la casa. Nosotros, mientras, nos dispusimos a pasar un tiempo leyendo plácidamente. Corté unas rodajas de morcilla y salchichón, a modo de aperitivo, que regamos con un coca cola y un oloroso seco.

A eso de las tres, cuando mejor se estaba en casa, nos fuimos a almorzar al Casino. Había mucho ambiente. Allí nos encontramos con Toni a la que saludamos y nos fuimos para el salón de arriba que estaba tranquilo y apetecible para almorzar en medio de una grata conversación. Dos buenas sopas de Villaluenga, albóndigas con patatas fritas y un serranito fueron nuestro almuerzo donde hablamos y nos reímos mucho.

Al terminar Fernando  nos invitó a una copa, cosa que agradecí porque fuera hacía un poco de frío,  al salir le dije a Hetepheres si quería ir a ver a “Carboncito”  a la finca de Mateo, cosa que le encantó porque le gusta mucho esta entrañable chivita, empezamos a caminar la larga y empinada cuesta. En ella nos encontramos con Pepi, dueña de la panadería, que venía de hacer su ruta diaria, estuvimos conversando unos minutos y cada uno siguió su camino; nosotros hacia arriba y ella hacia el pueblo. Hetepheres cogió carrerilla y yo me tomé la subida con más filosofía, con más parsimonia, toda vez que estos ratos me sirven para hacer profunda meditación y también oración.

Al finalizar la cuesta estaba mi mujer con una gran sonrisa esperándome. Entramos en la finca de Mateo que estaba encharcada por la lluvia caída hasta esa misma madrugada. Estaban todas las crías con sus madres mamando. ¡Qué estampa más entrañable! Después, Mateo nos enseñó una que estaba recién nacida así como otra cabra que estaba a punto de hacerlo. Rodeados de ese particular “jardín de infancia” disfrutamos largamente de la conversación de Mateo y su padre que nos iban explicando todo cuánto hacían, todo el trabajo, inmenso y sacrificado, trabajo que es ser ganadero. Trabajan de sol a sol, todos los días del año y siempre están con una sonrisa y una amabilidad arrolladora.

Mi sincera admiración para Mateo, su padre, Diego y Gabriel Franco así como a su padre porque ellos me han enseñado a valorar lo que es el trabajo bien hecho, el sacrificio y la tenacidad.

Después nos dispusimos a bajar la cuesta que habíamos subido. La tarde iba corriendo y el paisaje era impresionante con la sierra enfrente y el pueblo mecido, cual recién nacido, entre las mismas.

Aire puro, algo de frío en la cara, sonido del silencio roto solamente por los ladridos de los perros, el maullar tímido de un gatito que se nos acercó amigablemente, el relincho de un caballo al cual tocamos sus crines. Nada de cansancio sino una sensación de felicidad, de tranquilidad, de sosiego, de disfrutar cada segundo con lo que estábamos haciendo.

Cuando llegamos a casa, permanecía cálida y agradable por efecto de la chimenea, nos sentamos a descansar y nos pusimos a leer hasta las tantas, leíamos tan ensimismados que no oíamos ni las campanas de la cercana Iglesia. A las ocho y cuarto me levanté porque había quedado en ir a ver a Berna que estaba trabajando en el hotel de Tugasa, allí junto a Mª Jesús Alberto, su directora, estuvimos charlando amigablemente durante cerca de media hora. Cuando me fui para el Casino como todos los sábados, me encontré con Juande que iba para el hotel porque tenía que hablar con Mª Jesús. Lo esperé en la puerta y nos fuimos juntos por la solitaria y recoleta Calle Real. Cuando llegamos no había nadie y nos subimos a la primera planta porque estaban retransmitiendo el partido entre el Real Madrid y el Deportivo de La Coruña. Nos sentamos en una mesa, había buen ambiente. Enseguida Fernando nos puso una copa de brandy, una cerveza y una ración de su rica ensaladilla. Nos lo pasamos en grande viendo como el Madrid remontaba y ganaba el partido. Después empezó el Barcelona y Fernando se sentó con nosotros, no llegaría ni a media hora de su primera parte cuando opté por irme a casa pues Hetepheres me esperaba para cenar. Fue una noche de buena conversación regada con las anécdotas que da el fútbol.

Llegué a casa, estaba calentita, cené y enseguida nos acostamos porque me vencía el sueño. Dormí de un tirón hasta las seis de la mañana ya que un dolor de cabeza producida por mi jaqueca, que gracias a Dios no me da mucho, hizo que me levantara para tomar dos fuertes calmantes junto a dos pastillas de omeprazol. Cuando los dolores se iban amortiguando, me volví a acostar y cogí el sueño hasta las nueve y media de la mañana que me despertó Hetepheres. Una ducha calentita, vestirnos e irnos a desayunar dos buenas rebanadas de pan de campo con un buen café con leche en vaso de tubo.

Al terminar me fui para la Iglesia, quedaban diez minutos para que empezara la Misa, y mientras Hetepheres  fue a  “La Covacha” a comprar una cosa que necesitaba y estuve rezando delante del Sagrario y de la Virgen del Rosario. Diez minutos de paz dentro de la paz que otorga a mi vida Villaluenga del Rosario.

La Eucaristía estaba dedicada al Santo Padre Benedicto XVI, el Párroco ofreció una destacable homilía que también dedicó al Papa. La concurrencia era la de los habituales en la Misa de mi querido pueblo.

Al terminar saludar a muchas buenas vecinas para encaminarnos a dar de comer a los perritos y gatitos que nos esperan cada fin de semana. Un pequeño  paseo por el pueblo y para casita que nos volvía a recibir cálida y apetecible. Será por los efectos de la jaqueca que me encontraba cansado y me tomé una rosquilla que nos regaló Elena esa misma mañana.

Así pasamos las horas que precedieron a la hora del almuerzo. Disfrutando de nuestra casa, de la chimenea, del bello paisaje que se puede contemplar desde la ventana así como de una buena lectura.

Muchas veces pierdo la mirada en la montaña y el cielo que tengo enfrente y que aparece dibujado en la ventana como si de un cuadro se tratara. Os puedo asegurar que parece que podría tocar las nubes de lo cerca que la tenemos. Al estar en la parte más alta del pueblo, que a su vez, es el más alto de la provincia hace que el cielo parezca más inmenso y más cercano. Podría pasar horas y  horas mirando las nubes que van sucediéndose unas a otras, la sierra con sus claroscuros y esos arbolitos que se ven muy pequeñitos desde la distancia y que después son enormes.

Almorzar, descansar la comida, coger los bártulos e irnos todo es una. Cuando ya íbamos para el coche Hetepheres fue a ver a “Oxidaíta”, que es el nombre que ella le ha puesto, y después de dejar las cosas en el coche ya nos dispusimos a coger el camino que  nos traería a Jerez de la Frontera.

Cuando, ya en la carretera, aunque todavía dentro del término de Villaluenga nos encontramos con un grupo de senderistas. Una iba visiblemente cojeando. Paramos y le dijimos si le podíamos ayudar cuya afirmativa contestación nos alegró. Se montó junto a dos más porque habían dejando el coche en Benaocaz y así no podrían llegar caminando.

Nos contaron que eran de Utrera y que habían hecho la ruta que va de Benaocaz hasta llegar a la Sierra del Caíllo y que ya marchaban camino de vuelta al lugar de origen, pero que una de las chicas se había torcido el tobillo tras un resbalón y que al enfriarse no podía dar un paso.

Tras dejarla en el cercano pueblo nos encaminamos hacia Jerez. Mis caminos de vuelta siempre digo que son un abrir y cerrar de ojos porque el sueño me vence y me quedo dormido en el cruce de Ubrique y me despierto en Jerez.

Ya va quedando menos para volver al único sitio donde la felicidad, la tranquilidad, el sosiego, la paz, el descanso y la buena conversación de toda la buena gente que  nos rodea se entrelazan en un mismo sitio: Villaluenga del Rosario.

Dentro de pocos días, si Dios así lo quiere, estaremos de nuevo caminando por sus calles, respirando ese aire puro, disfrutando del frío intenso, del silencio que llena el alma y nos acompaña siempre.

Buena semana y que Dios os  bendiga a todos.

Jesús Rodríguez Arias














 Hetepheres con "Oxidaíta",

 Salón Planta Baja Casino Villaluenga
 Salón Planta Alta Casino de Villaluenga
 Contemplando el cercano cielo.


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