domingo, 11 de marzo de 2012

CÓMO LOS INVENTOS SENCILLOS HAN CAMBIADO, PARA BIEN, EL MUNDO.

Cultura | La Gaceta



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    Chupa Chups
    SIMPLEMENTE

    Cómo los inventos sencillos han cambiado -para bien- el mundo

    11 MAR 2012 | Pepe Álvarez de las Asturias
    El ser humano es único en muchas cosas. Por ejemplo, en complicarse la vida. Por eso, a veces, conviene recordar que las ideas sencillas son a menudo las mejores ideas.

  • A mediados del siglo pasado, cuando Estados Unidos comenzó su carrera espacial, a rebufo de los rusos, los ingenieros de la NASA se dieron cuenta de que los bolígrafos comunes no podían escribir en condiciones de gravedad cero (la tinta llega a la punta del bolígrafo solo cuando está boca abajo). El reto tecnológico fue solventado por la empresa Fisher con una inversión de un millón de dólares y dos años de pruebas -en alto secreto- que dieron como resultado un bolígrafo de tinta a presión con el que los astronautas estadounidenses podían escribir en el espacio, en cualquier posición y bajo condiciones extremas de temperatura y gravedad. Los rusos, enfrentados al mismo problema, lo resolvieron con… ¡lápices! Una solución mucho más sencilla, inmediata y, desde luego, sensiblemente más económica.
    No solo para los cosmonautas rusos, el lápiz es uno de los grandes -y sencillos- inventos del ser humano. Gracias a este simple trocito de grafito artistas, literatos, historiadores o simples mortales han dejado a lo largo de los siglos su testimonio o su obra para las generaciones venideras, desde que fue descubierta una mina de grafito en un pueblecito al norte de Inglaterra, en 1564. Ya en 1792, el ingeniero francés Jacques-Nicolas Conté lo perfeccionó mezclando el grafito con arcilla y cubriéndolo de madera de cedro, formato en el que este paradigma de la sencillez creativa ha llegado hasta nuestros días.
    Otra de esas sencillas ideas que han cambiado, en este caso, nuestra salud y comodidad a la hora de viajar por el mundo, es la maleta con ruedas. Algo que hoy parece obvio, no lo fue hasta 1970. La bombilla se le encendió al ciudadano estadounidense Bernard Sadow en el aeropuerto de Puerto Rico durante un viaje familiar en el que sufría lo indecible cargando dos enormes y pesadas maletas; en ese momento pasó ante sus ojos un empleado portando sin esfuerzo una máquina sobre una plataforma con ruedas y a Sadow le pareció una genial idea para no volverse a romper el espinazo en el siguiente viaje (“¡Eso es lo que necesitamos! Ruedas en el equipaje”, le dijo a su mujer).
    Y le pareció también un magnífico invento con grandes posibilidades económicas. De forma que ató a su maleta cuatro pequeñas ruedas con una fuerte correa y trató de vender su “invento loco que nadie iba a querer” en todas las tiendas y comercios de Nueva York. Sin excesivo éxito, hasta que presentó su equipaje rodante al vicepresidente de Macy’s; en octubre de ese mismo año el prestigioso centro comercial neoyorquino comenzó a vender el obvio invento del visionario Bernard Sadow, con histórico éxito. Veinte años después se eliminaron dos ruedas y se colocó un mango retráctil en la maleta. Ah, y se la llamó trolley.
    Controlar la conducta humana
    A menudo, lo que hoy consideramos tan normal que incluso nos parece insignificante fue en su día un adelanto que cambió la vida de millones de personas e incluso el devenir de la historia. Tal es el caso de los alimentos enlatados. Hasta el año 1810, uno de los mayores problemas con que se enfrentaban los soldados en los campos de batalla no era el enemigo, sino el abastecimiento. Alimentar todos los días a miles de hombres, a veces en territorio extranjero y obviamente hostil, no era tarea sencilla. Ni barata. El Gobierno francés era consciente de ello, y ofrecía una recompensa de 12.000 francos a quien desarrollara un método que permitiera a sus soldados transportar la comida en buen estado a los lugares de batalla. Fue Nicolas Appert quien ideó la brillante solución: introducir los alimentos en una lata, sin aire ni luz, para conservarlos durante más tiempo. Tanto, que su invento aún perdura dos siglos después.
    También surgió tras una necesidad en tierras lejanas otro invento que hoy disfrutamos tanto o más que en la época de su nacimiento, en la India colonial. Se trata del gin-tonic. En 1870, la compañía J. Schweppe & Co, tuvo la genial idea de añadir quinina en la soda carbonatada (inventada en 1783 por el joyero alemán Johann Jacob Schweppe) dando lugar a una bebida, el agua tónica, que además de refrescante era una medicina enormemente eficaz para combatir el paludismo, razón por la que se hizo muy popular entre las tropas británicas destinadas en la India. Un alto oficial decidió celebrar las victorias de las tropas británicas añadiendo ginebra a la tónica, dando lugar de una manera tan absolutamente sencilla a uno de los combinados más extendidos -amén de saludables y digestivos- del planeta.
    ¿Se puede controlar la conducta humana, en todo el mundo, con tres simples colores? ¿Por ejemplo, rojo, verde y ámbar? La civilización no sería tal sin un cierto control. Especialmente cuando la civilización crece desproporcionadamente respecto del espacio que ocupa. Es lo que ocurría en Cleveland, Estados Unidos, en 1914. Para regular el creciente tráfico de vehículos, se colocaron en las intersecciones de las calles los primeros semáforos, con luces de color verde y rojo: verde para pasar, rojo para detenerse, así de simple (el preventivo ámbar se añadió en 1918). El invento se había probado en 1868 en Londres, para regular el tráfico nocturno con luces de color rojo y verde producidas por gas; pero solo unos meses después de su estreno, la noche del 2 de enero de 1869, el gas explotó causando la muerte de un policía; y, por ende, de los semáforos de gas.
    El mendigo del sombrero
    La historia de la escritura forma parte de la historia de cada civilización; y cada alfabeto tiene su propia complejidad lingüística y gramatical. Sin embargo, en 1836, Alfred Vail y Samuel Morse crearon un lenguaje tan sencillo y universal que ni siquiera utilizaba palabras. Y que además podía enviar mensajes a kilómetros de distancia sin necesidad de palomas mensajeras o intrépidos jinetes del Pony Express. Un código formado por combinaciones de simples rayas y puntos que unió fronteras y extendió la civilización a base de impulsos eléctricos. Precisamente, el ingeniero N. Joseph Woodland estaba pensando en el código Morse mientras paseaba por la playa una tarde de octubre de 1948, tratando de hallar una solución para catalogar productos manufacturados. En la arena dibujó una serie de puntos y rayas a los que añadió líneas finas y gruesas, respectivamente, creando un código bidimensional, único y universal, capaz de catalogar cualquier producto en cualquier lugar del mundo.Un método sencillo y genial conocido como código de barras.
    Tan sencillo como dibujar unas líneas en la arena puede parecer añadir un palo a un trapo. Una solución que también revolucionó el mundo y, de paso, dignificó la labor de millones de mujeres. Hasta que el español Manuel Jalón Corominas patentó la primera fregona en 1957, que nació como “aparato lavasuelos” Rodex, todas las mujeres del mundo habían fregado el suelo de rodillas, una postura humillante y además perjudicial para su salud. Una brillante idea que, por cierto, surgió tomando una copa en un bar de Zaragoza, entre dos amigos oficiales de aviación.
    Otro invento español con categoría de universalidad, y que también es el resultado de añadir un sencillo palito, es nuestro dulce “Chupa Chups”. Enric Bernat, confitero especializado en la elaboración de peladillas, observaba cierto día de 1956 a unos niños comiendo caramelos y se fijó en que estaban continuamente sacándoselos de la boca con los dedos; pensó entonces fabricar un caramelo que se pudiera agarrar con un palo evitando así el hasta entonces inevitable pringue. En 1958 comenzó a fabricar el primer caramelo redondo con palo, bajo la marca comercial “Chups” y un eslogan publicitario que decía “chupa Chups”; expresión que el público, siempre sabio, adoptó como nombre del producto.
    Otro avispado comerciante fue Walter H. Deubner. En 1912 regentaba una pequeña tienda de comestibles en St. Paul, Minnesota, y se percató de que sus clientes solo compraban los productos que les cabían en las manos. ¿Cómo convencerlos de que comprasen más de lo que podían transportar? Su solución fue simple: una bolsa de papel con una resistente cuerda a modo de asa. Ese día, Walter H. Deubner cambió para siempre la forma de comprar. Lo mismo que hicieron en 1950 los empresarios estadounidenses MacNamara y Schneider, fundadores de Diners Club, que tuvieron la genial idea de crear una tarjeta que permitía a su poseedor realizar cualquier compra en determinados comercios sin necesidad de llevar dinero encima.
    En cualquiera de los aspectos de la vida, la simplicidad funciona. Cambia el mundo. Revoluciona la sociedad. La cara sonriente que creó el artista Harvey Ball le llevó 10 minutos en 1971; ese mismo año se vendieron 50 millones de chapitas del Smiley; apenas tres trazos sobre un fondo amarillo que hoy es un símbolo universal de la felicidad. Sí, la sencillez puede cambiar el mundo entero o la vida de una sola persona; como la del mendigo que se sentaba todos los días en un rincón de Central Park, con su avejentado sombrero abierto a las limosnas y un cartel rezaba “Soy ciego” que, invariablemente, los transeúntes ignoraban. Cierto día, un publicitario que pasaba por ahí vio el mensaje, añadió unas palabras con un rotulador y prosiguió su camino. A partir de ese instante, el sombrero del mendigo comenzó a llenarse de monedas. ¿Qué había escrito aquel hombre? Solo tres palabras: “Es primavera y soy ciego”. Simplemente.
     

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