viernes, 31 de enero de 2014

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN.

Lectura del segundo libro de Samuel 11,1-4a. 5-10a.13-17

“Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita. David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: Estoy encinta. Entonces David mandó esta orden a Joab: Mándame a Urías, el hitita. Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: Anda a casa a lavarte los pies. Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. 
Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera. Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita”.

Sal 50,3-4.5-6a.6bc-7.10-11 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R/.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,26-34

“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega. 
Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado”.

II. Compartimos la Palabra

Hemos visto otras veces a David en sus mejores momentos; hemos admirado su fe y sus relaciones con Dios. Hoy le vemos más humano, tan pecador como nosotros, por debilidad y por humanidad, primero, y por injusticia premeditada, después. Al final, se arrepentirá y Dios le perdonará.
En el Evangelio se compara el Reino a dos clases de semillas: la del cereal y la de la mostaza; y en ambas se trata de un proceso completo, desde su pequeñez, cuando son plantadas, hasta la siega, en un caso, y su conversión en árbol frondoso, en el otro.
  •  Trabajar, pero no sólo

En la parábola de la semilla llama la atención su autonomía: crece por sí misma. Una vez sembrada, como si se olvidara todo el trabajo que el labrador conoce muy bien sobre el terreno, el agua y la lucha contra la sequía, el sol y la preocupación por las inclemencias del tiempo.
Dando por descontado la preocupación y el trabajo del labrador, se busca hacer hincapié en el crecimiento de la semilla y del Reino al margen de nosotros. Se trata del Reino de Dios. Y es Dios mismo el que, admitiendo la cooperación humana, propicia el crecimiento, nuestra dependencia con respecto a él Toda la potencialidad del Reino está ya en la semilla, en la predicación, en la Buena Noticia de Jesús.
Hay que trabajar. Hay que quitar obstáculos que pudieran impedir o retardar y aplazar el crecimiento. Pero, sobre todo, hay que confiar en el Labrador. Porque la semilla está depositada en nuestros corazones. Y, a no ser que positivamente nos empeñemos en lo contrario, crecerá, se desarrollará y, por ella y el Labrador, se convertirá en lo que Dios tiene reservado para nosotros.
  •  Pequeñas semillas. Pequeños detalles. Grandes árboles

Jesús, entre líneas, nos habla hoy de la importancia decisiva de los detalles, de los pequeños gestos. Estos y aquellos son las semillas que otros –como mediadores- y el Otro, como origen y Padre de su Reino, depositaron en nosotros para que, creciendo y desarrollándose, se convirtieran en las ramas de ese Reino.
Estas semillas, estos detalles y gestos, son compatibles con cizañas, gestos y detalles insolidarios que con frecuencia acompañan a aquéllas y aquéllos. Que no nos quiten la paz y la serenidad. Necesitamos discernimiento, Que el Espíritu nos conceda este don, para ser capaces de esperar y saber dar razón de nuestra esperanza (Cfr. 1 Pe 3,15). Lo nuestro es siempre esperar, confiar y no cansarnos de plantar semillas y gestos de cercanía y de humanidad. Jesús nos recuerda hoy cómo esas semillas crecerán, luego, un tanto al margen de nosotros, por su propia fuerza. Al final, sólo quedará el Reino, dentro de nosotros, y Dios.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez 
La Virgen del Camino 

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