El pasado sábado celebramos la fiesta de San Pedro y San Pablo: «Día del Papa», como tradicionalmente ha sido en la Iglesia católica. Este año hemos vivido acontecimientos muy singulares en relación con el Papa: la renuncia del Papa Benedicto XVI y la elección de Dios de un nuevo sucesor de San Pedro, que ha recaído en el Papa Francisco. Hoy, la Iglesia da gracias a Dios por las obras grandes que Él ha hecho a favor de la Iglesia y de todos los hombres por medio de su humilde siervo, servidor de todos, el Papa Benedicto XVI. Al mismo tiempo, la Iglesia da gracias a Dios por haber elegido al Papa Francisco, siervo humilde de Dios y testigo de su misericordia y sobre él el auxilio del Señor, que lo guarde y proteja siempre. Todos los fieles, inseparablemente, rogamos por la Iglesia, a la que tanto ha amado Benedicto XVI y tanto ama el Papa Francisco. Los fieles cristianos rogamos por la Iglesia para que le conceda por medio del ministerio del Papa, pastor universal conforme a su corazón, que siga siempre y sin desmayo las sendas trazadas por el único Maestro suyo, Cristo, y camine conforme a la voluntad del Padre que está en los cielos, el único al que podemos llamar Padre, para que el mundo le conozca y le ame.
En el Evangelio tenemos el horizonte y el criterio por el que conducirse la Iglesia. Tal vez nos estemos preocupando demasiado por la difícil situación de la Iglesia (¿cuándo no ha sido así?) sin entender bien que ésta pertenece a Cristo, es el mismo cuerpo de Cristo. Por tanto le toca a Él dirigirla y, si es necesario, salvarla: no la hacemos y salvamos nosotros. Solamente somos, palabra del Evangelio, siervos y por añadidura inútiles; somos únicamente instrumentos, a menudo ineficaces: un solo padre, un solo maestro, un solo consejero.
No ceso de pedir a Dios por el Papa Francisco –sin olvidar jamás a Benedicto XVI–: que le dé fuerza y vida para cumplir su misión de confirmarnos en la fe y en la caridad, que nos cuide como buen pastor, con su plegaria, con el pan de la palabra cercana, luminosa y esperanzadora, con su maravilloso ejemplo de sencillez y vida conforme a las bienaventuranzas, que le dé toda la fuerza para no huir de los lobos que acechan a su rebaño y sólo escuchemos la voz de nuestro único y Supremo Pastor y Maestro, Cristo. Que no decaiga nunca en alentar en la esperanza, como está haciendo, a los sencillos, quienes han visto en el Papa un gran signo de que Dios está con los hombres y es la gran esperanza para todos.
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