lunes, 12 de marzo de 2012

UNA MÍSTICA DEL SIGLO XX: TERESA NEUMANN EN PROCESO DE BEATIFICACIÓN.

Sociedad | La Gaceta



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    TERESA DE KONNERSREUTH

    Una mística del siglo XX: Teresa Neumann, en proceso de beatificación

    11 MAR 2012 | Fernando Paz
    Este año se cumplen cincuenta de la muerte de Teresa Neumann, una de las más destacadas místicas y la primera estigmatizada del siglo XX.


  •  Nos han quedado los testimonios de quienes vivieron sus increíbles experiencias e incluso imágenes gráficas de sus éxtasis. Su caso se halla, actualmente, en proceso de beatificación.
    Teresa apenas salió en unas pocas ocasiones de su pueblo natal, la localidad bávara de Konnersreuth, junto a la frontera de Checoslovaquia. El pueblo era un centro de piedad muy difícil de igualar: la población cesaba en su actividad tres veces al día, cuando las campanas de la iglesia tocaban. Todo se detenía. La sala de baile que en su día abrió había cerrado en 1928, y los carnavales no se celebraban. Las misas de los días de diario rebosaban de fieles, y apenas se distinguían de las de los domingos.
    Hija de sencillos campesinos, Teresa nació una noche de Viernes Santo. Creció sana y fuerte, como una campesina de su tiempo, y pudo ocuparse de los trabajos de la casa cuando los hombres marcharon al frente durante la Gran Guerra. Sin embargo, al día siguiente de volver su padre a casa, quedó ciega, sorda y casi muda, al quebrarse su columna vertebral tratando de ayudar a sofocar el incendio de una granja vecina. Aquello le impidió profesar en religión, y le hizo sufrir terriblemente, quedando postrada en cama.
    El tormento de la sangre
    Pero un día, entre sueños, le pareció ver que alguien tocaba su almohada. Abrió los ojos y de inmediato se dio cuenta de que había recuperado la vista, aunque seguía paralizada. Habían pasado cinco años y era el día de la beatificación de santa Teresita de Lisieux. Cuando un poco más tarde estuvo a punto de perder un pie, rogó su curación al ver el dolor de su madre y se hizo poner un pétalo de rosa que había estado en contacto con las reliquias de santa Teresita; su pie sanó de inmediato.
    Fue el 17 de mayo de 1925 cuando Teresa Neumann se incorporó en la cama, tras ser llamada por una voz y una luz, plena de amor. Ese día era el de la canonización de santa Teresita de Lisieux.
    A partir de la Semana Santa del año siguiente comenzó a vivir la pasión de Cristo. Vio a Jesús en el Huerto de los Olivos aquella noche de Jueves Santo y comenzó a sentir el dolor físico de los estigmas. Le aparecieron las llagas en las manos y pies, y a lo largo de 1927 las de la corona de espinas en la cabeza. En los siguientes años los de la espalda y los de la flagelación. Los viernes, en especial los de Cuaresma, vivía un éxtasis que le provocaba lágrimas de sangre. Pasó por el tormento de la efusión de sangre unas setecientas veces a lo largo de su vida. Su hermano Ferdinand nos dejó abundantes testimonios fotográficos de dichos éxtasis y del correr de la sangre por sus ojos y mejillas.
    Como es preceptivo, no faltaron los escépticos que aseguraban explicar la excepcionalidad de Teresa mediante la histeria. Algunos de ellos, eclesiásticos. En 1937 fue sometida a una prueba durante un éxtasis: se le aplicó sobre los ojos un rayo lumínico de una intensidad insoportable, que podría haberla dejado ciega en condiciones normales. Teresa ni siquiera pestañeó.
    Hay testimonios de bilocación de Teresa. El padre Naber fue testigo de algunas de ellas, con no poca sorpresa por su parte. También su hermano. Teresa asistió al Congreso Eucarístico de Múnich,poco antes de morir, en 1960, y antes lo había hecho en 1938 al de Budapest -donde había estado su hermano-, a la apertura del Año Santo en Roma, a la proclamación del dogma de la Asunción de María el 1 de noviembre de 1950 y a distintas solemnidades en santuarios marianos diversos. Todo ello mientras permanecía en Konnersreuth. Levitó al menos en dos ocasiones de modo público, y en una de aquellas ocasiones lo hizo delante de un grupo de sacerdotes y a unos veinte centímetros del suelo.
    Sin comer ni beber jamás
    Teresa también manifestó un conocimiento sobrenatural de distintas cuestiones. Distinguía sin dudarlo una hostia consagrada de otra que no lo estaba, y cuando en alguna ocasión se le presentó un falso sacerdote sin serlo -e incluso un hombre vestido de obispo-, le afeó duramente su conducta.
    Durante 35 años estuvo privada de tomar alimento alguno. Una comisión eclesial, ordenada por el obispo de Ratisbona y formada por médicos y religiosas, la vigiló durante quince días sin dejarla nunca sola, en el verano de 1927. El control de peso arrojaba 55 kilos de peso al comienzo de la prueba, y exactamente el mismo peso al finalizar esta. Las enfermeras y los médicos que la habían vigilado durante esas dos semanas juraron que no había comido ni bebido nada en absoluto.
    Teresa comulgaba en ocasiones estando en soledad. Hay abundantes testigos de comuniones sin que nadie se acercara a Teresa; a veces, la hostia se materializaba en su boca, y en alguna ocasión fue el propio Cristo quien le dio de comulgar.

    Tuvo visiones de difuntos de su propia familia, como su madre y un hermano pequeño que vinieron a recoger a su hermana muerta y posteriormente a su padre. Algunas almas se le aparecían y le pedían que rezase por ellas; también vivió episodios de la historia sagrada con frecuencia.
    Lo extraordinario de su persona atrajo a miles de personas a lo largo de su vida, siendo particularmente impresionantes las muchedumbres que se daban cita en torno su casa, que el Viernes Santo llegaban a sumar hasta 5.000 personas.

    Un susto
    Teresa contaba lo que le había sucedido en cierta ocasión, siendo muy jovencita; episodio que, de tratarse de otra persona, sería difícil de creer: “Cuando tenía 12 años y estaba en el séptimo año de la escuela, un día guardaba los animales en la finca Fockfeld. Mientras trabajaba, rezaba el rosario. De pronto, un empleado de la finca se me acercó, me tapó la boca con un pañuelo sucio y maloliente, me ató las manos y me tiró a tierra levantándome la falda. En aquel preciso momento, llegó el toro al galope y corneó al empleado. El toro se me acercó, pero no me hizo nada y esperó con paciencia que me liberase las manos y la boca; después inclinó la cabeza hacia mí, que estaba temblando. Yo me agarré a sus cuernos y él me levantó lentamente. Esperé, apoyada en él, a que se me pasara el susto”.

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