Monseñor Zornoza habla en COPE Cádiz, Campo de Gibraltar y Ceuta, sobre el Bicentenario 2012 Ecclesia Digital. |
Escrito por Redactora | |
lunes, 12 de marzo de 2012 | |
Queridos amigos: En pocos días celebraremos la conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1812 que, como bien sabéis, se realizó en nuestra querida ciudad de Cádiz con gran participación de la Iglesia de aquel tiempo. Efectivamente la Iglesia tuvo un papel decisivo de dicho evento no solamente por la gran cantidad de clero que formaba parte de la Asamblea de los diputados, ni tampoco por la generosa colaboración de los fieles cristianos que llegaron a hacer colectas en las parroquias para sostenerles, sino sobre todo porque el fondo del espíritu de la democracia se encuentra en el concepto cristiano de la persona humana. La Iglesia desde sus orígenes ha defendido el valor de toda vida humana como soberana de su propia libertad y por tanto responsable de sus actos ante Dios y ante el resto de la sociedad. Está fuera de toda duda histórica que fue este concepto el que construyó la Europa derruida por las invasiones bárbaras en los comienzos de la Edad Media, principalmente a través de la red de Monasterios que mostraban, en aquellos difíciles tiempos, una manera de convivir ordenada, pacífica y constructiva que partía del Amor a Dios y se extendía a los hermanos. Europa, y también España, se construyeron con los instrumentos que les dieron los monjes: la Cruz y el Arado. No por casualidad las palabras culto y cultivar tienen la misma raíz, de cuyo matrimonio nació lo que nosotros llamamos “cultura”, que no es otra cosa que una manera de concebir la vida es decir una manera de concebir al hombre. En el centro de esa cultura que hoy llamamos occidental o europea estaba el concepto de que el hombre, todo hombre, es amado por Dios, amor que se ha manifestado en Cristo Jesús y que hoy podemos experimentar porque El está Resucitado. Por eso hoy sigue siendo el centro de la Doctrina Social de la Iglesia la defensa y promoción de toda persona humana desde su origen como embrión hasta su fin natural. La democracia no puede afirmarse como la única garantía para garantizar la defensa de los derechos humanos. Es necesario que sea una democracia fundamentada en el bien de la persona. ¿Pero cuál es ese bien? ¿Qué es lo más justo, es decir aquello que más corresponde con la naturaleza del hombre, en definitiva, lo que más le construye como hombre? Esa es la pregunta fundamental que vale la pena investigar y debatir tanto en el Congreso como en la calle, porque la sociedad la construimos todos. El peligro está en el relativismo según el cual hacer esa pregunta es despreciable e incluso digno de rechazo social, como si preguntarnos por el bien, la moralidad o la justicia de las acciones fuese ya una coacción de la libertad. ¿Es más libre alguien simplemente por hacer lo que quiere? Ciertamente ¿lo mejor es la libertad del vagabundo? pero ¿es lo máximo que podemos ofrecer a nuestros hijos? Todos queremos algo mejor para nuestros seres queridos. Qué bien lo comprendieron los diputados de 1812 cuando afirman en la ya famosa frase con la que empieza la Constitución: “El primer deber del Estado es procurar la felicidad de sus súbditos”, aunque para ser exactos como realmente empieza es invocando a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir proclamando el fundamento de todo lo que después afirmará. Por eso el derecho a la libertad de conciencia y la libertad religiosa es el más profundo de esos fundamentos porque es la afirmación de la libertad más radical: la de poder responder a Dios con nuestros actos, la libertad de hacer el bien y construir nuestra vida, la libertad de buscar la verdad y vivir según ella y poder educar a los hijos de acuerdo a eso que nos ayuda a ser más hombres. Y para ello poder usar todos los medios que los ciudadanos nos damos a nosotros mismos: la escuela, la calle, la casa o la política. Nosotros somos soberanos de nuestra propia vida, libres para poder dirigir nuestra vida hacia lo que la hace más grande y bella, y poder hacerlo juntos. El sujeto de la autoridad política es el pueblo considerado en su totalidad como titular de la soberanía, el solo consenso popular no es suficiente para considerar justas las modalidades de la autoridad política. La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral –dice el Concilo Vaticano II (GS 74). De este orden procede la fuerza que tiene la ley para obligar y su legitimidad moral y no la arbitrariedad o la voluntad de poder. En el sistema democrático la autoridad política es responsable ante el pueblo que debe ejercer un control efectivo sobre él y hacerle rendir cuentas. También hoy nuestra sociedad necesita recordar este fundamento. Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos como son la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos humanos, --como lo es el derechos a la vida-- asumir como fin y criterio de la vida política el bien común. Si estos valores no existen se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad. La Iglesia, doscientos años después, sigue teniendo la misma respuesta y seguirá apoyando las formas de participación social que mejor las defiendan. Todos somos la sociedad y todos los cristianos somos la Iglesia. Cristo quiere introducir en la gran masa de la sociedad el fermento de la comunidad de los cristianos que la llenen de sabor ¿pero si la sal se vuelve sosa con que la salarán? He aquí la gran misión social tenemos todos los cristianos y no nos es lícito desertar de ella. Qué gran oportunidad tenemos en esta Cuaresma de recuperar la sal de la vida que es la gracia de Cristo, el valor de todo hombre por el que el Señor ha dado su vida, su libertad y su dignidad, y volver a dar sabor a la sociedad. ¡Cristo cuenta con vosotros queridos amigos! Feliz cuaresma |
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