La corbata; por Alfonso Ussía
Un banquero se viste con corbata siempre que acude a una reunión pública, exceptuando si se trata de un acontecimiento deportivo. José María Aguirre Gonzalo, el que fuera gran presidente de Banesto, iba más lejos. Corbata y traje oscuros. Alfonso Escámez, que de botones en la sucursal murciana de Águilas alcanzó la presidencia del Banco Central decía que los banqueros establecían una diferencia entre ellos y los clientes no por el poder, sino por las corbatas. «No me fío de los que piden créditos descamisados». El marqués de Deleitosa, que era un personaje liberal y exótico, se mostraba inflexible en ese aspecto. A un joven consejero que terminaba de tomar posesión de su cargo, le recomendó más discreción corbatera después de su primera reunión del Consejo.
«Procura, la próxima vez, elegir una corbata con menos colorines. En los Bancos adoptamos decisiones muy serias, y los arcoiris no pegan».
Don Emilio Botín padre, no se quitaba la corbata ni para visitar a sus árboles del Puente de San Miguel en pleno mes de agosto, y su hijo, el actual Presidente del Banco de Santander, sólo se la quita cuando asiste a las carreras de Fórmula-Uno. Ni en las carreras de coches se desprendía de ella el conde de Villapadierna, al que Santiago Amón concedió el título de «hombre más elegante de Occidente». El día del «Derby», acudía al Hipódromo con un bombín gris marengo para distanciarse aún más del resto de los propietarios. Era malagueño, simpático y castizo. Sus palabras no concordaban en ocasiones con su elegancia exterior. Así que le preguntó el propietario nuevo rico de una cuadra de última hora: «¿Porqué el bombín el día del “Derby”?»; «Porque me sale de los cojones».
«Si un cliente es recibido por un banquero descorbatado, cruza la calle de Alcalá y se marcha a otro Banco. La impresión que da un banquero sin corbata es tan mala como la que ofrece un obispo en traje de baño», dijo Ignacio Villalonga, el impulsor del Banco Central moderno. Verano era, y con el sol ardiente, cuando se presentó en el Consejo de Administración del Hispano Americano un consejero aliviado con una chaqueta blanca: «Aquí damos créditos. Las Primeras Comuniones, en la otra acera, en las Calatravas».
No ha cambiado la norma. No está escrita, pero se cumple a rajatabla. La corbata, tan molesta en ocasiones, se lleva para respetar al cliente, aunque éste se presente sin ella. De ahí que me haya extrañado, y mucho, que el sindibanquero de la UGT y miembro del Consejo de Administración de Bankia –180.000 euros al año por sentarse un poco en torno a una mesa–, haya acudido a un acto público descorbatado. Un banquero que se precie de tal no puede permitir ser confundido con cualquiera de las 30.000 personas que asistieron a la manifestación sindical del pasado domingo en Madrid. No creo que Rodrigo Rato se atreva a afearle su conducta, pero un banquero de verdad no pasaría por alto semejante desprecio a su condición de consejero de una entidad bancaria.
Con un poco de esfuerzo, José Ricardo Martínez, el sindibanquero de UGT con cobijo en Bankia, podría parecer, incluso, un banquero serio y honorable. Para ello haría bien en despojarse de esa camisola con el logotipo ugetero estampado en carmesí que tanto choca con su principal responsabilidad pública, que no es otra que la de banquero. Ser consejero de un Banco exige un comportamiento público sostenido por la discreción, la amabilidad y la apariencia. Y Martínez me ha decepcionado. Que no cuente con mi pobreza para solicitarle un crédito. A uno, los créditos siempre se los han concedido con corbata.
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